Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
	
La cafetería “El Búcaro” era relativamente pequeña, con 
	buena iluminación y gruesas puertas que casi no dejaban pasar el ruido de la 
	calle; en las paredes unos cuadros, que representaban hermosos jardines de 
	diferentes ciudades, eran los únicos adornos; diez mesas armoniosamente 
	distribuidas, cubiertas con blanquísimos manteles y, sobre ellas, elegantes 
	búcaros a los que aludía el discreto cartel sobre la puerta del local; en 
	suma, un lugar tranquilo, casi familiar. 
La puerta de la cafetería 
	se abrió con cierta lentitud, casi tímidamente, y apareció un hombre de 
	mediana edad, pulcramente vestido que por unos segundos permaneció inmóvil 
	en la entrada examinando el lugar, de un vistazo vio que solo tres de las 
	mesas estaban ocupadas, todas por personas mayores, se dirigió y se acomodó 
	en una que estaba un tanto retirada; cuando el mozo se acercó para recibir 
	la orden el hombre pareció titubear, no sabía qué ordenar para la persona 
	que esperaba, optó por pedir agua mineral. Miró la hora en su reloj, todavía 
	faltaban diez minutos para la hora convenida; cinco minutos después vio que 
	la puerta se abría, expectante se preparó para ponerse de pie pero no, no 
	era quien él esperaba.
Año 1964
Era Era la 
	hora de almuerzo y en el comedor de oficiales del Grupo Aéreo Mixto N*8 se 
	escuchaba el rumor de mucha gente conversando, cada mesa era un mundillo 
	aparte, los comensales generalmente se agrupaban por escuadrones, excepto 
	los alféreces, que por ser los más numerosos y de promociones más cercanas, 
	se ubicaban juntos en una mesa larga. A mediados del mes de noviembre, como 
	en muchas otras ocasiones, el coronel Fernando Miró Quesada, Comandante del 
	Grupo Aéreo Mixto N*8, de la FAP, había invitado a un grupo de 5 oficiales 
	para que lo acompañen durante el almuerzo; estas invitaciones las hacía con 
	relativa frecuencia con la finalidad de escuchar las inquietudes y 
	sugerencias de sus oficiales, decía que esa era la mejor manera de saber 
	cómo estaba funcionando su Unidad; en esa oportunidad los invitados eran dos 
	pilotos de helicóptero, del Escuadrón de Rescate N*832, y tres pilotos de 
	transporte, del Escuadrón Aéreo N*841; uno de ellos, el alférez Ernesto 
	Burga, a quien llamaban Eco Bravo, por sus siglas, fue quien trajo el tema a 
	colación.
- Mi coronel, el día del accidente del CAME yo estaba de 
	Oficial de Operaciones y estuve presente en la reunión de coordinación que 
	mantuvo usted con los pilotos del Escuadrón de Rescate
- Sí, claro que lo 
	recuerdo
- Ese día usted nos dijo cuál era su apreciación del porqué se 
	había estrellado el DC-4 argentino.
- Sí, claro ¿por qué?
- 
	Porque también nos dijo que le había llamado mucho la atención ver que el 
	avión no estaba estrellado de nariz, sino que parecía un “panzazo” ya que 
	los restos estaban regados.
- Sí, así es, pero supongo que la JIA (Junta de 
	Investigación de Accidentes) de la DGTA (Dirección General de Transporte 
	Aéreo) tendrá la respuesta a eso, pero dime ¿por qué tanto interés en ese 
	detalle?
- Bueno…quería saber algo más de cómo es que hubieron 
	sobrevivientes, porque ha sido casi un milagro - Eco Bravo habló de corrido, 
	sin detenerse, como si temiera que no lo dejaran explicar su idea – y luego 
	surgió, inesperadamente, una posible explicación del porqué los restos del 
	avión se encontraron de esa forma. 
- ¿Te refieres a que el 
	avión parecía haberse dado un panzazo? 
- Sí, mi coronel 
Miró Quesada lo 
	miró con suspicacia, lo que no pasó inadvertido para Eco Bravo. 
- En realidad 
	la idea no es mía, mi coronel, sino del “Loco”…perdón…del mayor Romero, 
	mejor dicho me hizo un comentario al respecto…y yo creo que es muy posible 
	que esa sea la respuesta. 
- A ver, explícate – concluyó el coronel, 
	sonriendo
En la penumbra de esa fría madrugada otoñal, en el 
	aeropuerto Aeroparque de Buenos Aires, los hermanos Enriquez, Sara Julia, 
	Jorge y María Cristina, abordaron el cuatrimotor de la Fuerza Aérea 
	Argentina que los llevaría a Lima, un viejo DC-4 de matrícula T – 47 que 
	cubriría el vuelo 1154 del Correo Aéreo Militar al Exterior - CAME, en la 
	ruta Buenos Aires – Santiago – Lima, en correspondencia al Correo Aéreo 
	Militar FAP – CAMFAP. 
Los tres hermanos estaban algo nerviosos, pero 
	sobre todo emocionados porque, no obstante que el vuelo partiría a las 05:30 
	de la mañana hubo mucha gente en la despedida de los muchachos, y es que el 
	viaje era realmente especial, porque sus padres, Rodolfo Enriquez y Sara 
	Castellanos, habían viajado a los Estados Unidos en búsqueda del sueño 
	americano dejando a sus cinco hijos encargados en diferentes familias. Las 
	cosas no marcharon bien para los esposos, el título de arquitecto de Rodolfo 
	no tenía ningún valor en tanto no lo convalidase, viéndose en la necesidad 
	de trabajar como oficinista en un laboratorio y Sara como empleada, cosa que 
	nunca antes había hecho. Había transcurrido casi un año desde que iniciaron 
	su emprendimiento, y aunque no querían darse por vencidos no veían la menor 
	posibilidad de mejorar su situación; el estar lejos de sus hijos, 
	especialmente de los tres menores, era un verdadero suplicio para Sara y 
	empezaron a pensar seriamente en retornar al terruño. 
	Providencialmente, uno de esos días, a Rodolfo se le presentó una 
	oportunidad de oro, un compatriota, amigo del arquitecto Fernando Belaunde 
	Terry, Presidente de la República del Perú, le ofreció la posibilidad de 
	conseguir trabajo en Lima, proporcionándole una carta personal de 
	recomendación. No hubo más dilación, se trasladaron a Lima, alquilaron un 
	departamento en Barranco y gestionaron el viaje de los tres hijos menores de 
	Argentina a Perú; los dos mayores, Rodolfo y Arturo, ya estaban enrumbando 
	sus vidas y se quedarían en Argentina. Ansiosos, porque por fin, después de 
	un año, volverían a ver a los tres hijos menores, a Sara Julia, a quien 
	llamaban “Beba”, a Jorge, de 14, y a María Cristina de apenas 12 años. Sara 
	no cabía en sí de felicidad, para que sus hijos estuvieran cómodos tomaron 
	un departamento que tenía tres dormitorios, el principal sería ocupado por 
	los esposos, el segundo para Jorge, y el tercero para las dos hijas mujeres; 
	en el arreglo de este último Sara puso su mejor empeño, quería compensar, 
	aunque fuera un poco, el largo tiempo que habían estado separadas de ella. 
	La que más le preocupaba a Sara era María Cristina, la última y la más 
	engreída de los hermanos, que parecía que había sido la que más resintió su 
	ausencia; en un primer momento Beba fue a vivir en casa de los tíos Berros 
	Castellanos, aun cuando estos tenían cinco hijos, en tanto que la hermanita 
	menor se había quedado en casa de unos vecinos de mucha confianza, una 
	pareja que no tenía hijos y que querían mucho a la niña. Esta situación duró 
	poco tiempo porque, pese al mucho cariño que recibía, Gracielita extrañaba 
	tanto a su hermana Beba que se hizo imperativo que también ella fuera a 
	vivir a casa de los tíos de la familia numerosa. 
Para los hermanos 
	la inesperada noticia fue una maravillosa sorpresa, sus padres, que se 
	habían establecido en Lima, habían conseguido, gracias a amistades, tres 
	cupos en el CAME, Correo Aéreo Militar al Exterior, vuelo que la Fuerza 
	Aérea Argentina realizaba periódicamente en reciprocidad al Correo Aéreo 
	Militar FAP- CAMFAP. La fecha fijada para el vuelo que los llevaría a la 
	capital de Perú, y reunirse con sus padres después de la larga separación, 
	fue el viernes 8 de mayo. Conforme pasaban los días los muchachos estaban 
	más ansiosos, no era mucho el equipaje que llevarían y ya lo tenían listo 
	con varios días de anticipación, días en que dejaron de ir al colegio pues 
	continuarían sus estudios en Lima. Tíos, primos y amigos les organizaron 
	varias despedidas pues no sabían cuándo se volverían a ver; Beatriz, madre 
	de una amiga de Jorge le regaló a este una medallita. Beba, una jovencita 
	muy madura, con sus frescos 17 años, tenía sentimientos encontrados, feliz 
	con la proximidad de la fecha del reencuentro con sus padres pero, al mismo 
	tiempo, con el corazón acongojado por tener que despedirse de Alejandro 
	Campos, su primer novio, su primera ilusión, sin saber si se volverían a ver 
	porque, para ellos, Lima estaba tan distante que era como si estuviera en 
	otro planeta.
No obstante que el vuelo estaba programado para las 
	05:30 de la mañana, fue mucha la gente que los acompañó al aeropuerto para 
	despedirlos, entre ellos Rodolfo y Arturo, los dos hermanos mayores y, por 
	supuesto, el novio de Beba, además de tíos, primos y muchos amigos de los 
	tres viajeros.
Una vez en el avión se ubicaron en filas diferentes, 
	Beba en un asiento a la altura del ala izquierda, junto a una señora que 
	viajaba sola y, atrás, en la penúltima fila, Jorge y Cristina.
El 
	DC-4 partió en horario rumbo a su primera escala: Santiago de Chile; dos 
	horas más tarde, a las ocho de la mañana, se vio precisado a aterrizar en 
	“El Plumerillo”, el aeropuerto de Mendoza, debido a una falla técnica; los 
	pasajeros fueron informados de que se demorarían no menos de dos horas.
	
Después de deambular un poco por el aeropuerto se formaron varios 
	corrillos, alguno compuesto por familiares y algún otro por simples 
	compañeros de viaje. Dos de los pasajeros, el coronel Carlos Ciriani y su 
	esposa estuvieron juntos un rato, hasta que ella le hizo una sugerencia 
	- Carlos ¿por qué no me dejas con la monjita, y tú te vas con tus 
	compañeros de la FAP? – tres comandantes, uniformados - quisiera conversar 
	con ella – se refería a una religiosa de rostro arrugado y sereno que, 
	rosario en mano, rezaba con los ojos cerrados.
- Bueno, si quieres
	
- Claro, ustedes tiene tanto que conversar y yo quiero hablar con la 
	monjita
El coronel Carlos Ciriani y Rosa, su esposa, se dirigieron hacia 
	el lugar donde estaba sentada la monja, que abrió los ojos al sentir que 
	alguien se sentaba a su lado
- Buenos días madre ¿me permite? – 
	saludó Rosa al sentarse
- Claro hija, por supuesto… y gracias 
	
- ¿Gracias por qué madre? 
- La verdad es que me muero de miedo 
	de subirme a un avión 
- Madre, la verdad es que yo también, por eso 
	me he acercado a usted – ambas rieron de buena gana.
- Ay hija, el 
	Señor decide cuándo nos llamará, pero bueno ¿tú eres peruana?
- Sí 
	madre, vine a Buenos Aires con mi esposo porque el 17 de abril pasado hemos 
	cumplido bodas de plata 
- Vaya, te felicito hija, te felicito, qué 
	buen esposo
- Madrecita, para mí fue una sorpresa, mi esposo – hizo 
	un ligero movimiento con la cabeza indicando al grupo de los cuatro 
	oficiales de la FAP, que ya conversaban animadamente - que es coronel de la 
	Fuerza Aérea, un día se presentó a la casa y me soltó la noticia sin más ni 
	más y sí, es muy buen esposo, un poco renegón pero muy bueno. 
- Ah, 
	sí, lo vi cuando se alejaba, es el más colorado y gordito de los cuatro 
	¿verdad?
- Ja ja ja – rió suavemente Rosa – él es de contextura 
	gruesa pero sí, es cierto, está algo subido de peso. 
- ¿Y cómo te 
	llamas? – la monja la miraba con dulce expresión 
- Madrecita, 
	disculpe que no me haya presentado, me llamo Rosa…Rosa Anchorena de Ciriani 
	– durante la corta conversación Rosa había notado un dejo que no pudo 
	identificar - ¿es usted peruana? - le preguntó a la monja
- Ja ja ja 
	…no hija, pero como si lo fuera – Rosa la miró sin comprender lo que quería 
	decir la religiosa – yo soy sor Felicidad, española... y peruana – hizo una 
	ligera pausa y continuó – hace 30 años fundé en Lima el hogar “Siervas de 
	María Auxiliadora” …ahora tengo 78 años, próxima a jubilarme y quisiera 
	pasar mis últimos años en Lima, por eso pedí que me trasladen y gracias a 
	Dios mis superiores aceptaron mi solicitud. 
- Qué lindo madre, 
	gracias por lo que ha hecho, estoy segura de que la quieren mucho.
- 
	En verdad fue muy lindo…pero bueno, basta de hablar de mí, cuéntame de tu 
	familia ¿tienes hijos, cuántos?
- Ja ja ja – rió quedamente Rosa – 
	sí, tengo hijos… dos mujercitas y…cinco varones
- ¡Siete, qué 
	maravilla! ¿Y de qué edades? 
- El mayor, Carlos, tiene 23 años y 
	Bruno, el último, seis.
- ¡Qué lindo Día de la Madre van a pasar el 
	domingo! - la monja le palmeó suavemente una mano.
A unos cuantos 
	metros el coronel Ciriani conversaba animadamente con otros tres oficiales 
	de la FAP; casi simultáneamente vieron aproximarse a dos oficiales de la 
	Fuerza Aérea Argentina, acompañados de un suboficial al que el oficial de 
	mayor graduación le dijo unas palabras que alcanzaron a escuchar– Ahumada, 
	vaya al avión, que enseguida lo alcanzamos – y luego, dirigiéndose a ellos- 
	Señores oficiales buenos días, permítanme que me presente, soy el comodoro 
	Federico Muhlemberg, piloto del avión que los llevará a Lima, y mi copiloto 
	el vice comodoro Fernando Gonzales. 
- Encantado de conocerlo, 
	comodoro, mucho gusto, soy el coronel Carlos Ciriani Santa Rosa – tomó una 
	posición algo más rígida y procedió a presentar a sus compañeros - 
	comandante Enrique Meseth Rossi, comandante Alfonso Machado Mori y 
	comandante Germán Arias Grazziani.
- Encantado de saludarlos, señores 
	oficiales, pronto reemprenderemos vuelo…con permiso – ambos oficiales 
	argentinos dieron media vuelta retirándose; habían dado unos pasos cuando se 
	cruzaron con una señora de abrigo negro, de cuero, acompañada de dos niñas 
	de unos diez años de edad, a la que Muhlemberg saludó de pasada. 
- 
	Señora Gastaldi, mis respetos - fue lo que dijo, sin detenerse; ella 
	respondió el saludo con una sonrisa y un movimiento de cabeza.
- ¿Y 
	ustedes de qué se ríen? – preguntó Ciriani, de ordinario un hombre parco y 
	serio; los tres comandantes, a su vez, trataron, sin mucho éxito, borrar las 
	sonrisas de sus rostros. 
- Es que ese suboficial argentino es 
	colorado como usted… y de su misma contextura ¿no será su pariente? – el 
	comandante que había hecho el comentario, como piloto de transporte, había 
	compartido muchos vuelos con el coronel, y tenía con él más confianza de lo 
	que aparentaba el talante seco con que Ciriani se había dirigido a ellos; un 
	esbozo de sonrisa fue la respuesta.
A las once de la mañana partió el 
	avión rumbo a Santiago, donde repostó combustible, continuando luego hacia 
	Antofagasta, última parada antes de partir hacia Lima. 
Eran las 
	cinco de la tarde, pasadas, y en la residencia de la familia Ciriani había 
	un ajetreo inusitado, inquietos niños, evidentemente hermanos, salían de la 
	casa por momentos para hablar con Máximo, chofer de uno de los dos 
	automóviles que aguardaban a la puerta, hasta que hicieron su aparición un 
	par de jóvenes, ambos veinteañeros. 
- Carlos, apura a las chicas, 
	que se nos pasa la hora – dijo el menor de ellos, y es que Carlos, en 
	ausencia de sus padres, como el mayor de los siete hermanos era quien 
	llevaba la voz cantante.
- ¡Meche…Rosa! – llamó, levantando la voz – 
	apúrense que tenemos que irnos, ya va a llegar el avión y todavía seguimos 
	acá – un par de minutos después se completó la comitiva que iría a esperar 
	la llegada de sus padres. 
En uno de los automóviles, que conducía 
	Carlos, iban Antonio, alférez de la Marina, al que llamaban “Chino” y Rosa, 
	una de las dos hermanas; el otro auto era conducido por Máximo, chofer del 
	coronel, en el cual iban la abuela materna de los muchachos, Meche, la otra 
	hermana, y Willy. Faltaban Miguel, alférez de la FAP que se encontraba en 
	misión de vuelos, y Bruno, el último de los siete hermanos, de apenas seis 
	años, que se había quedado en casa al cuidado de Justina, su ama. 
- Ay 
	Carlos, eres un exagerado, recién son las cinco y el avión llega a las 8 de 
	la noche…- dijo Rosa
- Mejor es ir temprano por si hay algún 
	inconveniente en el camino, además no conocemos el aeropuerto y no sé por 
	dónde saldrán…así que no fastidies – replicó Carlos
- ¿Qué me traerá 
	mi mamá? 
- Oye, el domingo es el Día de la Madre, no de las 
	fastidiosas – intervino “Chino”, riéndose.
En el avión, Jorge 
	Enriquez, sentado en la penúltima fila, cabeceaba, agotado, al costado de su 
	hermana Cristina; Beba, la hermana mayor, ubicada en una de las filas a 
	mitad de la cabina, dejó su asiento para acercarse a Cristina y decirle que 
	la señora con la cual había estado conversando durante la primera etapa del 
	vuelo, quería conocerla; dócilmente, Cristina fue a sentarse al costado de 
	la señora, conversó con ella alrededor de media hora y luego volvió a su 
	anterior ubicación. 
- Jorge, dice la señora de adelante que quiere 
	conocerte a ti también, así que anda adelante y yo me quedo con Beba.
	
- Pero… le hubieras dicho que estoy durmiendo y …
- Jorge, dale 
	gusto a la señora, viaja sola – terció Beba.
- Bueno, está bien.
- 
	Jorge, no te pongas el cinturón y tápate con tu chompa para que no te digan 
	nada – él no entendió porqué su hermana le había hecho esa recomendación 
	pero, como siempre, le obedecería. 
Jorge se levantó refunfuñando y se 
	dirigió al asiento que había desocupado Cristina, al costado de la señora, a 
	la altura del ala; al pasar vio, una fila más atrás, al otro lado del 
	pasillo, a la señora del abrigo negro, de cuero, con las dos niñas, una de 
	ellas acurrucada y dormida, sin cinturón; se sentó junto a la señora que 
	había preguntado por él
- Buenas tardes, señora ¿preguntó por mí? me 
	llamo Jorge Enriquez 
- Hola Jorge, sólo me faltaba conocerte a ti…- la 
	señora inició un diálogo intrascendente, aunque más parecía un monólogo, a 
	resultas del cual Jorge se quedó dormido.
El piloto del avión, se volvió 
	hacia el Suboficial Principal FAA Oscar Ahumada, ingeniero de vuelos. 
- 
	Ahumada, lo veo muy cansado.
- Es cierto, comodoro, ese reportaje de 
	mantenimiento me ha hecho sudar la gota gorda - respondió el Suboficial 
	Principal Oscar Ahumada.
- Y qué esperaba – le dijo, sonriendo – esa 
	panza no es gratuita, que venga Santos a reemplazarlo….y usted vaya a 
	descansar un poco, se lo merece, pero tenga cuidado, no se vaya a sentar al 
	lado de su gemelo, el coronel de la FAP – Ahumada no entendió la broma, pero 
	le picó la curiosidad ¿Su gemelo? - …ah, y de paso dígale al comisario 
	(empleado civil) Taverna que me traiga un café bien cargado. Ahumada se 
	dirigió a la parte posterior de la cabina de pasajeros en busca del otro 
	mecánico de la tripulación, suboficial mayor Alberto Moro; en su recorrido 
	hacia la cola, muerto de curiosidad buscó y ubicó con la mirada al coronel 
	Ciriani; al pasar por su lado se cruzaron las miradas y Ahumada saludó con 
	una ligera venia, gesto que fue correspondido por el coronel; se rió para 
	sus adentros al comprender la broma de su piloto Nos parecemos…pero no tanto 
	ja ja ja. 
Poco más atrás, estaba Jorge Enriquez, dormido y con el 
	cinturón de seguridad desabrochado, pero consideró que no valía la pena 
	despertarlo, había buen tiempo y el vuelo era tranquilo - ¿para qué 
	despertarlo? 
- Comodoro, a usted también se le nota cansado ¿por qué no 
	duerme un poco? – el copiloto hizo una pausa dubitativa, como sopesando lo 
	que iba a decir a continuación - todavía nos falta más de tres horas para 
	llegar a Lima, el avión está como una seda y tenemos muy buen tiempo, 
	descanse un poco.
- Gracias Gonzales – respondió Muhlemberg a su 
	copiloto, el vice comodoro Fernando Gonzales – pero aunque lo intente no 
	podré dormir, no está en mí, el subconsciente es más poderoso. 
Cuando 
	los Ciriani, llegaron al flamante “Aeropuerto Internacional Jorge Chávez”, 
	aún en construcción, por un rato pasearon por el interior mirando lo poco 
	que había en el gran salón, apenas los mostradores de las compañías, y sofás 
	y sillones para los pasajeros y familiares que acudían a despedir o recibir 
	pasajeros.
- Si quieren darse una vuelta por ahí, o ir al baño, o lo que 
	sea, háganlo de una vez, son las seis y media, a las siete y media nos 
	reunimos aquí – Carlos señaló el sofá en el que se había ubicado la 
	abuelita. 
- Navegante a piloto – llamó por el interfono el navegante del 
	vuelo CAME 1154 
- Adelante Otto Federico Ricardo Jermou, le escucho – al 
	comodoro Muhlemberg le encantaba mencionar los nombres y los apellidos de su 
	subordinado porque le parecía que eran algo rimbombante. 
- Comodoro, las 
	condiciones de tiempo en el Jorge Chávez, de Lima, en el momento son malas, 
	hay un banco de niebla y la visibilidad está en los mínimos.
- ¿Y en el 
	alterno? – preguntó Muhlemberg. 
- En el aeropuerto de Pisco las 
	condiciones son buenas, cubierto alto con seis octavos de visibilidad - 
	intervino el radio operador, sub oficial mayor FAA Santos Llerena.
- 
	Recibido, gracias – Muhlemberg se quedó pensativo, sin añadir palabra.
-
	
A las siete y media de la noche los hermanos Ciriani Anchorena se 
	reunieron en el lugar que había indicado Carlos, el hermano mayor, excepto 
	Máximo, el chofer, y “Chino” que apareció a poco, seguido un par de pasos 
	atrás por una pareja de adultos. 
- En el mostrador me han dicho que el 
	avión está un poco retrasado, va a llegar a las ocho y cuarto, por 
	confirmar, así que mejor nos sentamos – dijo Chino mientras empezaba a 
	sentarse, al lado de Rosa en el único siento desocupado. 
- ¿Por 
	confirmar, cómo es eso? – preguntó Meche.
- Claro – intervino Carlos – lo 
	confirman cuando ya está cerca.
Chino se percató de la presencia de la 
	pareja, a la que reconoció porque minutos antes había estado a su lado 
	indagando, al igual que él, la hora de llegada del CAME; de inmediato se 
	puso de pie.
- Por favor, señora, tome asiento – ella dudó un instante y 
	aceptó el ofrecimiento, quedando al lado de Rosa.
Por unos segundos todos 
	permanecieron callados y luego, casi simultáneamente, empezaron a conversar.
	- Gracias por cederle el asiento a mi señora, la verdad es que debe estar 
	cansada, no nos enteramos de que el vuelo viene con un retraso de tres horas 
	por la escala en Mendoza…y aquí estamos ya varias horas ¿cómo se llama 
	usted? Yo soy Enriquez, Rodolfo Enriquez, y mi esposa Sara.
- Mucho 
	gusto, señor, yo soy Antonio Ciriani y he venido con mi abuelita y cuatro 
	hermanos a recibir a nuestros padres, que vienen de celebrar su bodas de 
	plata. 
- Bueno – dijo Rodolfo con su marcado acento argentino – ustedes 
	son cinco y yo tengo cinco hijos…ja ja ja… empatador pierde.
- Qué pena, 
	don Rodolfo, porque somos…siete hermanos. 
- ¡Ah la pelota…! la casa gana 
	ja ja ja - comentario que creó una atmósfera distendida - ¿estás en la 
	universidad?
- Noo, señor, soy alférez de la Marina – involuntariamente 
	se irguió un poco. Rápidamente se generó una corriente de simpatía y 
	entraron en detalles familiares. 
- Ah caramba ¿en tu familia hay alguien 
	más dedicado a la carrera de las armas?
- Pues..sí – mi padre, dos tíos y 
	un hermano están en la Fuerza Aérea, mi hermano también es alférez, pero no 
	está en Lima, se encuentra en comisión de vuelos en la selva ¿y usted?
- 
	Nosotros estamos en tu tierra casi por casualidad…tenemos cinco hijos, tres 
	hombres y dos nenas, y estamos separados…por razones de trabajo – hizo una 
	pausa, parecía que sentía la necesidad de hablar, de descargarse de algo 
	porque prosiguió – en Argentina las cosas no andaban bien para nosotros, 
	mejor dicho para mí, como arquitecto, así que decidimos, con mi mujer, 
	tentar suerte en Estados Unidos, en Nueva York, pero allá mi título no tiene 
	validez así que los dos tuvimos que trabajar en lo que pudiéramos, eso 
	significó que yo terminara trabajando no como arquitecto, sino como empleado 
	en un laboratorio, haciendo tareas para las cuales no estaba preparado, y mi 
	esposa, cosa que nunca había hecho, también tuvo que trabajar como empleada 
	– se quedó callado, como ensimismado, y Chino supo respetar ese elocuente 
	silencio - a los chicos los dejamos repartidos, los dos mayores, Rodolfo y 
	Arturo, se quedaron en casa de unos amigos de ellos, en este vuelo vienen mi 
	hija Sara Julia, que tiene 17, María Cristina, que es la menor, de 12, y 
	Jorge Enrique de 14 – hizo una nueva pausa – y ahora nos vamos a 
	reencontrar… ¡después de un año! 
- Pero ¿cómo así usted y su esposa 
	están en Lima?
- Ah, eso; bueno, sucede que un compatriota me dio una 
	carta de recomendación para el presidente Belaunde, que es arquitecto como 
	yo y ahora estoy trabajando aquí… no te imaginas lo duro que ha sido
- 
	Estoy seguro que sí, que.. – Rodolfo pareció no escucharlo, porque continuó 
	hablando, como para sí – ¡Y vienen justo para el día de la madre! Sara, mi 
	esposa, está feliz esperando la llegada de sus tres hijos menores.
En 
	el ínterin había llegado Máximo, que se dirigió al mayor de los hermanos
	- Carlos – tuteándolo con la confianza que le daban los años al servicio de 
	Carlos padre - afuera hace un frío terrible, y hay una neblina que parece 
	una nube, fíjate que han tenido que detener el partido porque los jugadores 
	no veían la pelota, lo he escuchado en el radio del carro.
- ¿En serio? 
	¿Quiénes juegan?
- Carlos…están jugando el pre olímpico sudamericano ¿y 
	tú? ni enterado
- Oye…hoy día juegan Argentina – Colombia y Chile - 
	Uruguay ¿Está jugando Perú? ¡No! Entonces ¿qué me importa quienes juegan?
	
- Ya, pero entonces ¿cómo van a bajar los aviones si no se ve nada? - 
	preguntó Máximo
- Los pilotos saben cómo hacerlo, con instrumentos de 
	navegación – fue la respuesta de Carlos. 
- Lima, este es el CAME 1154 – 
	llamó el vice comodoro Gonzales a la torre de control del aeropuerto Jorge 
	Chávez. 
- Adelante 1154, buenas noches, esta es la torre de Lima.
- 
	Lima torre, 1154 solicita autorización para descender en ruta.
- 1154, 
	esta es Lima, autorizado para descender a discreción hasta los cuatro mil 
	pies, no tiene tráfico reportado en la ruta.
- Torre de Lima, a las 19: 
	30 hora local el 1154 inicia descenso en condiciones visuales, reportaremos 
	alcanzando los 4,000 pies.
Faltaba algo más de media hora para la 
	hora estimada de llegada del CAME 1154 cuando por los parlantes se escuchó 
	una voz que anunciaba el aterrizaje de un avión de línea comercial; quince 
	minutos después empezaron a aparecer los pasajeros recién llegados y se 
	repitieron las escenas que habían visto a la llegada de otros aviones, 
	personas que se agolpaban, cabezas erguidas y movedizas que trataban de 
	ubicar al o los pasajeros que habían ido a recibir, brazos que se levantaban 
	para llamar la atención de sabe Dios quien, y hasta algunos nombres llamando 
	a gritos a alguna persona en particular. 
Pronto los recién llegados 
	abandonaron el aeropuerto y tal parecía que sólo quedaban los que, al igual 
	que ellos, esperaban la llegada del avión argentino. 
- Lima, este es el 
	CAME 1154 – llamó a la torre de control del Jorge Chávez el vice comodoro 
	Gonzales. 
- CAME 1154, esta es Lima, adelante con su información
- 
	Lima, el CAME 1154 a las 19:50 en la vertical de su estación a 4,000 pies, 
	en condiciones visuales, pido instrucciones.
- Recibido 1154, las 
	condiciones de visibilidad continúan variables, en el momento está bajo los 
	mínimos - el operador de la torre se tomó unos segundos antes de continuar 
	con las instrucciones – le sugerimos mantenga 4,000 pies en patrón de 
	espera, lo mantendremos informado de las condiciones de visibilidad.
- 
	Recibido torre, el 1154 se mantendrá en patrón de espera a 4,000 pies – 
	Gonzales miró a Muhlemberg y continuó - ¿Me da las condiciones de 
	visibilidad de Pisco? 
- CAME 1154, en el momento las condiciones de 
	visibilidad de Pisco son buenas, informe intenciones.
- Torre de Lima, 
	por el momento el 1154 se mantendrá en patrón de espera, reportaremos 
	cualquier cambio
En la cabina del DC-4 se desarrolló un corto diálogo
	- Gonzales, vamos a dar un par de vueltas al hipódromo – refiriéndose al 
	patrón de espera, que tiene esa forma - y entonces decidiremos
Diez 
	minutos después en el 1154 volvió a llamar a la torre
- Torre de Lima, 
	este es el 1154 ¿me da las condiciones de visibilidad de su campo?
- 
	1154, esta es torre de Lima, las condiciones han mejorado ligeramente, ahora 
	está en los mínimos, reporte intenciones.
- Torre de Lima, el 1154 
	dejando 4,000 pies, reportaremos alcanzando los 3,000 pies para iniciar 
	procedimiento de descenso.
- 1154, recibido, informe iniciando 
	procedimiento de descenso 
- Torre de Lima, este es el 1154, alcanzando 
	los 3,000 pies, iniciando procedimiento de descenso.
- Lima, recibido, el 
	1154 inicia descenso instrumental.
Unos minutos después volvió a llamar:
	- Torre de Lima, el 1154, en vuelta de procedimientos, 2,200 pies entrando –
	
Con esta información estaba indicando que empezaba la recta final, de 
	norte a sur, hacia la pista de aterrizaje.
- 1154, esta es torre de Lima, 
	condiciones de visibilidad se mantienen estables en los mínimos, luces de 
	aproximación intensidad máxima.
- ¡Tren abajo! – ordenó el comodoro 
	Muhlemberg
¡Tren abajo…tres luces verdes encendidas! – respondió el vice 
	comodoro Gonzales después de unos segundos
- ¡Flaps abajo 15 grados! 
	- ¡Flaps 15 grados abajo!
Estaban listos para aterrizar
Su siguiente 
	reporte debía hacerlo dos minutos después, cuando estuviera a la cuadra de 
	Ventanilla, a 800 pies, para luego continuar descendiendo hasta la cabecera 
	de la pista de aterrizaje. 
En Santa Rosa, un balneario a pocos 
	kilómetros al norte de Ventanilla, Julio Aguilar y su esposa caminaban por 
	la húmeda vereda; ella, cogida del brazo de su marido, trataba de encontrar 
	un poco de calor pegándose a él, estaban ya a pocos metros de su casa cuando 
	ella exclamó, estremeciéndose
- ¡Ay qué frío me ha dado, Julio! ¿Tú no 
	tienes frío? ¡Tú nunca sientes frío!
- Claro que siento frío, sólo que no 
	tiemblo como tú, que pareces un biringo – Julio se rió entre dientes al 
	repetir por enésima vez la comparación que hacía de su esposa con el perro 
	peruano sin pelo, sabiendo que a ella le molestaba de sobremanera. 
- ¡Ya 
	empiezas otra vez! ¿no te cansas de decirme siempre lo mismo?
- ¡Vamos 
	mujer, no te molestes! ¿me preparas un café? - no hubo respuesta; en ese 
	momento escucharon, y luego vieron, en medio de la neblina, un avión 
	cuatrimotor justo por encima de ellos y con el tren de aterrizaje 
	desplegado, que casi inmediatamente se perdió de vista. 
- ¡Mujer! ¿has 
	visto ?… qué raro… siempre pasan más lejos – Aguilar se puso las manos 
	abiertas a los costados de la cabeza, como extensiones de sus orejas, pero 
	no escuchó nada raro, la calle seguía tan vacía y silenciosa como antes, 
	todo había vuelto a la normalidad; miró la hora, las ocho y cuarto de la 
	noche. 
El suboficial principal Oscar Ahumada, primer mecánico del avión, 
	que había estado durmiendo en un asiento de la parte posterior de la cabina 
	de pasajeros, se despertó bruscamente al sentir que el avión estaba haciendo 
	un viraje – Caramba, me he dormido más de la cuenta – se incorporó y 
	rápidamente se dirigió hacia la cabina de los pilotos; durante su recorrido 
	vio que algunos pasajeros estaban dormidos, en tanto que otros arreglaban 
	sus maletines de mano, y alguno más trataba, inútilmente, de ver algo, 
	puesto que estaban en medio de las nubes; no obstante su presuroso caminar, 
	pudo ver que Rosa, la esposa del coronel Ciriani, acurrucada, había 
	recostado la cabeza en el pecho de su esposo, en tanto que él, en gesto 
	protector había pasado un brazo sobre sus hombros, en la bocamanga de su 
	polaca azul grisáceo resaltaban los cuatro galones dorados correspondientes 
	a su rango; Ahumada, ya no pudo dar un paso más porque, de súbito, el avión 
	levantó bruscamente la nariz, haciéndolo caer al piso.
En el 
	aeropuerto Jorge Chávez, los Ciriani, impacientes, contaban los minutos, que 
	parecían durar más de lo normal, el arribo del CAME 1154 estaba programado 
	para las 8 de la noche, pero hasta ese momento no había anuncio alguno, 
	Carlos miró su reloj de pulsera, habían transcurrido más de quince minutos 
	de la hora prevista sin que se produjera el anuncio esperado. 
- Chino, 
	anda a preguntar a qué hora va a llegar el avión, ya son la 8 y 20 – Antonio 
	fue presuroso al mostrador – no se muevan de acá, voy a llamar por teléfono 
	y regreso.
Luego de unos minutos Carlos regresó para reunirse con sus 
	hermanos pero, al no ver entre ellos a Antonio decidió ir a buscarlo, lo 
	encontró en el camino. 
- Hay varias personas preguntando lo mismo que 
	nosotros, nos han dicho que el avión está un poco retrasado y que en 
	cualquier momento avisan de su llegada. 
Minutos después, alrededor de 
	las nueve, fue Carlos quien se apersonó al mostrador para averiguar el 
	motivo del retraso; cuando regresó mostraba gran preocupación. 
- ¿Qué 
	pasa? – le preguntó “Chino”.
- Algo está mal, nos han dicho que 
	aparentemente el avión se ha ido a Pisco, por malas condiciones de 
	visibilidad en el aeropuerto, pero que no están seguros, que en unos minutos 
	nos darán nueva información.
- ¿Aparentemente?… ¿cómo que aparentemente?
	- No sé, eso es lo que han dicho, por eso, tú que eres oficial, anda a la 
	torre de control y averigua qué pasa – los otros hermanos escuchaban en 
	silencio sin saber qué hacer; media hora después “Chino” estuvo de regreso, 
	con el rostro demudado. 
- Se ha presentado un problema y se van a 
	demorar en darnos información.
De inmediato empezaron las preguntas.
- 
	Chino, dinos la verdad ¿se ha caído el avión?, ¿por qué no nos dicen qué ha 
	pasado? - Rosa se mordía el puño con las lágrimas corriendo por sus 
	mejillas, en tanto que Meche estrujaba un pañuelo sollozando en silencio.
	- ¿Qué más te han dicho? – urgió Carlos. No hubo respuesta porque en ese 
	momento, cerca de las diez de la noche, apareció un funcionario de CORPAC, 
	alrededor del cual se arremolinaron las personas que estaban esperando la 
	llegada del CAME.
- Por favor señores, calma, presten atención - 
	desafortunada frase dadas las circunstancias – el avión del Correo Aéreo 
	Argentino… ha sido declarado como perdido, reportó que estaba descendiendo 
	al aeropuerto de Lima y luego hemos perdido totalmente la comunicación, por 
	lo que, en vista del tiempo transcurrido, hemos iniciado los procedimientos 
	de búsqueda. Les aconsejamos que se vayan a sus casas, cualquier noticia o 
	información que recibamos se la haremos conocer de inmediato. Lo siento 
	mucho.
- Máximo – llamó Carlos al chofer – llévate a la abuelita y a mis 
	hermanos a casa, Chino y yo nos quedamos – nadie replicó, desfilaron en 
	silencio, muy juntos, en dirección a la playa de estacionamiento. 
Una 
	vez solos los hermanos conversaron brevemente.
- ¿Qué te dijeron en la 
	torre de control? – preguntó Carlos.
- Estaban muy preocupados, me 
	dijeron, muy confidencialmente, que el piloto había reportado que ya estaba 
	en la parte final de su aproximación, luego ya no lo volvieron a escuchar ni 
	respondió a los llamados de la torre, por lo que creían que se había 
	estrellado en la zona de Ventanilla. 
- ¡Vamos! ahí deben haber escuchado 
	algo ¿tú conoces Ventanilla?
- No, pero vamos, preguntaremos, algún 
	letrero habrá. 
La carretera que conducía al desconocido lugar era de 
	sólo dos carriles, ondulada, en ascenso siguiendo el perfil de las lomas y 
	sin iluminación alguna; la espesa neblina hacía más lóbrega la noche, y los 
	hermanos, sumidos en sus pensamientos, apenas si hablaron.
- ¿Tú crees 
	que encontremos algo? – preguntó Chino
- No sé, pero tenemos que ir, de 
	todas maneras.
- Es que si han caído al mar los sobrevivientes no 
	recibirían ayuda hasta mañana, y eso será demasiado tarde.
- No sé, tal 
	vez se han estrellado y puede haber sobreviviente… no sé, por lo menos vamos 
	a intentar, no nos podemos quedar sentados a esperar noticias, nadie sabe 
	qué ha pasado… siempre hay esperanzas… no sé.
Ventanilla, cuya 
	construcción se inició en 1960, concebida bajo el concepto de ciudad 
	satélite, contaba con todos los servicios básicos, aun cuando su población 
	era todavía muy escasa; cuando los Ciriani llegaron se dirigieron al lugar 
	más iluminado, que resultó ser la amplia y larga avenida principal, 
	iluminada con grandes luces de mercurio, pero completamente vacía, como si 
	de una ciudad fantasma se tratara. Tras dar unas vueltas encontraron la 
	comisaría, que resultó ser pequeña y con sólo el personal de guardia, un 
	sargento y dos guardias; Chino se identificó como oficial de Marina con el 
	único policía que estaba despierto, comunicándole sus intenciones de buscar 
	el lugar del accidente.
- Mi alférez, son las once de la noche, no 
	tenemos conocimiento del accidente que usted me menciona y en este momento 
	sólo podría apoyarlo con un policía, lo cual me parece peligroso.
- No 
	importa, saldremos con sólo ese. 
- Mi alférez, si me da usted quince 
	minutos creo que podría llamar a dos más, que viven acá en Ventanilla.
	
De a pocos, Jorge Enriquez se fue despertando; estaba acostado, boca 
	abajo, tirado en la arena.
Alzó la vista, un espectáculo dantesco se 
	presentó ante sus ojos.
Por un instante pensó que estaba sumido en una 
	espantosa pesadilla; pretendió despertarse, salir, salir de ese sueño y no 
	podía…
No había manera, la escena era real y le costó bastante darse 
	cuenta que aquello no era un sueño. Se pellizcaba los brazos y la cara. No 
	podía creerlo. Llegó al punto de masticar arena para confirmar que no se 
	trataba de una pesadilla. No podía salir de su letargo ni de su asombro.
	Lentamente fue comprendiendo y entrando en la realidad. Empezó a recordar 
	que estaba viajando con sus hermanas y que, evidentemente, el avión había 
	sufrido un accidente.
Era de noche, una noche absolutamente negra, con 
	mucha niebla; sentía frío y calor al mismo tiempo.
Se imaginó que estaba 
	totalmente solo y desamparado en algún lugar del mundo. No podía entender 
	que todo eso le estuviera sucediendo realmente.
Lo primero que pudo 
	distinguir fueron pequeños focos de fuego, de unos 10 a 40 centímetros de 
	altura, que evidentemente formaban parte de un incendio que se estaba 
	extinguiendo y que había consumido casi la mitad del avión.
En ese 
	instante, entendió, con un profundo dolor en el alma y mucha impotencia, que 
	ya nada podía hacer por sus queridas hermanas, ni por ninguno de los que 
	estaban en ese verdadero infierno… Todo había terminado…
Se incorporó. No 
	sentía dolor alguno… sólo el que sentía dentro de su corazón. 
En ese 
	estado de perplejidad, comenzó a caminar, descalzo y desorientado, sin 
	rumbo. Había muy poca visibilidad, por lo que no podía distinguir mucho. La 
	desolación era total. Pasó por el costado de un tren de aterrizaje, que aún 
	tenía las ruedas acopladas, se veía como arrancado de cuajo; la noche era 
	terriblemente negra y una sobrecogedora atmósfera de silencio lo envolvía.
	
De pronto, surgiendo de esa espesa oscuridad, escuchó el llanto de una 
	niña y empezó a buscarla. El llanto lo fue guiando y, al fin, llegó a su 
	lado, la encontró sentada sobre la arena, llorando desconsoladamente; se 
	trataba de Graciela Gastaldi, de 9 años. Ya no estaba solo, ahora eran dos.
	Luego de un buen rato de estar juntos comenzó a bajar la temperatura, como 
	resultado de que poco a poco se fueron apagando los últimos focos del 
	incendio, que persistían y que, hasta ese momento, los mantuvo calentitos; 
	Jorge caminó unos cincuenta metros, alejándose del avión, tratando de 
	reconocer el terreno y ver si encontraba algo que les fuera útil… lo único 
	que encontró fue frío y más frío.
Regresó al lado de Gracielita, que 
	solamente tenía puesto un vestido liviano, de mangas cortas. Como él tenía 
	un sweater y encima un saco de media estación, se sacó el sweater y se lo 
	entregó a Gracielita.
Luego, cavó dos pozos más o menos de su talla en la 
	arena, que aún estaba templada debido al calor generado por el incendio del 
	avión. Este, o más bien lo que quedaba de él, se encontraba a unos 30 metros 
	de distancia.
Recostó a Gracielita en uno de los pozos cubriéndola con la 
	arena, que aún estaba tibia, dejándole sólo la cabeza afuera; él hizo lo 
	mismo en el otro pozo. Permanecieron así durante un tiempo, que calculó que 
	fue de más de una hora. 
A las once y veinte minutos de la noche 
	regresó el policía que había ido a buscar a otros dos, pero acompañado de 
	sólo uno. Los cuatro hombres, los dos hermanos Ciriani y dos policías, se 
	encaminaban hacia los cerros con apenas dos linternas de mano ¿hacia dónde 
	dirigirse? no tenían la menor idea, simplemente empezaron a subir y bajar 
	las elevaciones que se les presentaban, con la esperanza de encontrar alguna 
	pista que los condujera al avión siniestrado. Caminaron cerca de media hora, 
	hasta ese momento juntos, sin encontrar la menor señal del avión, por lo que 
	decidieron formar dos parejas, uno de los hermanos con una linterna y un 
	policía en cada una de ellas; la idea era cubrir más espacio, manteniéndose 
	en contacto mediante señales intermitentes con la luz de las linternas; al 
	comienzo así lo hicieron, con éxito, pero al cabo de una hora, en medio de 
	las tinieblas y subiendo y bajando por terreno desconocido, dejaron de verse 
	entre sí. Carlos, cansado y desmoralizado se detuvo en una elevación 
	encendiendo y apagando la linterna repetidamente, que era la señal convenida 
	para juntarse cualquiera fuera el motivo; la falta de respuesta lo llenó 
	mayor preocupación, inicialmente pensó que no veía la respuesta de su 
	hermano por lo denso de la neblina, lo que suponía que su hermano tampoco 
	estaba viendo las suyas ¿Se habrá extraviado? pensó angustiado, lo llamó a 
	gritos, sin resultado, nuevamente hizo señales con la linterna y le pidió al 
	policía que lo acompañaba que hiciera sonar su silbato, aguzaron los oídos, 
	sin escuchar respuesta alguna. 
Jorge Enriquez, en su hoyo en la arena, 
	comprendió que tenía que olvidarse del dolor y aferrarse con todas su 
	fuerzas, de cuerpo y espíritu, a la vida que Dios le prestaba por un tiempo 
	más.
En ningún momento de la terrible tragedia que estaba viviendo pudo 
	llorar, sólo se preguntaba - Señor ¿por qué a mí? ¿por qué así? ¿por qué…?
	En esas circunstancias, la presencia de Gracielita fortaleció su ánimo y lo 
	empujó a asumir la responsabilidad que le tocaba vivir, dejó de pensar en sí 
	mismo y en sus hermanas ya ausentes, ocupándose solamente en pensar en cómo 
	salir de allí; sediento, con la boca seca, se pasó la lengua por los labios, 
	los sintió como si estuvieran cubiertos por una costra, alarmado supuso que 
	si permanecían donde se encontraban morirían por deshidratación; consideró 
	que siendo el más grande, el mayor, contaba con “más experiencia” y 
	“conocimiento” de lo que les podía suceder quedándose en ese inhóspito 
	lugar, decidió que lo mejor era alejarse cuanto antes e ir en busca de 
	ayuda. 
- Gracielita, tenemos que irnos, vamos a buscar a alguien que nos 
	ayude
- ¡No! Déjame acá, ándate tú solo. 
La niña, que tenía sólo 9 
	años, estaba plenamente consciente de la pérdida de su madre y de su única 
	hermana; Jorge insistió una y otra vez, pero Gracielita, completamente 
	abatida, le daba siempre la misma respuesta – No ándate tú solo - Jorge 
	comprendió que era necesario emplear otra táctica para convencerla. 
- 
	Gracielita, te voy a contar algo que no lo sabe nadie
- ¿Si…qué cosa?
	- Algunos tenemos hasta tres oportunidades de vivir, así nos pase lo que nos 
	pase 
- No te creo. 
- Claro que es cierto, esta es tu primera vez, 
	pero para mí ya es la tercera y si no son accidentes, o lo que sea, tú y yo 
	somos de esos, entonces yo moriré y seguro tú te salvarás. 
- No te creo 
	¿cuándo fue que casi te mueres? 
- Una vez, en el colegio, cuando yo 
	tenía ocho años, como tú… 
- Tengo nueve años…no ocho – lo interrumpió la 
	niña. Jorge continuó, contento, porque vio que Gracielita se interesaba en 
	su pequeña historia.
- Ah, sí, bueno la cosa es que en el colegio había 
	una fiesta patriótica y en el patio habían levantado un palco con un arco, 
	como de fútbol, pero muy grande, que iban a forrarlo con papeles del color 
	de la bandera – se detuvo un momento – entonces se me ocurrió treparme al 
	arco y colgarme de cabeza flexionando las rodillas, no sé qué hice pro se me 
	soltaron las piernas y me caí de cabeza al piso de cemento – suspiró – por 
	supuesto quedé inconsciente por la conmoción cerebral, me llevaron a un 
	médico que vivía cerca y ahí me quedé varias horas…cuando me desperté no 
	tenía ni fractura ni nada.
El suboficial de la Guardia Civil se dirigió a 
	“Chino”
- Mi alférez, disculpe que se lo diga, pero…creo que estamos 
	perdiendo el tiempo… estee…si hubiera caído por acá, lo habríamos 
	escuchado…los aviones no pasan tan cerca de Ventanilla, pasan por el mar.
	- ¿Entonces, nunca los escuchan? – le preguntó Chino.
- A veces los 
	vemos, mejor dicho las luces, a lo lejos, y casi no se les escucha – el 
	policía se detuvo.
- ¿Qué más me ibas a decir? 
- Bueno 
	queeee…hubiéramos escuchado la explosión…o sentido algo – en ese momento 
	Chino trastabilló y en su esfuerzo por mantener el equilibrio soltó la 
	linterna, preocupado trató de encenderla, pero fue inútil, ya no funcionaba.
	- ¡Carajo…se malogró! – exclamó - ¿Y ahora, cómo le aviso a Carlos? 
Tuvo 
	la misma idea que Carlos, le pidió al policía que hiciera sonar su silbato, 
	sin resultado alguno; después de varios intentos comprendió que no tenía 
	alternativa, debían regresar al pueblo. Cuando llegaron de regreso se 
	dirigieron inmediatamente a la comisaría, donde el sargento los esperaba 
	despierto; pasaron quince, veinte minutos, y Chino, que no tenía otra opción 
	que esperar, estaba nervioso, casi desesperado, mil ideas le cruzaban por la 
	mente - ¿Hasta qué hora lo tendré que esperar? ¿y si no aparece en toda la 
	noche? ¿qué hago, a quién llamo? ¿a esta hora…a quién?
Gracielita, ya 
	convencida por Jorge, se dispuso a acompañarlo; de pronto, cundo habían 
	caminado unos 50 metros encontraron, tendido en la arena, a un hombre al que 
	no habían visto hasta ese momento por lo densa que era la neblina; de unos 
	cuarenta años y con uniforme de la Fuerza Aérea, estaba semiinconsciente, 
	sólo emitía gemidos y balbuceaba palabras incoherentes, había sufrido un 
	fuerte golpe en la frente y tenía un ojo evidentemente lesionado y lleno de 
	arena, además de una pierna fracturada. Impotentes para prestarle alguna 
	ayuda se limitaron a darle unas palabras de consuelo y prometerle que 
	buscarían ayuda también para él, sin saber si los escuchaba o no.
Los dos 
	niños, de 9 y 14 años, solos, descalzos, con mucho frío, totalmente 
	desorientados y casi casi sin visibilidad, estaban viviendo la noche más 
	oscura de sus vidas.
Después de caminar sin rumbo por el desierto algo 
	más de media hora, encontraron diferentes huellas de vehículos; esperanzados 
	con el hallazgo se pusieron a caminar sobre ellas buscando un destino; pero 
	fue inútil, esas huellas se entrecruzaban formando un verdadero laberinto, 
	alguna que seguían, más adelante desaparecía borrada por acción del viento; 
	intentaron seguir varias de ellas, pero en todas sucedía lo mismo - No 
	sabían que el lugar era un lugar de práctica del Ejército, de ahí la 
	profusión de huellas sin destino - Jorge supuso que al no tener referencias 
	estaban caminando en círculos; frustrado, y casi vencido, pensó por un 
	momento abandonarse, pero una vez más se sintió que era responsable por 
	Gracielita, decidió entonces ponerse en manos de Dios y reemprender el 
	camino en una sola dirección, la que fuera, pero en línea recta. 
En la 
	comisaría el sargento de la policía notó el obvio nerviosismo de Chino
- 
	Mi alférez, no se preocupe, los dos efectivos que los acompañaron son 
	conocedores de esta zona… en cualquier momento regresan, seguro.
Carlos y 
	Chino habían caminado, en realidad sin rumbo, durante dos horas, subiendo y 
	bajando dunas, la espesa neblina no les había permitido ver más allá de unos 
	cuantos metros, no habían encontrado indicio alguno y ya no sabían si 
	estaban yendo hacia el oeste, al norte o al sur, hasta que se separaron y 
	perdieron el contacto, recién entonces se convencieron que lo que estaban 
	haciendo era un sinsentido. Decidieron regresar a Ventanilla y volver a 
	Lima, con la intención de retornar por la mañana para hacer un nuevo 
	intento. Llegaron a su casa a las dos de la madrugada, agotados, cubiertos 
	de tierra y desmoralizados.
El estridente sonido de la campanilla del 
	teléfono, ubicado en la sala de recibo, rompió inmisericorde el silencio de 
	la madrugada, el teniente FAP Mario Muñiz, sobresaltado por el intenso 
	repiquetear encendió la luz de la lamparita de su mesa de noche y miró la 
	hora - ¡las dos de la mañana! - retiró las cobijas y se dirigió presuroso a 
	contestar el teléfono que seguía alborotando; en su apuro salió descalzo de 
	su habitación, el frío de las baldosas lo hizo estremecer
- Aló…- 
	contestó preocupado, en los pocos pasos que dio hasta llegar al teléfono iba 
	pensando - ¿Quién será que llama a esta hora, será algún problema con mis 
	viejos…o con uno de mis hermanos? Carlos está en la Unión Soviética…
	- ¿Teniente Muñiz? 
- Sí, presente - le pareció la voz del Comandante 
	del Grupo 8
- Muñiz, te habla el coronel Fernando Miró Quesada – ¿Qué 
	habrá pasado? - efectivamente era quien él suponía - vente al Callao 
	inmediatamente, tenemos una emergencia…el CAME argentino (Correo Aéreo 
	Militar al Extranjero) que venía de Buenos Aires reportó haciendo descenso y 
	no ha aterrizado, estamos llamando a todos los pilotos de helicóptero. 
	
- Salgo enseguida, mi coronel – el alivio había dado paso a la 
	preocupación, manejaba rápido pero prudentemente - ¿El CAME? Ese es un DC- 4 
	¿haciendo descenso y no ha llegado? se ha estrellado. Cuántos muertos. Ahí 
	no hay sobrevivientes – el limpiaparabrisas de su automóvil funcionaba en 
	marcha lenta, una fina llovizna le restringía la visión – con este tiempo no 
	vamos a poder volar ¿habrán caído al mar? 
Graciela, lastimada, muy 
	cansada y desanimada le suplicó que se detuvieran, que ya no podía más; 
	Jorge se sentó a su lado, ambos en silencio, hasta que después de un rato la 
	niña le preguntó.
- ¿Cuál fue la segunda vez que casi te mueres? 
	-¡Uy! Esa fue terrible también – Jorge se alegró de escuchar la pregunta 
	porque, a pesar de todo, Gracielita no se había abandonado, que era lo que 
	él más temía – todos los días, al llegar del colegio, solía buscar uno de 
	los caballos que teníamos; se llamaba Rocío y lo montaba a pelo, usando sólo 
	una soga a modo de rienda. Un día, luego de andar y galopar, regresé a casa 
	cuando sólo estaba mi abuela, durmiendo la siesta. Me bajé del caballo, le 
	desaté la soga de la boca, y como Rocío estaba muy sudado imaginé que 
	tendría mucha sed, entonces, parado detrás de sus ancas, le pegué despacio 
	con la soga y le dije “anda a tomar agua”. Pero el caballo se asustó y salió 
	corriendo, al tiempo que lanzaba una coz que me pegó en la boca del 
	estómago; caí desmayado y calculo que permanecí ahí, tirado y solo en el 
	medio del parque, por más de una hora, hasta que me desperté sintiendo sólo 
	un poco de dolor en los músculos del estómago ¿qué te parece?
- Que 
	tienes mucha suerte.
- Sí, pero como te dije, esta es la tercera vez…y ya 
	no tengo más chance.
- Sí, ya me lo has dicho.
- Entonces vamos, 
	sigamos caminando.
De esa manera siguieron avanzando muy lentamente, de 
	acuerdo a las posibilidades de Gracielita, deteniéndose cada vez que ella se 
	lo suplicaba, que era cada 50 metros, como mucho. Por momentos la niebla era 
	menos espesa, lo cual les permitía, cada tanto, ver un poco mejor lo que 
	hubiera más allá. Sólo por instantes el cielo se tornaba diáfano, dejando 
	que la luna los iluminara.
Como el relieve del suelo era quebrado, con 
	ondulaciones que sólo les permitía ver el final de las lomas, advertía las 
	siluetas de lo que se le antojaban casas de diversos tamaños y formas, 
	entonces apresuraban el paso con excitación y entusiasmo, pero al llegar, 
	toda esa ilusión se desmoronaba al comprobar que sólo se trataba de rocas 
	esparcidas sobre la arena, las cuales en su conjunto formaban algo muy 
	parecido a un poblado. Jorge realmente se entusiasmaba cada vez que esto 
	sucedía, y sucedió varias veces, pues le parecían totalmente reales, al 
	punto que llegó a imaginarse que en cualquier momento, en medio de la nada, 
	encontrarían “una casita, desde la cual pedirían ayuda por teléfono”. 
En 
	cuanto Muñiz llegó a la Base Aérea, a las 3 de la mañana, se dirigió 
	presuroso a la línea de vuelo. Desde lejos reconoció al oficial que estaba 
	uniformado de azul, era el coronel Fernando Miró Quesada, Comandante del 
	Grupo Aéreo N*8. Hombre alto, su figura era inconfundible, con capote, 
	chalina blanca y gorra destacaba aún más. Junto a él estaban el Jefe de 
	Servicio y otros oficiales.
- Presente, mi coronel, buenos días – el 
	teniente Mario Muñiz se cuadró y saludó militarmente.
- Hola Muñiz, ya 
	sabes lo del CAME, vamos a esperar que aclare un poco para salir a 
	buscarlos, tienen que estar en los alrededores de Ventanilla…pero con este 
	tiempo… – dejó la frase en suspenso
- Creo que el Alouette tres sería 
	el adecuado, mi coronel 
- Muy bien, la idea es salir a rastrear el 
	mar por si hay señales de un amerizaje, aunque estoy seguro que lo vamos a 
	encontrar en los cerros, me parece que se ha equivocado y ha hecho su 
	descenso con el radiofaro de Ventanilla – más por pasar el tiempo que otra 
	cosa, el coronel, viejo piloto de transporte con muchas horas de vuelo, 
	continuó explicando porqué creía que encontrarían el avión accidentado en el 
	sitio que él indicaba – como ha reportado que estaba ejecutando los 
	procedimientos de descenso, o sea dejando los 3,000 pis, y luego se perdió 
	la comunicación, podemos supones que estaba en la pierna final del descenso, 
	entrando de norte a sur y seguramente ya a 800 pies, que es la altura mínima 
	hasta llegar a Ventanilla. Imagínate una cruz formada por las dos agujas que 
	señalan los radiofaros – el coronel se refería a las agujas en el tablero de 
	instrumentos, a la par que gesticulaba para ser más explícito - la 
	aproximación final la haces siguiendo la aguja número “1”, que te señala a 
	la nariz siguiendo las señales del radiofaro del Aeropuerto Internacional y 
	que te lleva directamente a la cabecera del campo – hizo una ligera pausa - 
	la otra aguja, la número “2”, irá cayendo hacia la izquierda, señalando la 
	ubicación del radiofaro que está en los cerros de Ventanilla - hizo una cruz 
	con los manos extendidas – esto significa que estás en la trayectoria 
	precisa para llegar a la cabecera del campo y que los cerros van quedando a 
	la izquierda, en ese punto empiezas a descender hacia la cabecera de la 
	pista, pero … si se han equivocado y han sintonizado la aguja N* “1” en el 
	radiofaro de Ventanilla como si fuera el aeropuerto, entonces han supuesto 
	que están dirigiéndose a la cabecera del campo, cuando en realidad estaban 
	dirigiéndose directamente a los cerros y …- el significativo gesto lo decía 
	todo 
- Mi coronel ¿qué información tenemos? – preguntó Muñiz; el 
	coronel le extendió una hoja de papel con unas anotaciones escritas a 
	máquina
“Correo Aéreo Militar al Exterior – CAME Vuelo 1154
- Avión 
	DC-4 Fuerza Aérea Argentina - matrícula T- 47
- Personal a bordo 49
- 
	Plan de Vuelo: Buenos Aires (Aeroparque) – Santiago de Chile - Lima
- 
	Decolaje 05:30 hrs. Aterrizó en Mendoza (El Plumerillo) por mantenimiento
	- Decolaje de Mendoza 11:00 hrs con destino a Santiago, escala técnica. Dos 
	horas en tierra para continuar a Antofagasta, para nueva escala técnica 
	(Recarga de combustible)
- A las 8:15 pm El CAME reporta iniciando 
	procedimiento de descenso instrumental en Lima. Se pierde contacto, no 
	aterriza en “Jorge Chávez” 
El caminar descalzos, en un terreno en el 
	que los pies se hundían por lo suelta que estaba la arena, se convirtió en 
	un verdadero suplicio y los descansos se hicieron cada vez más frecuentes y 
	más prolongados; así, caminando y descansando, siguieron avanzando perdida 
	la noción del tiempo. En determinado momento Gracielita simplemente se sentó 
	y no quiso continuar caminando, Jorge, una vez más trató de animarla a 
	seguir pero ella se negó en redondo; a Jorge no le quedó más remedio que 
	sentarse a su lado, en silencio, pensando en qué hacer ¿continuar solo y 
	buscar ayuda? ¿quedarse junto con ella a esperar lo que el destino señalara? 
	Se puso de pie y cruzó los brazos, rumiando su preocupación. Ya habían 
	deambulado varias horas por el negro desierto, escuchando el abrumador 
	sonido del silencio cuando a Jorge le pareció escuchar, a lo lejos, el rumor 
	del mar; sobresaltado orientó la cabeza de manera de tratar de confirmar lo 
	que le parecía haber escuchado, de inicio no le dijo nada a Gracielita, no 
	quería darle un nuevo desengaño, presentía que sería el último.
- 
	¿Escuchas? …¡Escucha! ¡eso es el mar! – le dijo - Tenemos que llegar allá. 
	Vamos, ahí en el mar hay vida, pasan barcos, lanchas, pescadores, gente ¡hay 
	vida ¡Tenemos que llegar! – pero ella no le creía y le respondió 
- 
	Mentira…no te creo, ándate tú solo y déjame acá
- Te propongo algo…yo voy 
	a ir hasta la costa, y si el mar está ahí ¿vienes conmigo?
No podía 
	negarse, aceptó; de inmediato Jorge se alejó, no más de 50 metros, y se tiró 
	sobre la arena, de espaldas, a descansar un poco, sin preocuparse de que 
	Gracielita lo viera ya que era noche cerrada y con mucha niebla. Dejó pasar 
	un rato largo, más de media hora, y volvió al lado de su compañera de 
	infortunio; llegó casi corriendo, jadeando, como excitado, con un entusiasmo 
	improvisado, para engañarla, y un poco a sí mismo también puesto que no 
	había visto el mar.
- Vamos, está el mar, lo vi y allí tenemos vida, 
	dale, vamos – cumpliendo su promesa, Gracielita se levantó entusiasmada y 
	empezó a caminar, con ayuda de Jorge, un poco más rápido que hasta entonces, 
	haciendo paradas más breves para llegar cuanto antes a lo que esperaban 
	fuera su salvación.
A medida que avanzaban empezaba a clarear; al fin iba 
	terminándose la negra noche y despuntaba el amanecer.
Carlos, después de 
	ducharse, puso la alarma del despertador para que sonara a las seis de la 
	mañana, había convenido con Chino en que saldrían hacia Ventanilla a las 
	seis y media. Arrebujado trató de conciliar el sueño, suponía que con lo 
	cansado que estaba se iba a dormir rápidamente, pero mil preguntas se le 
	venían a la mente y no conseguía pegar un ojo, daba vueltas en la cama sin 
	encontrar una posición que le acomodara, hasta que el cansancio pudo más, no 
	supo en qué momento se quedó dormido. Durmió sobresaltado, con un sueño 
	inquieto nada reparador; aún no había sonado el timbre del despertador 
	cuando escuchó que Chino se había levantado y se dirigía al baño, quitó la 
	alarma del despertador y encendió el radio que estaba sobre su mesa de 
	noche.
- ¡Chino, ven, escucha! - llamó Carlos – están dando noticias del 
	avión – Chino se acercó apresuradamente, con la cara cubierta de espuma de 
	afeitar. 
“… avión de la Fuerza Aérea Argentina perdió contacto con la 
	torre de control del aeropuerto Jorge Chávez, a las 8 y treinta de la noche, 
	aproximadamente, cuando se aprestaba a aterrizar” 
“… nuestro reportero 
	nos informa que pasada la hora de aterrizaje los operadores de torre dieron 
	la voz de alarma, CORPAC presume que el avión se habría estrellado en los 
	cerros de Ventanilla, y ha puesto en acción el plan de búsqueda y dos 
	patrullas de personal especializado …” 
Suaves golpes en la puerta del 
	dormitorio les llamó la atención, Carlos abrió la puerta, era Justina, el 
	ama del hermano menor, Bruno, que solía levantarse temprano.
- 
	Carlos…anoche llamó tu tío Enrique, para hablar contigo, le dije que tú y 
	Chino no habían regresado del aeropuerto.
- ¿Qué más te dijo?
- 
	Preguntó por Chino, pero como tampoco estaba me dijo que lo llames en cuanto 
	llegaras, pero no te escuché llegar ¿a qué hora llegaron ustedes?
- Como 
	a las dos de la mañana, pero si te ha dicho que lo llame…
Carlos llamó a 
	su tío, el general Enrique Ciriani, hermano de su padre; la conversación fue 
	breve
- Dice el tío Enrique que no vayamos a Ventanilla, que nos quedemos 
	con las chicas y que él nos avisará de cualquier novedad.
En el Grupo 8 
	el coronel Miró Quesada y los oficiales que lo acompañaban estaban 
	impacientes, el clima jugaba en su contra, por ratos parecía mejorar pero 
	luego volvía a cerrarse. Paulatinamente el día fue aclarando.
- Mi 
	coronel, creo que podemos intentar llegar a la línea de costa – dijo el 
	teniente Muñiz - podríamos ir en vuelo lento y rasante hasta el mar, ya en 
	el lugar veremos si podemos entrar a los cerros – media hora después estaban 
	haciendo vuelo lento en un helicóptero Alouette tres, apenas a tres metros 
	del suelo, con la mirada atenta a los obstáculos que iban encontrando. 
-
	
Su caminata, que duraba ya más de una hora se les hizo demasiado pesada, 
	recién con las luces del alba Jorge pudo apreciar que Gracielita tenía las 
	dos piernas y parte del rostro quemados por el calor que había irradiado el 
	avión incendiado, además de un corte de unos diez centímetros en la cabeza; 
	por su parte él tenía una quemadura extensa en la mano derecha, otra en la 
	cintura, sobre la pelvis, y un pequeño corte en la cabeza, cerca de la nuca.
	
Los dos tenían arena pegada en las quemaduras, lo que les resultaba muy 
	molesto y doloroso, sobre todo a Gracielita que, más afectada por la 
	deshidratación, constantemente, cada vez con mayor frecuencia, le pedía agua 
	a Jorge, agua que no tenían.
De pronto ¡el mar! Se encontraban sobre el 
	filo de una meseta, con el mar a unos 40 metros abajo
- ¿Ves Graciela? 
	¡Te lo dije, el mar! - Jorge saltaba señalando la playa 
Gracielita 
	exclamó
- ¡Por favor, baja y tráeme agua!
- Sí, voy – le respondió 
	Jorge – pero el agua de mar no se puede beber, sólo podemos lavarnos las 
	heridas.
Ella quedó sentada arriba, mientras Jorge, que estaba mejor 
	físicamente bajó el barranco a los saltos, no había otra forma de hacerlo 
	por la inclinación que tenía el terreno. 
- Apenas si puedo ver el 
	terreno – el coronel, a bordo del helicóptero, había hecho el comentario más 
	por disipar la tensión que por mencionar lo obvio.
- 
- Mi coronel, 
	estoy seguro que por aquí no hay cables…pero nunca se sabe…avíseme si ve 
	algún poste … porque los cables van de poste a poste 
Por fin llegaron a 
	la playa…y a las gaviotas. Muñiz, siguiendo las instrucciones del coronel se 
	adentró en el mar unos 300 metros, luego tomó el rumbo opuesto al que se 
	suponía podría haber llevado el avión al momento de perder comunicación; con 
	relativa frecuencia se cruzaban, o sobrepasaban, a gaviotas que se apartaban 
	en violentos giros.
- 
- Mi coronel, voy a mantener poca velocidad 
	para darles a las gaviotas oportunidad de apartarse, no sea que se meta una 
	a la turbina
- 
- Tú eres el piloto – fue su respuesta
El coronel 
	Miró Quesada y el teniente Muñiz peinaron el mar en busca de restos que les 
	indicara que el avión había caído al agua, pero no encontraron señal alguna, 
	hasta que fue necesario regresar a la Base para recargar combustible. El 
	clima seguía jugando con sus expectativas. Por momentos parecía que mejoraba 
	la visibilidad pero al momento siguiente estaban nuevamente en medio de la 
	neblina, siempre a poca altura. Volvieron a la Base, recargaron combustible 
	y emprendieron un segundo intento, esta vez pegados a la línea de costa 
	buscando alguna señal y una oportunidad de entrar a los cerros. Muñiz, con 
	ojo experto, evaluaba sus posibilidades. Había calculado bien el peso bruto 
	y sabía que podría mantenerse en vuelo estacionario sin peligro. Un par de 
	veces le pareció que podría adentrarse a tierra pero su experiencia le decía 
	que tenía que tomar un poco más de margen, paciencia, paciencia. En una 
	tercera ocasión creyó que ese era el momento, una depresión del terreno lo 
	tentó a arriesgar un poco más, pero decidió cambiar de ángulo para ver con 
	más precisión el desarrollo del terreno, en ese momento el vaivén de la 
	neblina le permitió ver que si hubiera entrado se hubiera encajonado, su 
	decisión había sido acertada; nuevamente tuvieron que volver a la Base para 
	recargar. En ese ínterin de ir y volver, dos veces, habían llegado a la base 
	otros pilotos, entre ellos el Comandante del Escuadrón de Rescate, el mayor 
	Fernando Melzi Parodi quien, en cuanto llegó y tomó conocimiento de la 
	situación dispuso que se hiciera el pre vuelo a los otros helicópteros y que 
	dos tripulaciones estuvieran en alerta hasta que Muñiz reportara que las 
	condiciones meteorológicas permitirían un vuelo seguro. Salir en esas 
	condiciones en que se encontraban era muy peligroso, la zona de búsqueda era 
	relativamente pequeña y la visibilidad muy mala, lo que generaba el 
	escenario perfecto para una colisión entre las unidades de búsqueda.
	Cuando retornó el helicóptero en el cual había salido el coronel, el mayor 
	Melzi se acercó.
- Buenos días mi coronel – saludó al coronel Miró 
	Quesada - he venido en cuanto me avisaron, ya estoy enterado de la 
	situación…
- Está bien, no te preocupes, es un verdadero problema la 
	falta de teléfonos en las casas, en fin, la cosa es que ya estás aquí.
	
- CORPAC ha llamado a la Marina y también participará en la búsqueda 
	
- Está bien, coordinaremos en el momento oportuno; mira – le mostró la 
	carta de navegación, doblada de forma de tener a la vista la zona de 
	búsqueda - este es el radiofaro de Ventanilla, tenemos que ir un poco más al 
	norte y por ahí los vamos a encontrar, estoy seguro. 
- Mi mayor - 
	intervino Muñiz - ya está levantando un poco, hemos sobrevolado el mar y los 
	acantilados y creo que en más o menos una media hora podrían salir los otros 
	“fierros” (helicópteros) Sugiero que nosotros vayamos en el Alouette Dos 
	para monitorear el tiempo. 
- 
- ¿Qué opinas, Melzi?
- Estoy de 
	acuerdo con Muñiz, mi coronel, pero hay que indicarle a la Marina que si va 
	a enviar algún helicóptero, que se mantenga sobre el mar, que nosotros nos 
	estamos encargando de la búsqueda desde la línea de playa hacia tierra …no 
	vaya a ser que nos crucemos y…
- Muy bien – dijo Miró Quesada – 
	vamos, Muñiz avísale a la torre nuestras intenciones, cualquier cosa la 
	decidiremos en la zona.
- Eco Bravo – llamó el mayor Melzi – que el 
	Oficial de Operaciones llame a la torre de control del aeropuerto para que 
	les indique a los helicópteros de la marina que nuestra zona de operación 
	será de la línea de playa hacia los cerros, que no ingresen a esa zona, no 
	nos vayamos a cruzar y…- dejó la frase en el aire. 
Inmediatamente se 
	dirigieron al Alouette Dos, helicóptero más pequeño con capacidad para cinco 
	personas, dos en los asientos delanteros, individuales, y tres en el asiento 
	posterior, tipo banca, corrido. Como piloto iba Muñiz, en el otro asiento 
	delantero iba Melzi y en el posterior Miró Quesada. 
Una vez abajo, Jorge 
	Enriquez se encontró en el centro de una bahía de unos mil metros de 
	extensión; sin perder tiempo se metió al mar hasta que el agua le llegó a 
	las rodillas y se lavó la cara y las manos tratando de quitarse la arena que 
	se le había pegado en las heridas, a esas alturas ya secas; al salir algo 
	llamó su atención, providencialmente era una mitad de calabaza, como un 
	cuenco, que recogió y enjuagó en el mar; llenó de agua su recipiente y se 
	dispuso a regresar a donde estaba Graciela. Empezaba una nueva odisea: subir 
	el acantilado. Con la calabaza llena de agua acometió la subida de una 
	cuesta muy empinada, de arena muy fina y con una mano ocupada; subía un 
	metro y se caía medio metro procurando conservar el equilibrio y el agua de 
	la calabaza, cada vez que se resbalaba se caía un poco de agua y así, de a 
	pocos, fue subiendo, transpirando, sufriendo, haciendo el máximo esfuerzo 
	para llegar con la mayor cantidad de agua posible. Después de un largo rato 
	de lucha logró alcanzar la cima de esa subida, de sólo 40 metros 
	interminables. Del agua que llevaba sólo llegó una cuarta parte, que 
	Gracielita se bebió en segundos sin importarle que era agua salada; cuando 
	se terminó la última gota le dijo, casi como una orden – Tráeme más - 
	extendiendo el brazo con el que sujetaba la calabaza. 
- ¡No! Ni loco, te 
	la traje, con mucho esfuerzo, para que te laves las heridas y no para que te 
	la tomes – Graciela dejó caer el brazo y cerró los ojos, como resignada 
	Allí se quedaron los dos niños, de 9 y 14 años, solitos, sin pronunciar 
	palabra, perturbados y extenuados. Vieron pasar barcos a lo lejos y aviones 
	en lo alto, entonces Jorge corría y saltaba haciendo señas que sabía era 
	imposible que las vieran, pero igual las hacía. 
A las nueve de la mañana 
	del sábado, con Miró Quesada, Melzi y Muñiz, el helicóptero repitió la ruta 
	antes seguida y de la cual habían tomado puntos de referencia para guiarse 
	con el máximo de precisión y seguridad hasta la playa Hondable, al norte de 
	Ventanilla, para tratar de penetrar por la quebrada. Esta vez se 
	concentraron en buscar cómo ingresar a tierra, hacia los cerros, la neblina 
	había levantado un poco pero no lo suficiente como para llegar a la posible 
	trayectoria del avión si acaso estaba donde el coronel suponía.
Su 
	atención estaba puesta en los acantilados, no quería encajonarse en uno de 
	esos aparentes accesos, en un determinado momento vieron una pendiente no 
	muy pronunciada, Muñiz dio una vuelta para hacer una aproximación segura y 
	en ese breve lapso la pendiente volvió a quedar oculta por la neblina 
- 
	Mario, la neblina se está moviendo, prepárate para hacer un aterrizaje de 
	asalto – se refería a hacer una aproximación rápida y aterrizar, en una sola 
	maniobra, continuada - en cuanto la neblina se abra entramos – Melzi se 
	había dirigido a Muñiz por su nombre, como hacía con todos los pilotos de su 
	escuadrón. Dicho y hecho, pronto se hizo un claro y Muñiz, decididamente, se 
	dirigió al punto escogido. Ambos pilotos, en los asientos delanteros, 
	estaban con los ojos clavados en el pequeño claro que se podía distinguir 
	entre los jirones de neblina.
- 
Hacía ya rato que había amanecido, 
	Gracielita había tomado la poca agua, salada, que Jorge le había procurado y 
	ya no insistió más; permanecieron sentados al borde del acantilado, sin 
	hablar; ella, desanimada, parecía haber perdido toda energía, resignada a su 
	suerte. Era ya las nueve de la mañana, pasadas, y ellos continuaban en el 
	mismo lugar que horas antes. Jorge nuevamente se debatía ante el dilema de 
	quedarse con Graciela y esperar que pase alguien, y los vea, o emprender una 
	marcha, por la costa, hasta encontrar algo o a alguien que los ayude; viendo 
	el estado de Graciela, Jorge se devanaba los sesos pensando cómo animarla 
	para emprender una nueva caminata, ya había empleado todos los recursos que 
	se le habían ocurrido y no se le ocurría algo diferente, cuando algo 
	apareció.
- Mira Graciela – le dijo – mira allá arriba, arriba del mar, 
	creo que es un helicóptero, vuela muy bajo - ella, que estaba ahora en la 
	playa, acostada sobre la arena, se sentó de golpe a mirar eso que volaba no 
	muy lejos y bastante bajo. Comenzaron a saltar con excitación incontenible; 
	lleno de esperanza Jorge les hizo señas con su sweater azul agarrándolo del 
	extremo de la manga, agitándolo con vehemencia. No los vieron. El 
	helicóptero siguió recto, internándose en el desierto de médanos que antes 
	ellos habían recorrido.
- ¡Hay dos chicos en la playa, a la izquierda! – 
	Muñiz y Melzi escucharon el grito de Miró Quesada, pero estaban en el corto 
	trayecto final y no despegaron los ojos del punto de aterrizaje escogido, en 
	ese momento nada era más importante. No hubo gran polvareda porque la arena 
	estaba húmeda.
- 
- Mario - dirigiéndose a Muñiz - quédate con el 
	motor en mínimo hasta que regresemos, avisa a la Base que hemos visto dos 
	chicos en la playa - Dicho esto, Melzi y Miró Quesada, agachados, se 
	alejaron del helicóptero y empezaron a caminar quebrada arriba sobre un 
	terreno ondulado. 
Muñiz pensó que tal vez los niños tuvieran información 
	importante, pero su helicóptero no tenía el equipo de radio de alta 
	frecuencia, HF, adecuado para el lugar en que se encontraba, entre colinas, 
	sino solamente el de muy alta frecuencia, VHF, que le servía para 
	comunicarse con la torre, siempre y cuando estuviera en vuelo, o en un lugar 
	sin obstáculos, lo que no era su caso porque estaba detrás de unas 
	elevaciones; no obstante, por tres veces, cada cinco minutos, lanzó su 
	mensaje informativo con la esperanza de que lo escuche algún avión en vuelo, 
	pidiendo que lo retransmitan a la torre de control; no recibió respuesta. 
	Pasaron diez minutos, luego quince, veinte, treinta minutos, la espera se 
	hacía interminable y Muñiz estaba, más que impaciente, preocupado - ¿Por qué 
	no vienen? - La neblina, caprichosa, por ratos prácticamente lo envolvía; en 
	determinado momento la visibilidad disminuyó notoriamente, tal parecía que 
	un banco se había pegado a la costa. Muñiz trataba inútilmente de ver alguna 
	señal que le indicara que el coronel y el mayor estaban regresando pero, 
 
	
	Tripulantes 
del Escuadrón de Rescate Nº 832 (1966)
Tnte Ernesto Burga - May Walter Díaz 
– May Javier Tryon – May Fernando Melzi – Tnt Mario Muñiz – Cap Guillermo Carbonel 
(De pie)
Tco Fidel Ángeles – SO José Safra – Tco Torcuato Schenone – Tco 
Juan Morante ( En cuclillas)
  al percatarse de la inutilidad de sus esfuerzos se 
	armó de paciencia y se resignó a esperar.
Ambos oficiales, Miró 
	Quesada y Melzi, empezaron la penosa subida. Casi veinte minutos después se 
	encontraron con el dantesco escenario, la enorme cabina destrozada, restos 
	del avión y cuerpos mutilados desperdigados. El impacto había sido casi de 
	panza, parecía que en el segundo final el piloto, en una acción instintiva y 
	desesperada, inútilmente trató de ascender. 
- Dios mío, qué tragedia 
	– el coronel apenas si vaciló – Melzi, vamos a separarnos, tú examina los 
	cuerpos de ese lado a ver si encontramos a los oficiales, son cuatro, tal 
	vez haya algún sobreviviente…aunque no lo creo – sin decir palabra alguna 
	ambos hombres empezaron su macabro trabajo. Rápidamente pasaban de un cuerpo 
	a otro porque no había necesidad de revisarlos dado el estado en que se 
	encontraban.
- Torre de Lima, del Braniff 265.
- Adelante 265, 
	esta es torre de Lima.
- Lima, este es el Braniff 265, vertical de su 
	estación, nivel 300 QAB Santiago, tengo un mensaje de emergencia.
- 
	Adelante 265, Lima en escucha.
- Hace dos minutos recibimos un 
	mensaje por VHF, sigo
- Continúe 265.
- Un helicóptero de la 
	Fuerza Aérea reporta que en la playa Hondable han avistado a dos niños, 
	sigo.
- Continúe 265.
- El helicóptero reporta que 
	presumiblemente sean sobrevivientes del CAME accidentado anoche, sigo.
	
- Continúe 265.
- Solicita que le indiquen al helicóptero de la 
	Marina que investigue en playa Hondable, al norte de Ventanilla, no tengo 
	más información.
- Lima recibido 265, muchas gracias, informamos.
	
Muñiz, resignado a esperar, divagaba envuelto en la neblina, especulaba 
	si tendría que esperar tanto como para verse obligado a apagar el motor para 
	no quedarse sin combustible para el retorno - Esto no parece mejorar, de 
	noche debe hacer un frío espantoso - en esas estaba, divagando, cuando le 
	pareció ver un tenue color naranja, se puso en alerta tratando de dilucidar 
	si había sido una ilusión o en realidad había visto algo; casi 
	inmediatamente los vio, el anaranjado uniforme de Melzi y luego la figura 
	del coronel Miró Quesada; prácticamente envuelto en una pieza de tela 
	cargaban, trabajosamente, un bulto evidentemente pesado, hubiera querido 
	bajarse a ayudarlos pero no podía dejar los mandos. Cuando llegaron junto al 
	helicóptero ambos oficiales acezaban como fuelles, la frente sudorosa y el 
	uniforme azul del coronel completamente manchados con tierra y arena, su 
	capote lo había puesto cubriendo el cuerpo del camarada sobreviviente, un 
	hombre con uniforme de la Fuerza Aérea, aparentemente no muy alto pero 
	corpulento, lo que explicaba el agotamiento de los socorristas.
- 
	¿Quién es? – preguntó Muñiz a los gritos.
- Parce Ciriani – respondió 
	Melzi, con la voz entrecortada por el esfuerzo. 
Con gran esfuerzo, entre 
	Miró Quesada y Melzi, lograron subirlo a la parte posterior de la cabina, la 
	cabeza del herido apoyada en el regazo del coronel; en el rubicundo rostro 
	del aviador caído, tumefacto y cubierto de arena, destacaba un ojo bastante 
	lesionado. Aparentemente estaban listos para regresar a la Base, pero la 
	visibilidad había disminuido aún más y la neblina no dejaba ver la garganta 
	que los conduciría hacia el mar, menos aún se podía ver horizonte. 
	Melzi, que estaban parado a un costado del helicóptero tapándose los oídos 
	para protegerse del agudo chillido de la turbina, hablaba prácticamente a 
	gritos y acercándose al oído de Miró Quesada 
- Mi coronel, vamos a 
	llevar el herido directamente al Hospital Naval
- ¿Vamos a salir con 
	esta neblina? no se ve nada 
- ¡Sí mi coronel, amárrese! - Miró 
	Quesada miró algo desconcertado a Melzi, quien sin añadir más rodeó el 
	helicóptero, se acercó a Muñiz y le dijo algo, a lo que este asintió con la 
	cabeza un par de veces, luego levantó el pulgar, gesto que Melzi respondió 
	de igual forma y sin decir nada más empezó a alejarse del helicóptero, cada 
	tres o cuatro pasos volteaba a mirar a Nuñiz; cuando estuvo a unos 15 metros 
	y la figura del helicóptero se hacía ya poco visible se detuvo. Miró Quesada 
	aun no entendía qué iba a suceder; Muñiz aumentó potencia y puso el 
	helicóptero en vuelo estacionario, alrededor de la máquina se levantó una 
	nube de arena que le quitó visibilidad a Muñiz, este esperó un par de 
	segundos y empezó a avanzar lentamente hasta que vio a Melzi, este estaba 
	casi de espaldas al helicóptero cubriéndose la cara con el brazo izquierdo 
	flexionado y mirando entre los dedos de la mano derecha. El helicóptero 
	empezó a avanzar hacia Melzi que empezó a trotar hacia la salida, dándole la 
	espalda al helicóptero mientras Muñiz avanzaba sin perderlo de vista; 
	después de unos veinte segundos Muñiz vio el mar y aumentó la velocidad 
	sobrepasando a su lazarillo. En cuanto le fue posible descendió hacia la 
	playa para tener mejor visibilidad horizontal y, sin dudarlo, se dirigió al 
	Hospital Naval.
Jorge se quedó paralizado y desconsolado, mirando 
	fijamente como se alejaba lo que había sido su más cercana posibilidad de 
	salvación; sin sacarle la vista de encima observó cómo se distanciaba 
	convirtiéndose en un puntito oscuro en el cielo. De pronto vio que giraba y 
	que empezaba a agrandarse, su corazón latía alocadamente, casi se le salía 
	del pecho cuando comprendió que se estaba dirigiendo hacia ellos. 
- 
	¡Mira Graciela, viene para acá! - gritó
Otra vez exaltado, Jorge 
	empezó nuevamente con las señas hasta que el helicóptero estuvo sobre sus 
	cabezas, volando a muy baja altura, entonces, con inequívocos ademanes, 
	señaló a Gracielita, que se había echado. El helicóptero aterrizó a unos 
	veinte metros de los niños, levantando una verdadera nube de arena y Jorge, 
	en cuanto pudo abrir los ojos, corrió hacia el helicóptero, del cual 
	descendieron dos tripulantes, con overol de vuelo muy similares aunque con 
	insignias diferentes, se trataba de los capitanes de fragata Kolliker 
	Freers, de la Armada Argentina y Figueroa de la Armada Peruana.
- ¡Es 
	ella la que necesita ayuda urgente¡ - le dijo a los gritos a Kolliker 
	Freers, que había sido el primero en llegar, señalando a Gracielita, tendida 
	en la arena – yo estoy bien; al escuchar esto, ambos oficiales fueron en 
	busca de la niña; rápidamente los pilotos tomaron una decisión, Figueroa 
	evacuaría a la niña al Hospital Naval y llamaría a otro helicóptero de la 
	marina, que se encontraba en la zona, para evacuar a Jorge y a Kolliker; 
	apenas había transcurrido algo más de cinco minutos cuando hizo su 
	aterrizaje el segundo helicóptero, que los llevaría a Santa Rosa para dejar 
	a Jorge y regresar al lugar del accidente en búsqueda del tercer 
	sobreviviente, el suboficial Ahumada, sin saber que ya había sido evacuado, 
	también al Hospital Naval. Algo más tarde, luego de las primeras curaciones, 
	Jorge sería conducido, igualmente, al Hospital Naval, pero en ambulancia.
	
Eran las once, aproximadamente del sábado y la casa de los Ciriani 
	era un loquerío, una radioemisora había interrumpido su programación para 
	lanzar una “noticia de último minuto” 
“Milagrosamente rescatistas 
	han encontrado tres supervivientes del accidente de aviación ocurrido cerca 
	al balneario de Santa Rosa, dos niños y un oficial de la Fuerza Aérea, que 
	fueron conducidos en helicóptero al Hospital Naval” 
- Carlos, llama 
	al tío Enrique, han encontrado sobrevivientes…llámalo y pregúntale, él debe 
	saber…llámalo Carlos llámalo… - las voces de Rosa y meche se confundían en 
	su exigencia, como si no fuera precisamente eso lo que estaba haciendo. 
	
- Está ocupado el teléfono…seguro está averiguando – dijo Carlos, sólo 
	por tener algo que decir; no había terminado de hablar cuando empezó a sonar 
	la campanilla
- Aló ¿tío? Soy Carlos – se quedó escuchando lo que le 
	decía
- ……..
- Sí tío, eso es lo que hemos escuchado en el 
	radio…sí tío…hasta luego - Carlos colgó el teléfono, todos estaban callados, 
	expectantes, sin saber qué decir – El tío Enrique dice que el sobreviviente 
	adulto es el mecánico del avión…que el velorio de papá y mamá será esta 
	noche …y que mañana - tragó saliva - …y que mañana será el entierro.. Día de 
	la Madre – se quebró en llanto. 
Mediados de noviembre 
En la 
	mesa del Comandante del Grupo 8, el coronel Miró Quesada y los oficiales que 
	lo acompañaban escuchaban, atentos, el relato de Eco Bravo 
- ¿Y los 
	chicos? – preguntó el coronel
- Bueno - dijo Eco Bravo - resulta que 
	uno de los chicos, Jorge, se ha quedado a vivir en Lima, en Barranco mejor 
	dicho, con sus padres, y allá lo fui a buscar…un gran chico
- Después 
	de lo que tuvo que afrontar y supo superar con sólo 14 años, no hay duda que 
	se portó como todo un hombre, por favor continúa…sin interrupciones. 
	
- Sí, mi coronel… lo encontré sin dificultades porque me dieron la 
	dirección exacta, en un edificio que paradójicamente se llama “El Milagro” – 
	tomó un sorbo de agua - me impresionó mucho su entereza, me contó todo sin 
	quebrarse emocionalmente, lo que me pareció un poco extraño, sobre todo 
	cuando me habló de sus dos hermanas fallecidas en el accidente, pero en fin, 
	así fue; estuvo 32 días en el hospital – continuó Eco Bravo - de la niña 
	sólo sé que se llama Graciela, tiene nueve años, estuvo un tiempo un poco 
	más prolongado en el hospital y también la han repatriado.
- Bueno, 
	al grano, que nos tienes intrigados ¿qué es lo que te dijo el “Loco” Romero?
	
- La cosa fue así, mi coronel – la conversación se había hecho más 
	distendida – yo estaba de copiloto del mayor Romero en un C-47 retornando de 
	Chiclayo, cuando estábamos por Ancón, se encendieron las luces del alumbrado 
	público, lo cual a mí no me llamó la atención, pero sí al mayor. 
- 
	¡Eso es, eso es! – exclamó Romero, sorprendiendo a Eco Bravo, que lo miraba 
	sin comprender - ¡Las luces, eso es, las luces! – dijo el “Loco” Romero
	Miró Quesada y los otros comensales empezaban a impacientarse
- 
	¡Vamos desembucha, ya! – dijo uno, y Eco Bravo se aprestó a terminar la 
	explicación
- Cuando estuvimos en tierra, el mayor me comentó lo 
	siguiente
- A mi modo de ver, el CAME se accidentó por dos motivos: 
	primero, era una sola tripulación y con seguridad que estaban agotados 
	después de tantas horas volando, y sin dormir, si iniciaron el vuelo a las 5 
	y media de la mañana ¿a qué hora se habrán levantado? tal vez la víspera ni 
	siquiera se han acostado…muchas horas sin dormir.
- ¿Y el segundo 
	supuesto? – preguntó el coronel
- ¡las luces de Ventanilla! – dijo 
	Eco Bravo
- ¿Las luces de Ventanilla? ¿qué tienen que ver en esto?
	
- Eso mismo dije yo, y la explicación del mayor Romero fue que, según 
	él, tal vez sí estaba siguiendo la señal del radiofaro del Jorge Chávez, ya 
	que a esa distancia las dos agujas del radiocompás, la del Jorge Chávez y la 
	de Ventanilla no tendrían mucha separación; cuando en medio de las neblina 
	vieron las potentes luces de la avenida principal de Ventanilla …abandonaron 
	la lectura de los instrumentos para dirigirse visualmente a lo que creyeron 
	que era la pista de aterrizaje – todos permanecían en silencio siguiendo las 
	explicaciones de Eco Bravo – cuando se percató de su error trató de 
	ascender, y por eso el impacto fue de panza en el cerro “Las Cruces”, cerca 
	de Santa Rosa.
Las consecuencias del fatídico vuelo 1154 de la Fuerza 
	Aérea Argentina fueron 46 fallecidos y 3 sobrevivientes, el Suboficial 
	Principal FAA Oscar Ahumada y los niños Graciela Gastaldi, de 9 años, y 
	Jorge Enriquez, de 14; todos fueron tratados de sus heridas en el Hospital 
	Naval de la Marina de Guerra del Perú, luego de lo cual Graciela Gastaldi y 
	Oscar Ahumada retornaron a Argentina cuando estuvieron en condiciones de 
	viajar, en tanto Jorge Enriquez se quedó a vivir en Perú con sus padres. 
 
	
El tan esperado viaje a Lima, que tan auspiciosa y 
	alegremente había iniciado Jorge, terminó en terrible tragedia; después de 
	32 días en el hospital, Jorge Enriquez fue dado de alta y se marchó con sus 
	padres a lo que de allí en más sería su nuevo hogar, en el distrito de 
	Barranco; esto era, un departamento de tres dormitorios, uno de los cuales, 
	destinado para sus dos hermanas fallecidas, quedó dolorosamente vacío. En 
	Barranco, su nuevo barrio, no conocía a nadie, no tenía amigos ni pasado, y 
	tampoco colegio porque ese año ya lo había perdido. Ahí empezó a transitar 
	su adolescencia.
A una cuadra de su casa está un gran parque, 
	Confraternidad se llama, que tenía una hermosa pista de atletismo; ahí logró 
	incorporarse al deporte, con tanta suerte que el entrenador, al ver su gran 
	dedicación lo invitó a correr con los adultos de la “Liga de Balnearios”, 
	sin embargo, pronto comprendió que su afición no ayudaba al sostenimiento de 
	la casa. Consciente de la necesidad de ayudar a sus padres, se puso a buscar 
	trabajo, y lo encontró en una tienda que vendía café en grano; en el 
	siguiente fue cobrador de las cuotas mensuales de ventas al crédito de una 
	tienda de electrodomésticos. Como quería encontrar un trabajo que le 
	permitiera seguir entrenando atletismo por las tardes, buscó en los avisos 
	clasificados del diario; un día encontró un aviso que decía “Se busca 
	muchacho para tareas varias, horario de 9 a 12 am, de lunes a viernes, en 
	Miraflores” Todo calzaba, el horario, el lugar, un barrio vecino a donde él 
	vivía, Barranco, y a sólo unas 20 cuadras; la tarea era hacer el servicio 
	doméstico, limpiar y hacer camas. Allí cumplió los 15 años. Luego pasó a 
	trabajar a una fábrica de perfumes y después a una fábrica de cigarros, sin 
	abandonar los estudios, que llevaba de noche. Finalmente toda la familia 
	Enriquez regresó Buenos Aires en 1969. 
Había pasado tanto tiempo 
	desde la tragedia en el cerro Las Cruces, tantas veces había contado la 
	historia, que él hacía sin remilgos, que daba por descontado que le harían 
	la pregunta de siempre. El almuerzo, del cual participaban una docena de 
	personas, fue el primer domingo de diciembre y, una vez más, como sobremesa, 
	la conversación recayó en la narración que Jorge hacía cada vez que se lo 
	pedían; aunque casi todos ya la habían escuchado, ese domingo, 6 de 
	diciembre, había un par de personas, nuevas en el grupo, que sabían de la 
	historia por terceras personas, que mostraron vivo interés en escuchar el 
	relato por boca del protagonista.
- Así que después de 32 días en el 
	hospital fui dado de alta y me fui a vivir con mis padres, en un 
	departamento que ellos habían alquilado en un distrito que se llama 
	Barranco, muy cerca de la playa, y que tiene ese nombre precisamente porque 
	el mar está como a cien metros abajo; ahí vivimos casi cinco años, hasta 
	1969, cuando regresamos a Buenos Aires – concluyó Enrique. 
- ¿Y la 
	niña, y el mecánico del ojo lastimado? 
- Ellos quedaron más 
	afectados que yo, así que permanecieron más tiempo en el hospital, pero en 
	cuanto estuvieron en condiciones de viajar los repatriaron.
- ¿Pero 
	qué fue de ellos?
- Del mecánico sé que perdió el ojo y le dieron de 
	baja por discapacidad, y a Graciela le perdí el rastro, sólo sé que la 
	repatriaron – entonces surgió la consabida pregunta.
- A la chiquita 
	¿no la viste más, no la buscaste? – las preguntas la hizo uno de los nuevos 
	invitados, George Gowland, que había permanecido muy callado y muy atento a 
	la narración. 
- Claro que la busqué, varias veces, por medio de 
	internet y haciendo llamadas valiéndome la guía telefónica, pero no obtuve 
	ningún resultado, estamos en 2006 y quizás se haya casado, por tanto habrá 
	cambiado de apellido, que no conozco, entonces ¿qué hacer? han pasado tantos 
	años… cuando regrese de mi viaje lo intentaré nuevamente, aunque, la verdad, 
	no tengo muchas esperanzas. 
- Enrique…tal vez pueda ayudarte - 
	ofreció Gowland.
- ¿Tú crees…y cómo?
- Creo que no lo sabías, 
	pero soy el Vicepresidente del diario La Nación, la forma de ayudarte sería 
	publicando, en la sección de Cartas de Lectores, una tuya en la que pidieras 
	cualquier información referente a la niña, tal vez a la vuelta de tu viaje 
	encuentres novedades.
El entusiasmo de Jorge fue tal que en cuanto 
	llegó a su casa se puso a redactar la carta; al día siguiente la llevó 
	personalmente al diario para que la publicaran. Pasaron algunos días y la 
	carta no era publicada, Jorge no entendía para qué el ofrecimiento si no la 
	iban a publicar, no le encontraba sentido; ocupado como estaba en los 
	trámites y preparativos de su viaje pronto dejó de pensar en ella, otras 
	eran sus preocupaciones. Fue el domingo siguiente cuando la carta apareció 
	bajo el título “Por un reencuentro”. Habían esperado hasta el domingo para 
	publicarla, que es el día de mayor tiraje y en el que más se leen las Cartas 
	de lectores. Como respuesta a su solicitud ´le escribieron muchísimas 
	personas, algunas relacionadas con el accidente y otras simplemente 
	interesadas en la historia; de entre tantas cartas recibidas hubo una que le 
	causó gran excitación, decía:
“Leí su carta, no nos conocemos pero 
	creo tener algunos datos que pueden ayudarlo a ubicar a Graciela Gastaldi; 
	hace algunos años trabajé en la Gendarmería Nacional, como personal civil, y 
	tuve un compañero que me contó que su mujer había sufrido un accidente de 
	aviación en Lima. Mi compañero se llama Fernando Gualini. En ese tiempo 
	vivía en Wilde, en un barrio de varios edificios iguales, tiene dos hijos, 
	un varón y una niña. Espero que tenga mucha suerte en su búsqueda y haberle 
	sido útil con estos datos”
Con esa valiosa información buscó y 
	encontró, a través de internet, los teléfonos de varios “Fernando Gualdini” 
	en distintos lugares de Argentina; uno pertenecía a una dirección en Wilde.
	
Como siempre en esa época del año en la tienda todo era apuro, y es que 
	muchas clientas querían un ligero arreglo, o aumentar algún detalle en la 
	ropa que estaban comprando, además que en la ciudad ya se sentía el calor 
	sofocante de los meses de verano; cuando sonó la campanilla ella tomó el 
	teléfono y con un movimiento de cabeza apartó el mechón de cabello que le 
	tapaba la oreja; con tanto trabajo como se presentaba en diciembre cualquier 
	interrupción por motivos intrascendentes la molestaba, y de esas ya había 
	recibido dos esa mañana, afortunadamente hacía pocos minutos había 
	concretado una venta importante, de manera que estaba de muy buen humor.
	
- ¡Holaa ! - era una voz de mujer
- Hola, querría hablar con 
	Fernando Gualini, por favor
- ¿Padre o hijo? – preguntó
- El 
	padre, por favor
- El no vive acá, es mi ex marido
- Bueno, en 
	realidad yo quería hablar con Graciela, Graciela Gastaldi…que seguramente 
	eres tú – se hizo un prolongado silencio en el teléfono, tras el cual ella 
	preguntó
- ¿Quién eres?
- Soy Jorge…Jorge Enriquez
- 
	¡Jorgito! tantos años ¿cómo me encontraste? hace dos semanas leí tu carta en 
	LA Nación, además me la comentaron mis hijos y también unos amigos, pero no 
	me animaba a escribirte. 
- Eso es toda una historia, de la que te 
	hablaré cuando nos veamos.
- Ah bueno, está bien pero - su voz sonaba 
	dubitativa - ¿de qué cosa hablaríamos– el “pero” hizo pensar a Jorge que 
	ella no estaba muy dispuesta a verlo.
- No sé, de todo lo que pasamos 
	aquella vez…de nuestras vidas en estos años. No sé,…no sé, pero si no 
	puedes… no te preocupes, lo entiendo – su ánimo se vino abajo 
	-¡Nooo, noo, claro que quiero verte, Jorgito! sólo que hora tengo muchísimo 
	trabajo, tengo una tienda de venta de ropa para niños y, tú sabes, diciembre 
	es clave para mí ¿podría ser después de la primera semana de enero? 
	- Por esas fechas no voy a poder, Gracielita, me voy a Perú con mis hijos y…
	
- ¿A Perú? – lo interrumpió ella, sorprendida - ¿qué vas a hacer allá? – 
	le preguntó, como si le hubiera dicho que se iba a las antípodas. 
- 
	Tengo pendiente de resolver dos temas muy importantes, este viaje es uno de 
	ellos, te lo contaré a mi vuelta 
- Bueno, está bien, entonces cuando 
	vuelvas me llamas y coordinamos
Tiempo después
- Sastrería 
	“Los Príncipes” - Buenos días.
- ¿Graciela? 
- ¿Jorge? – 
	preguntó ella, sorprendida.
- ¡Me reconociste! qué gusto. 
- 
	Hola Jorgito, tanto tiempo ¿y ese milagro?
- Pues… me gustaría 
	invitarte para conversar un poco. 
- Jorge, la última vez que 
	conversamos me dijiste que me llamarías al regreso de un viaje que tenías 
	planeado…y han pasado tres años.
- También de eso conversaremos…si te 
	parece. 
Finalmente Graciela aceptó y quedaron en encontrarse en la 
	zona sur de Buenos Aires, en Wilde, cerca de su casa.
Jorge, que 
	había llegado a la cafetería “El Búcaro” con diez minutos de anticipación, 
	impaciente miraba su reloj con preocupación; al abrirse la puerta de la 
	cafetería vio que no era quien él esperaba, se trataba de otra pareja, 
	también entrada en años. Unos minutos después, cuando Jorge ya pensaba que 
	no acudiría, Graciela hizo su aparición. El encuentro fue muy emotivo para 
	ambos, se dieron un largo abrazo que sintetizaba la alegría de encontrarse 
	nuevamente después de 46 años, para preguntarse y contarse cómo habían sido 
	sus vidas a partir del renacer que vivieron juntos aquel 8 de mayo de 1964, 
	a las ocho de la noche. 
- Jorge, dime la verdad ¿por qué te diste el 
	trabajo de buscarme? porque estoy segura que te costó mucho encontrarme, 
	convinimos en que me llamarías nuevamente al retorno de tu inminente viaje a 
	Perú…¿y te desapareces tres años? no lo entiendo.
- Sí, sí, supongo que 
	no lo entiendes…cuando hablamos te dije que tenía dos temas importantes por 
	resolver
-…y que ese viaje era uno de ellos
- Pues sí, y es 
	que por años sentí la necesidad, no el deseo, sino la necesidad, de volver 
	al lugar donde fallecieron mis hermanas… así lo hice, el lugar está señalado 
	con una vieja cruz metálica, muy oxidada, que seguramente algún deudo habrá 
	colocado…recé y lloré…lloré mucho, en ese cerro que, paradójicamente se 
	llama “Las Cruces”… y se me quitó un peso de encima, sólo que al volver 
	sucedieron cosas muy duras en mi vida. 
- Lo siento – dijo Graciela, 
	agachó la cabeza y puso los codos sobre la mesa con las manos, en puño, a 
	los costados, sobre las sienes; sus lágrimas corrieron libremente sin que 
	ella hiciera intento alguno por contenerse – y gracias, te agradezco de 
	corazón…porque, sin que me lo digas, sé que también oraste por mi madre y mi 
	hermana. 
Después de un largo y extraño silencio Jorge tomó la 
	palabra nuevamente 
-Gracielita…dime ¿recuerdas algo del accidente?
	
- No, estaba dormida y…
- ¡Y sin cinturón! …igual que yo – 
	exclamó Jorge
- Cierto…no sentí nada, hasta que desperté en la arena 
	– por unos segundos se cubrió la cara con las manos 
- Algo que 
	quería comentarte es lo siguiente: a ti el helicóptero te llevó directamente 
	al Hospital Naval, pero a mí me llevaron a un pueblo cercano, se llama Santa 
	Rosa, y luego, por tierra, al hospital.
- Claro que lo sabía ¿por qué 
	lo mencionas?
- Porque la distancia que recorrimos en toda la noche, 
	el helicóptero la recorrió en…
- ¿En? – preguntó Graciela
- 
	¡Cuatro minutos! ¿Te das cuenta lo paradójico? Estábamos tan cerca …y tan 
	lejos…¿Sabes? – dijo Jorge - el otro tema por resolver eras tú…
- 
	¿Yo? – lo interrumpió - ¿por qué?
- Te busqué varias veces – continuó 
	él, sin hacer caso a la pregunta - sin éxito, y un día, de buenas a 
	primeras, surgió lo de la carta en La Nación…y aquí estamos 
- No 
	sabes cuánto me has ayudado – Jorge la miró con cara de sorpresa, sin 
	comprender qué querían decir sus palabras – también yo he tenido caídas…me 
	divorcié y otras cosas, pero ¿sabes? el recuerdo de tu optimismo en esas 
	circunstancias… tu constante apoyo cuando yo ya no tenía fuerzas… el no 
	rendirte ni dejar que yo lo hiciera…me ha servido de mucho para continuar, 
	mi vida no ha sido fácil … pero nunca me rendí.
- Gracielita, estamos 
	2010, han pasado 46 años y sólo tú y yo sabemos lo que sufrimos y vivimos 
	esa negra noche... hablemos…
	
Agradezco profundamente a Carlos Ciriani Anchorena y a Mario Muñiz O. protagonistas de esta historia, la generosidad de su tiempo para absolver las múltiples interrogantes planteadas durante las entrevistas, y en especial a Jorge Enriquez, autor de “SUPERVIVIENTE – un Dios aparte”, libro del cual he tomado, con su anuencia, muchos pasajes de forma casi literal, lo que me ha permitido hacer una narración veraz de los hechos, circunstancias y vivencias de este dramático evento.
	
	
	Jorge Enriquez, con el autor de “ Por un Reencuentro”
	
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