PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
      Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
	
(Emmanuel o Emanuel Swedenborg; Estocolmo, 1688 - Londres, 1772) Teósofo sueco. Doctor en filosofía (1709), recorrió Europa desde 1710 y, de regreso a Uppsala (1715), fundó la revista científica El Dédalo Hiperbóreo. En 1743 tuvo sus primeras visiones. Publicó luego Los arcanos celestes (1749-1756), seguida de otras obras como Las maravillas del cielo y el infierno y de las tierras planetarias y astrales (1758) y Tratado curioso de los encantos del amor conyugal en este mundo y en el otro (1768), y predicó por Alemania, Francia y Gran Bretaña su doctrina de la Nueva Jerusalén, en favor de la fundación de una nueva Iglesia. Es también conocido por la obra crítica que le dedicó Kant.
Hijo del obispo luterano y predicador de la corte Jesper 
Swedberg, estudió teología, filología, matemáticas y ciencias naturales. En 
Inglaterra (1710) experimentó la influencia de John Locke y de la escuela 
neoplatónica de Cambridge. Viajó por Holanda, Francia y Alemania y recibió 
influjos cartesianos, a consecuencia de los cuales empezó a plantearse el 
problema de las relaciones entre el alma y el cuerpo.
Con sólo 
veintisiete años editó la revista científica Daedalus hyperboreus (El Dédalo 
Hiperbóreo); la publicación atrajo la atención de Carlos XII de Suecia, que 
nombró a Swedenborg consejero de minas. Tras sus descubrimientos en los campos 
de la metalurgia y la mecánica fue elevado a la nobleza por la reina Ulrica 
Leonor. Vivió entonces un período de intensa actividad científica en su país 
(Opera philosophica et metallurgica, 1734), durante el cual estableció la 
cristalografía como sección de la filosofía de la naturaleza y empezó a intuir 
la importancia del cerebro. Siguió a ello otra etapa de viajes al extranjero 
(1736-41), nuevas publicaciones (Oeconomia regni animalis, 1740-41) y más viajes 
todavía.
En 1744, en Londres, recibió la visión que le orientó hacia la 
actividad religiosa: "Yo soy el Señor, Creador y Redentor; te he escogido para 
que des a conocer a los hombres el significado interior, espiritual, de la 
Sagrada Escritura". Desde entonces, aunque no abandonó las investigaciones 
científicas, se dedicó principalmente a la especulación religiosa y teosófica, 
como testimonian, entre otras obras, De cultu et amore Dei (Sobre la veneración 
y el amor de Dios, 1747), Arcana coelestia (Los arcanos celestes, 1749-58) y De 
nova Hierosolyma et ejus doctrina caelesti, ex auditis e coelo (La nueva 
Jerusalén y su doctrina celeste, 1758).
En estas obras, Swedenborg une a 
un concepto mecanicista de la naturaleza la intuición de la unidad de los seres 
espirituales del universo (almas, ángeles, demonios) y la convicción de sus 
continuas relaciones mutuas; cree que de la calidad de los vínculos mantenidos 
con el mundo espiritual por los hombres depende el progreso o el retroceso en el 
camino del bien de cada uno de ellos. En dicho criterio general interpreta de 
una manera personal y no siempre ortodoxa los dogmas tradicionales del 
cristianismo; y así, aun cuando ajeno a la institución de un nuevo organismo 
eclesiástico, y tendente más bien a la renovación interior de la cristiandad de 
su tiempo, constituyó, en la práctica, otra comunidad: la "Nueva Iglesia", que 
tuvo adeptos en Escandinavia, en Alemania y, sobre todo, en Inglaterra.
Los arcanos celestes fue la primera expresión del sistema teosófico de 
Swedenborg, cuyas etapas sucesivas fueron De coelo et inferno ex auditis et 
visis (Del cielo y del infierno vistos y oídos, 1758), y, en 1771 en su forma 
definitiva, Vera christiana religio (La verdadera religión cristiana). Los ocho 
volúmenes de Los arcanos celestes, publicados en Londres de 1749 a 1758, tratan 
de las condiciones de la vida futura basada en la experiencia de lo que el autor 
"vio y oyó" durante trece años, en los cuales "disfrutó de la compañía y de la 
conversación de los ángeles como un hombre entre otros hombres".
El 
objetivo principal de Los arcanos celestes es exponer el sentido íntimo 
espiritual del Génesis y del Éxodo. Los primeros capítulos del Génesis son un 
fragmento de un antiguo mundo y tienen un significado no histórico sino 
alegórico (Adán significa la Iglesia más antigua y el diluvio su disolución; Noé 
la antigua Iglesia caída en la idolatría y sustituida por el judaísmo). El 
sentido espiritual impregna todas las Escrituras, con excepción de algunos 
libros que tienen un valor natural de edificación. Dios es amor y sabiduría: su 
providencia vela sobre todas las criaturas, y durante su existencia terrenal las 
circunda de todos los cuidados para prepararlas a la mejor eternidad, pero sin 
violar su libertad. No condena a ninguna de ellas y trata incluso en el infierno 
de dulcificar la suerte que ellas mismas se han asignado, porque la ordenación 
divina sólo permite el ingreso en el cielo a las almas arrepentidas y más o 
menos accesibles a la influencia celestial. El germen de la salvación puede 
desarrollarse en la otra vida; pero si el hombre estaba confirmado en el mal en 
el momento en que terminó su prueba terrena, la permanencia en el cielo le 
resultaría un tormento insoportable.
Alcanzada la madurez de la 
"dispensación" judaica, Dios se manifestó en Jesucristo (que es, para él, único 
objeto del culto), asumiendo en el seno de una humilde virgen una humanidad 
pecadora; y en toda su carrera terrenal efectuó la purificación y la 
glorificación de la humanidad, sustituyendo los elementos terrestres por una 
humanidad glorificada mediante la victoria sobre las tentaciones que le 
asaltaron, pero sobre todo por el suplicio de la cruz. La muerte de Jesús no fue 
una expiación, sino el triunfo definitivo de la luz sobre las tinieblas, la 
derrota de los poderes del mal. No existiendo "pecado original", no había motivo 
para la redención. La fe, más que la inmolación de la razón humana ante lo 
incomprensible, es una creencia basada en el amor, mediante el cual el alma 
tiende hacia su salvador con su pensamiento y con su sentimiento.
Durante su 
contemplación de los "arcanos celestes" en 1757, Swedenborg fue espectador, en 
el mundo de los espíritus, del "Juicio final" con que se inauguró la nueva 
"dispensación" de la "Nueva Jerusalén" anunciada en el Apocalipsis de San Juan 
Evangelista. Entre los detalles de sus visiones figuran los tres cielos, a los 
que corresponden tres infiernos: todos aquéllos cuyo principio animador de vida 
haya sido en la tierra el amor de Dios y del hombre van, después de la muerte, 
al cielo; aquéllos en quienes ha dominado el egoísmo, al infierno. No existe 
resurrección de la carne. Todos los ángeles han vivido en la tierra como hombres 
o mujeres; y viven en el cielo como una especie de cuerpo fluido, en una 
sociedad familiar y civil, casi como una réplica de la terrenal, pero con una 
felicidad y gloria inefables. Hay un estado temporal intermedio después de la 
muerte: el Mundo de los Espíritus, donde los buenos son purificados y los malos 
desenmascarados de su falsa bondad. Sólo Dios vive, y la presencia de Dios en el 
hombre y en lo creado es lo que da apariencia de vida y produce una aparente 
diferencia falaz entre los diversos seres, todos los cuales participan de la 
única naturaleza divina. Esta ley de vida explica, aunque en distintos grados, 
la conciencia, la libertad y la personalidad humanas, que perennemente fluyen de 
Dios al hombre.
Los arcanos celestes, además de ser la obra más 
importante de Swedenborg, fue considerada como una de las más características 
manifestaciones del pensamiento teosófico nórdico del siglo XVIII. Swedenborg 
completó su sistema con La nueva Jerusalén y su doctrina celeste (1758), obra 
que en primer lugar repasa los puntos esenciales de Los arcanos celestes: las 
enseñanzas de la Iglesia actual, que tienen su fundamento en la interpretación 
del sentido literal de la Escritura, son viciosas y deben desaparecer 
inmediatamente. Con ello desaparecerá la Iglesia, que ha sido ya juzgada y 
condenada a muerte. La interpretación simbólica de la Biblia reúne las visiones 
de la mística, y es sobre esta base que Swedenborg entiende el cielo, al que 
llama el "Nuevo Cielo", y la "Nueva Tierra".
La nueva Jerusalén y su 
doctrina celeste representa sobre todo el aspecto político y moral de la 
doctrina de Swedenborg. Moral y política, por otra parte, parecen confundirse en 
una misma cosa para él. Las reglas éticas propuestas en esta obra son leer y 
meditar a menudo la palabra de Dios, someterse a la voluntad de la Divina 
Providencia, observar en todo la decencia, tener constantemente la conciencia 
limpia, cumplir perfectamente las obligaciones públicas y los deberes del cargo 
que se desempeñe y ser en todo útil a la sociedad. En cuanto a la aplicación 
política de estas reglas, es tan pura y simple como las reglas mismas. El orden 
establecido por las leyes del universo físico apunta, sobre todo, a asegurar su 
propia conservación; conviene lo mismo al mundo moral y al mundo político, que, 
por otra parte, constituyen una misma cosa.
Para mantener las leyes en 
pleno vigor, se precisa de las autoridades; para mantener a las autoridades en 
los límites del derecho y de la razón, son necesarias las leyes. Así, la realeza 
está constituida por el rey, rodeado de sus funcionarios; la realeza no reside 
en la persona, sino que es la ley la que atribuye al rey la realeza. La ley debe 
ser hecha no por el rey, sino por los sabios, hombres instruidos y piadosos, y 
el mismo rey deberá someterse a ella, pues reinar consiste en gobernar el reino 
de acuerdo con las leyes, que el mismo rey respetará en primer lugar. No puede 
menos que sorprender el escuchar estas palabras pronunciadas en tiempos de Luis 
XIV, pero debe notarse, tras leer las últimas páginas de La nueva Jerusalén, que 
Swedenborg se contenta con codificar la práctica sueca que él podía admirar a 
diario; esta fusión de doctrina moral y política seguiría siendo una constante 
en sus obras posteriores.
	

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