

James Anderson
James Anderson, (1684 - 1746) un escocés, doctor en filosofía 
y notable predicador presbiteriano fue el compilador del famoso «Libro de las 
Constituciones», una obra que escribió con el apoyo y la supervisión de Jean 
Theóphile Désaguliers (16831744), un importante personaje de la Inglaterra de principios 
de siglo XVIII y Gran Maestre en 1719, sucesor de Jacobo Payne. La obra le había 
sido encomendada en 1721 por la Gran Logia de Inglaterra, presidida entonces por 
el controvertido duque de Warthon.
En ella debía «...compilar y reunir 
todos los datos, preceptos y reglamentos de la Fraternidad, tomados de las Constituciones 
antiguas de las logias que existían entonces...» La primera edición se conoció 
en 1723, y hubo, aun, dos posteriores, en 1738 y en 1746.
Aunque en la actualidad 
ningún historiador serio citaría a Anderson como una fuente indubitable en cuanto 
a su versión de la historia de la Masonería, lo cierto es que sobre sus «Constituciones» 
descansa gran parte del éxito de la Masonería moderna. Amado y criticado, Anderson 
es el paradigma, junto a Désaguliers, de la Masonería hannoveriana de principios 
del siglo XVIII. En su visión, la Fraternidad tenía un origen inmemorial.
Sobre aquella pretérita organización de noble linaje se habían organizado luego 
las logias operativas medievales, antecedente directo de la Gran Logia de Inglaterra 
que constituía, por derecho propio, la verdadera y única francmasonería.
Sobre la repercusión de su obra conviene citar al historiador francés Bernard Faÿ: 
«...El libro, redactado con sumo cuidado, se convirtió pronto en estatuto para 
cada logia y en breviario para cada masón en particular; todo miembro nuevo debía 
estudiarlo y se debía leerlo en la iniciación de cada hermano...»
En 
todo lugar donde apareciese, durante el siglo XVIII la Constitución de los Francmasones, 
se fundaban logias y vivía la Masonería.
La obra fue traducida al francés 
en 1745; al alemán en 1741; se publicó en Irlanda en 1730; Franklin hizo una edición 
americana en 1734, y desde entonces, no ha dejado de ser reimpresa...»Anderson plantea 
la continuidad histórica desde las edades míticas, la unidad filosófica, la universalidad 
geográfica y lo que es aun más audaz la unidad de acción de la francmasonería.
En el otro extremo Alec Mellor llega a decir que «...la Orden Masónica no 
es sino un ideal. La francmasonería no existe, Sólo existen obediencias masónicas...» 
La realidad indica que el desarrollo histórico de la francmasonería ha sido desigual 
en cada país y que, desde la fundación de la Masonería moderna, esta se ha fragmentado 
severamente. Mientras esto ocurría en las Islas Británicas, la Orden se expandía 
con rapidez vertiginosa en Francia, país en el que nacerían las primeras estructuras 
«filosóficas» con serias pretensiones de autoridad sobre los grados simbólicos.
Estas estructuras filosóficas desencadenaron una larga y caótica etapa de gran 
confusión en la Orden. Como veremos, muchas voces de honestos Masones se alzaron 
en contra del verdadero pandemonium de títulos y grados que desvirtuaban según el 
criterio de muchos los antiguos principios de la Corporación y desviaban su objetivo 
y su razón de ser.
Pero la masiva adhesión que estos sistemas concitaron 
nos debería llevar a reflexionar acerca de las razones que hacían que nobles y burgueses 
se sintieran cautivados por estos ritos y misterios que anunciaban ser portadores 
de una tradición arcana y ancestral.
Si la Masonería simbólica había sido 
una monumental herramienta para la construcción de la civilización occidental, la 
Masonería filosófica encarnaba la Tradición con un nuevo rostro.
Si la Masonería 
operativa había erigido la inmensa red de catedrales y monasterios que tapizaban 
Europa, esta otra prometía en un período de profunda crisis moral y espiritual la 
reconstrucción del Templo Interior y la Jerusalén Celeste.
Con el tiempo 
y debió pasar mucho ambas estructuras, la simbólica y la filosófica, encontraron 
una relación de equilibrio y, posteriormente, una interdependencia cuyo ejemplo 
más claro es el sistema conocido como Rito Escocés Antiguo y Aceptado, dividido 
en 33 grados de los cuales el 1º al 3º corresponden a la Masonería simbólica y el 
4º al 33º a la filosófica. Este sistema contenía en su origen una inmensa riqueza 
espiritual, producto de haber asimilado, con notable armonía, la esencia de la tradición 
esotérica judeocristiana unida a la influencia de cierta herencia de las órdenes 
militares de la Edad Media, en especial la de los Caballeros Templarios, cuyo trágico 
fin integra la larga lista de escándalos que, no sin esfuerzo, la Iglesia comienza 
a asumir frente a la historia.

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