PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
      Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"

El DESEO, he aquí la clave del Martinismo.
El Martinista 
es un Hombre de Deseo.
Lhomme du Désir
El Hombre de Deseo se opone al Hombre de la calle. Entre los dos, 
se halla la caída y el lento proceso de la reintegración. El hombre, habiéndose 
separado de Dios, de la Luz y del Verbo, ha caído en las tinieblas; es nuestro estado 
actual.
Por el ejercicio de la teúrgia (según Martinés de Pasqually, vía operativa) 
o de la oración (según Louis Claude de Saint Martin, vía cardiaca), el hombre puede 
evadirse de las tinieblas y comenzar la reconquista de su estado primitivo, dicho 
de otra forma, volver junto a Dios. Reencontrar la Luz y el verbo, he aquí cuales 
son los objetivos de todas las iniciaciones cuyas variantes rituales son de una 
importancia secundaria.
Los gnósticos, a su vez, comenzaban el Génesis por la 
rebelión luciferina que condujo a éste ángel caído a alejarse de Dios y a crear 
el universo en sus diferentes planos hasta la cristalización material. Querían ver 
en Jesucristo al primer reintegrado y a aquel nos abría la vía la vía hacia la reintegración 
por medio del amor, la remisión del pecado original, que es justamente esta rebelión 
(los escribas del Antiguo Testamento mezclaron todo) y por el deseo, el verdadero 
deseo, del conocimiento de los engranajes de la espiritualidad.
Tanto el prólogo 
del Evangelio de Juan como su Apocalipsis dan fe de este paso espiritual e iniciático; 
no es por casualidad que los gnósticos se referían a San Juan como lo harán más 
tarde los constructores de catedrales, los Franc-masones y de forma más extensa, 
todos los iniciados, mientras que Santiago se convertiría más tarde en el patrón 
de los Adeptos. En este plano, les dejamos a Pedro y a Pablo la tarea de evangelizar 
a la muchedumbre y de operar las conversiones de los Gentiles y de los paganos.
El Martinismo se relaciona con eso que llamamos ese cristianismo iluminado que, 
a pesar de la hostilidad de los órganos constitucionales (Iglesia católica, en particular), 
caminó a lo largo de los siglos bajo formas diferentes y adaptadas a su tiempo. 
La Francmasonería y el Martinismo son las últimas transformaciones de esta epopeya 
maravillosa; son los herederos de esta tradición dos veces milenaria que tiene por 
nombre "Amor" y que se basa en el estudio y la comprensión de los textos fundamentales 
de las Escrituras.
Los martinistas no son místicos pasivos, bebiendo buenas palabras 
y esperando no sabemos qué gracia divina. Son trabajadores, buscadores, eternos 
estudiantes. Fundando sus planes de estudio sobre los textos fundamentales de Martinés 
de Pasqually y de Luis Claude de Saint - Martin, saben ampliar su campo de visión 
a todas las enseñanzas esotéricas que examinan y analizan con la mayor tolerancia. 
Desean siempre trabajar por una fraternidad mayor y más humana, para el progreso, 
porque si son tradicionalistas, no son conservadores ni defensores a ultranza del 
pasado. Están siempre a la escucha del otro y sensibles hacia los sufrimientos de 
sus semejantes.
El Martinismo es Cristiano, esencialmente y íntegramente cristiano 
y no sabríamos concebir El Martinismo que no sea fiel al Cristo, al Cristo-Jesús 
como Salvador y Reconciliador, la encarnación del Verbo " (Jean Chaboseau sept. 
de 1947)
El rosicrucianismo brotó en los primeros años del siglo XVII y justo 
en medio del debate religioso que se oponía a los partidarios desenfrenados de la 
reforma luterana y a los guardianes feroces del catolicismo romano.
Hombres llegados 
de diversos horizontes culturales se reunieron en torno alrededor a un tal Valentín 
Andrea, pastor reformado, que, en 1614, 1615 y 1617, había escrito y publicado tres 
obras bastante oscuras. Esto pasaba en Tübingen, pequeña ciudad de Bade-Wurtemberg. 
Recordemos, que por aquel tiempo, el territorio, que hoy llamamos Alemania fue desmenuzada 
en una multitud de principados enemigos entre sí, pero aliados a veces, contra el 
poderoso y hegemónico imperio vecino de los Habsburgo.
El éxito de la Reforma 
entre los príncipes alemanes no es extraño debido a su preocupación por preservarse 
del imperialismo austro-húngaro feudo de la Iglesia de Roma y el cual constituía 
su brazo secular. Desde su nacimiento, el movimiento rosacruz de Andrea suscitó, 
a la vez, una curiosidad muy comprensible en una época en la que todo tenía un aire 
de misterio que encontraba resonancia en las cortes europeas, y en una animosidad 
fundada en rumores y una perfecta ignorancia de los conocimientos y prácticas del 
esoterismo.
El filósofo francés René Descartes (1596-1650) y el sabio inglés 
Robert Fludd (1574-1637) estuvieron entre las personalidades más notables que partieron 
en pos de esa Rosacruz tan misteriosa. El primero jamás encontró ninguno, sin duda 
buscó Rose+Croix y no rosacruces, lo que explica su fracaso. Les Rose+Croix son, 
en efecto, unos seres invisibles y desconocidos cuya existencia jamás ha sido demostrada 
y, que si existen, tienen el deber absoluto de la discreción. En cuanto a los rosacruces 
son, simplemente, los discípulos de una escuela de pensamiento iniciático. René 
Descartes lo lamentó, y en cuanto a Robert Fludd, llegó a inmiscuirse cerca del 
rosicrucianismo del círculo de Tübingen del cual se hizo, a su retorno a Londres, 
uno de sus más ardientes defensores
Sabemos que es él quien junto a sus compañeros 
Bacon y Ashmole, sentó las bases de la francmasonería espiritual ampliamente inspirada 
por el espíritu rosacruz. No supimos muy bien jamás lo que quería Andrea: ¿fundar 
una orden mística, una nueva religión, reunir a hombres de buena voluntad?
Es 
sospechoso que haya escrito los tres manifiestos rosacruces que son Fama fraternitatis 
(1614), " Confessio " (1615), las " Bodas Alquímicas de Christian Rozenkreutz " 
(1617).
Sin embargo, muchas veces, se retractó y negó, sin duda bajo la presión 
de personajes influyentes de su entorno político y confesional, a veces parcialmente, 
totalmente otras veces, su paternidad. Objeto de ataques múltiples, tanto de los 
Reformistas como de los Jesuitas que lo acusaban de las peores infamias, Andrea 
jamás fundó una Orden en el sentido propiamente dicho, es decir la de una organización 
estructurada, jerarquizada y permanente. El movimiento rosacruz atravesó a principios 
de este siglo XVII como un relámpago que hubiera cruzado el cielo de Europa occidental 
y central presa de las luchas religiosas y cuyas graves consecuencias graves son 
de sobra conocidas en la historia de este continente.
El círculo de Tübingen 
se diluyó rápidamente y el pensamiento iniciado por el rosicrucianismo primitivo 
que lo componía emigró hacia cielos posiblemente más clementes, esencialmente los 
de Inglaterra que ya se habían librado de la tutela romana. También, de esta época, 
quedan sólo estos tres manifiestos y un cierto número de leyendas (por no decir 
chismes) muy alejados del rosicrucianismo y del mensaje que éste aportaba a los 
cristianos en su conjunto.
Si el nacimiento del rosicrucianismo puede parecer 
(a los ojos de un observador poco curioso) haber sido espontáneo (una especie de 
partenogénesis), debemos buscar las fuentes de las cuales sacó sus enseñanzas y 
no podríamos buscarlas en ningún otro lugar que en la gran corriente gnóstica que 
atraviesa el occidente cristiano desde ahora casi dos milenios. Las manifestaciones 
de esta corriente ininterrumpida fueron y son todavía numerosas; varían en su modo 
de expresión en función de las épocas, mentalidades y sistemas culturales que se 
sucedieron en el transcurso de los siglos.
Durante el primer siglo de nuestra 
era cristiana y, siguiendo la huella dejada por la llegada del Cristo y la continuación 
de los trastornos que siguieron a este acontecimiento, escuelas filosóficas tuvieron 
su origen en los lugares más diversos del imperio romano, del cual el macedonio 
Alejandro el Grande había trazado, antaño, sus contornos. Es más particularmente 
en el norte de Egipto, en Alejandría, metrópoli célebre para su faro y su biblioteca, 
donde las primeras manifestaciones de lo que se llamará más tarde la gnosis alejandrina 
" vieron la luz.
Apelando al Evangelio de San Juan, cuya escritura difiere notablemente 
de la de los otros tres (Lucas, Marcos y Mateo), estos gnósticos elaboraron un sistema 
teogónico y cosmogónico basado en el logos, es decir, el Verbo asimilado a la Luz 
primordial, que el rebelde Lucifer habría robado y que estaría al principio de la 
creación del universo sobre la que, ahora sabemos, no es más que un conjunto de 
fotones y de vibraciones, siendo la materia, en cierto modo, sólo luz (o espíritu) 
cristalizada.
La lectura del Evangelio de Jean, más precisamente su prólogo, 
lanza una nueva luz sobre el Génesis del Antiguo Testamento. Y es en ese cruce entre 
el judaísmo daviniano y el helenismo platónico donde se modelará el pensamiento 
gnóstico, la fuente de toda la tradición iniciática occidental. Aunque acusada de 
herejía, perseguida y condenada por numerosos concilios (particularmente a partir 
del siglo IV y del golpe de Estado del emperador Constantino que consigue reunir 
en su cabeza la corona de un imperio romano degradado y agrietado por todas partes 
y la tiara pontifical del obispo de Roma), la gnosis, convertida en clandestina, 
se perpetuó y le reunió a todos los que, sin querer renegar de su fe cristiana, 
procuraban librarse de dogmas y limitaciones de la Iglesia romana y desarrollar 
su reflexión religiosa y, en particular, la espiritual.
Durante ese tiempo, algunas 
otras espiritualidades paralelas se habían desarrollado: la cábala cuyo estudio 
reunía en España y en Provenza a los investigadores judíos y musulmanes que se daban 
por misión explicar el Génesis de manera racional; el catarismo, localizado en la 
ladera francesa de los Pirineos y los adeptos del mazdeísmo (o maniqueísmo), que 
deseaban regresar a la pureza de la cristiandad primitiva. Conocemos la suerte que 
corrieron; un genocidio orquestado por la alianza del papado y de los señores del 
norte de Francia dio razón del catarismo…
Un segundo conato de espiritualidad 
surgió en el este de Europa. Con finalidades políticas ciertas, aparecieron movimientos 
contestatarios con respecto a la hegemonía romana, al final de la Edad media, principalmente 
en Alemania y en Bohemia. Es en la última región donde salió el ilustre Jan Hus.
En la bisagra de los siglos XIV y XV, este Bohemio se sublevó contra la dictadura 
que Roma que pesaba sobre las naciones cristianas y denunció los abusos simoniacos 
de un papado que vivía en la fastuosidad mientras premiaba a la gente con la miseria. 
Esto le costó la vida ya que tras sufrir dos procesos fue quemado vivo en la ciudad 
de Constanza. Es así como en Alemania, un siglo más tarde, Lutero dirigirá a su 
vez una acción análoga, ésta, sin embargo, sería coronada por el éxito. Algunos 
herejes fueron surgiendo aquí y allá en esta Europa germanófila.
En Estrasburgo, 
Paracelso (Théophrastus Bombastus von Hohenheim - 1493-1541), queriendo romper con 
costumbres que consideraba en desuso, tomó la audaz decisión de no dar más sus cursos 
en latín sino en alemán. ¡Escándalo! En Gôrlitz (Alta Silesia, Polonia), Jacob Boëhm 
(1575-1624) sentó las bases de una nueva filosofía mística que debía hacer fortuna 
en el siglo XVIII gracias a Louis-Claude de Saint-Martin. Este último tradujo sus 
escritos apelando a una filiación llamada de los Filósofos Desconocidos que transmitiría 
en Estrasburgo a un tal Rodolphe Salzmann.
En Moravia, Comenius (Jan Amos Kaminski 
- 1592-1670), que fue un compañero de Andrea y uno de los fundadores del movimiento 
rosacruz, desarrolló una nueva pedagogía (el pansophia) basada en la unidad de las 
enseñanzas. Él mismo era poeta, teólogo, filósofo y compartió su tiempo entre el 
profesorado y el ejercicio de pastor eclesiástico hasta que sus escritos, considerados 
revolucionarios y acusados de enturbiar el orden público porque reclamaba abiertamente 
que la enseñanza pudiera ser prodigada a todos los niños sin distinción de clase 
social ni de sexo, le valieron el destierro y la pérdida de todos sus bienes así 
como de sus seres queridos. Estos dos últimos personajes, aunque exactamente no 
fueron contemporáneos, pueden estar considerados como militantes del rosucricianismo 
primitivo.
En cualquier caso, sus obras han sido ciertamente influidas por el 
pensamiento rosacruz.
Pero el pensamiento rosacruz es una síntesis; podríamos 
compararla con una especie de plexo que habría drenado hacia él diferentes corrientes 
místicas, iniciáticas y espiritualistas a fin de regenerarlos, recargarlos, fortificarlos, 
para luego de reenviarlos al mundo bajo figuras, formas y misiones nuevas.
Otra 
fuente del rosicrucianismo que no es incompatible con la primera sino que le es 
complementaria nos es sugerida por la historia de Christian Rozenkreutz, tal como 
nos es contada en Fama fraternitatis, el primero de los tres manifiestos. ¿Quién 
es este Christian Rozenkreutz? Según las declaraciones de los primeros rosacruces, 
sería el fundador del rosicrucianismo. Mucho más que un fundador histórico de este 
movimiento, nos parece un personaje epónimo (personaje legendario que da su nombre 
a un movimiento).
Es ciertamente la pregunta que uno se hace en este asunto. 
Habría nacido en Alemania (el lugar no nos es precisado) y habría vivido en el siglo 
XV. Muy instruido en todos los conocimientos de su tiempo, tanto científicos como 
místicos, hablando perfectamente varias lenguas, Christian Rozenkreutz, en su juventud, 
habría viajado por Oriente y el Magreb, de Damasco a Fez, antes de volver a su casa. 
No ignoramos el papel eminente de los viajes en las iniciaciones tradicionales; 
esta costumbre es más o menos universal. En el transcurso de estos viajes, tuvo 
que enfrentarse con pruebas, particularmente la enfermedad de la que fue curado 
tan sólo por los cuidados de un viejo sabio musulmán.
Viajes, pruebas, nadamos 
en pleno esoterismo iniciático.
Pero, ¿de qué enfermedad fue curado?
¿De una 
enfermedad somática (epidemia contraída posiblemente en aquellas regiones entonces 
inhóspitas), dudas psíquicas de aquel que busca la verdad sin saber muy bien qué 
camino tomar?
Pero podemos plantearnos legítimamente la cuestión de saber qué 
es lo que había ido a buscar en el mundo musulmán. Numerosos autores sugirieron 
la idea de que había ido a estas tierras lejanas con el fin de recibir allí una 
iniciación de los sufís. Estos mismos autores quisieron ver en el pensamiento rosacruz 
la influencia del sufismo cuya alta elevación espiritual es conocida.
Los rosacruces 
del círculo de Tübingen habrían querido pues, en cierto modo, justificar su relación 
subyacente con el sufismo por esta deambulación, desde luego simbólica, del fundador 
en su pretendido movimiento.
¿Es necesario recordar que el sufismo constituye 
el centro esotérico del Islam como el rosicrucianismo representa el centro esotérico 
de la cristiandad? Si la gente se pelea de buena gana al amparo de las iglesias, 
las sinagogas, templos o las mezquitas para defender dogmas de los cuales generalmente 
no comprenden nada o poca cosa, no actúan necesariamente de la misma forma a la 
luz de las lumbres iniciáticas, en las cuales, lejos de cultivar sus diferencias, 
ellos mismos se esfuerzan por acercar sus tradiciones con el fin de enriquecerse 
mutuamente en el verdadero sentido de enriquecerse - en espíritu, por supuesto…
¿No es lo más natural?
El exoterismo pertenece al mundo de la materia, el esoterismo 
al de la espiritualidad. Los verdaderos iniciados saben que encima y más allá de 
las diferencias surgidas en el tiempo y el espacio, la Verdad es única como es única 
la Luz a pesar de sus difracciones múltiples y que el Verbo es único a pesar de 
la multiplicidad de las lenguas.
	

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