Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
En la casa de los esposos Artadi se respiraba una atmósfera extraña, 
o por lo menos fuera de lo común; se avecinaba el cumpleaños de Libia y eso era 
motivo de ajetreos y carreras, y es que tradicionalmente la pequeña familia se juntaba, 
aunque en realidad no era tan pequeña porque eran siete, los esposos Faustino y 
Libia y los cinco hijos, para el acontecimiento del año.
En enero de 1959, recién 
graduado, Adolfo, al igual que sus compañeros de promoción de la especialidad de 
caza, fueron nombrados a la calurosa Piura, sede de los aviones P-47 “Thundebolt”, 
asignándoles PDE completo (Plan De Entrenamiento). A pesar de que ya eran pilotos 
operativos en este avión empezaron con un reducido curso de vuelos en el asiento 
posterior del T-6, “Texan”, avión con patín de cola como el P-47, para acostumbrarlos 
a la limitación visual que causa la nariz del avión al quedar elevada; luego continuaron 
con un curso teórico del P-47 y empezaron la fase de vuelos de acuerdo al PDE.
Para Adolfo el tiempo transcurrió rápidamente, todo marchaba sin contratiempo alguno, 
estaba volando el avión que le encantaba, las relaciones personales con sus colegas 
eran de lo mejor y sin embargo estaba algo frustrado. Estaban en el mes de mayo, 
mes del cumpleaños de su mamá, doña Libia, y esperaba juntarse en Lima con sus hermanos, 
como todos los años, el día 27 para celebrar la llegada del cumpleaños de doña Libia, 
que era el 28. Lamentablemente, por ser un oficial recién llegado a la Unidad, no 
recibió autorización para dejar la guarnición. La frustración de Adolfo era doble, 
porque en la casa de sus padres habría serenata, en otras palabras, habría jarana 
criolla “de esas de rompe y raja” a la que iba a asistir su enamorada, Doris Saletti, 
la excelente y guapa jugadora del Circolo Sportivo Italiano; no obstante, se consoló 
pensando en que Doris viajaría a Piura el día 29 para asistir al matrimonio de una 
amiga, de manera que allí se encontrarían.
Bocapán, 25 de mayo – 1959


Tercer accidente aéreo en el lapso de 12 
días eleva a 18 el número
de víctimas registradas en el país por desastres aéreos 
(El Comercio)
Como es natural, el doble accidente de los aviones F- 86, que 
eran lo mejor que tenía la FAP en ese momento, y a consecuencia de lo cual había 
fallecido un oficial, fue una noticia de gran relevancia cubierta por todas las 
radio emisoras de Lima y que ocuparía los titulares de los diarios por varios días.
- Ay Faustino, creo que tenemos que ir haciéndonos a la idea que los hijos son 
como el viento ... - doña Libia dio un suspiro mirando a su marido
- 
¿Qué 
dices? ¿Por qué? No te entiendo – Faustino estaba desconcertado
- 
No te preocupes…yo 
me entiendo …- cosa rara, en su voz, siempre alegre, había un dejo de tristeza
- No, Libia, tú tienes algo  
- Bueno…es que… van y vienen y a veces se 
van muy lejos, es el primer año que no estarán los cinco conmigo, ni el mayor ni 
el menor estarán para mi cumpleaños  
- Ahhh, lo dices por Rolando y Adolfo
- Claro, Rolando dice que están en plena campaña de fumigación y que no 
puede venir y a Adolfo, tan cariñoso, no le han dado permiso – Libia suspiró profundamente 
- …el mayor y el menor…por algo será.
- Vamos mujer, no te pongas así
- ¡Claro, como tú no eres su madre!... ¿Adolfo seguirá jugando allá? ¿Dónde 
estarán sus compañeros de equipo? no me ha comentado nada
- ¿Cómo que no 
te ha comentado? Si antes de irse a Piura nos contó que al “Flaco” Pérez lo han 
mandado a Iquitos, a “Johnny” Carrera lo mandan a Chiclayo, y Fernando De La Portilla 
se queda en Lima 
- ¿Y a Adolfo por qué lo han mandado a Piura?
- 
Porque allá están los pilotos de caza ¿no te acuerdas que el año pasado también 
estuvo allá? – Faustino era fanático seguidor de la trayectoria deportiva de su 
hijo. 
Dos años antes, en 1957, la FAP, entre otras actividades, había organizado, 
un campeonato internacional de básquet con motivo de la repatriación de los restos 
mortales de Jorge Chávez, campeonato que había ganado el equipo de la Escuela de 
Oficiales, que jugaba en Superior, la máxima categoría del básquet nacional, compuesto 
sólo por cadetes y oficiales y en el cual Adolfo era una de las figuras descollantes.
 
- No sé, Faustino, yo lo único que sé es que faltan un par de días para 
mi cumpleaños y no van a estar ni Rolando ni Adolfo … el mayor y el menor de mis 
hijos – Libia se mostraba algo afligida - Faustino ¿los aviones que se cayeron son 
nuevos?
- No sé, mujer, creo que sí  
- Porque el periódico dice que 
son de los mejores que tiene la FAP ¡Y dos todavía! ¿te imaginas? ¡cómo estarán 
los otros!
- Pero Libia, no son cosas que pasan todos los días, no seas pesimista, 
ha habido mala suerte, nada más
- Qué triste va a ser el recuerdo del 25 
de mayo para esa familia ¡pobre madre, cómo estará! porque tenía mamá el piloto 
¿no? - a Libia se le aguaron los ojos
- No sé, mujer ¿cómo voy a saberlo? 
ya viene tu cumpleaños, déjate de pensar tonterías  
- Es que pienso en mis 
dos hijos, que están lejos y son pilotos
- ¡Ay mujer! ¿tú crees que va a 
haber otro accidente? 
- Es que tengo un mal presentimiento, Faustino
- ¡Qué cosas tienes! ¡a ver si vas a decirles eso a los invitados!  
 

Ese día, 27 de Mayo, el Escuadrón había programado una patrulla 
para que efectúe reconocimiento de zona, el alférez Luis Muñiz Malásquez, piloto 
con un año de experiencia en la región, con el alférez Adolfo Artadi como alero, 
con la orden expresa de no utilizar el radio y comunicarse sólo por señales visuales
- Lucho – el Jefe del Departamento de Operaciones se dirigió a Muñiz – 
hay un 
pequeño cambio en la ficha de vuelos
- ¿Cuál es el cambio, mi capitán?
- Ustedes están programados para volar en la zona sur, pero han reportado que 
en la zona, la de Bayóvar, el tiempo no está bueno y no parece que vaya a cambiar, 
mejor está en la zona norte, no hay otro avión volando así que no hay problema, 
vete a la zona norte…¡Ah! no te olvides, mantén radiosilencio 
Mientras se 
dirigían a sus aviones Muñiz le dio una última orden a Artadi
 
- “Monito”, atento 
a los “toques de radio”, te repito, un toque es para que mires las señales que yo 
te haga, me respondes también con un toque, si hago dos toques es emergencia, la 
que sea, ojalá no haya ninguna – Muñiz se refería a que cada vez que se presionaba 
el botón del transmisor de radio se escuchaba un chasquido, al que denominaban “toque”
- OK Lucho, comprendido  
El cambio de zona no significaba complicación alguna 
porque iban a ser los únicos aviones en el aire, ya que era el último turno de vuelo 
del día. Decolaron y durante su desplazamiento a la zona norte fueron haciendo algunos 
ejercicios alternando el puesto de guía de la patrulla; concentrados en los ejercicios 
no prestaron mucha atención a que paulatinamente las condiciones de vuelo habían 
ido desmejorando; cuando Muñiz se percató de este cambio decidió que era mejor retornar 
a la Base. 
El guía hizo un “toque” para llamar la atención de Artadi, indicándole 
mediante señas manuales que lo siguiera en formación cerrada; descendieron por un 
hueco en las nubes intentando dirigirse en vuelo visual a Piura, lo que se les dificultaba 
porque se encontraron entre cerros semi cubiertos por neblina, al “Mono” el terreno 
le resultó desconocido pero no se alarmó porque el guía era un piloto con experiencia 
y seguramente que él sí estaba ubicado, dirigiéndose hacia el sur en un vuelo sinuoso, 
cambiando de dirección constantemente; por un instante Artadi vio entre las nubes 
la carretera que corría de norte a sur, bastaba seguirla para llegar a su destino, 
pero el guía no alcanzó a ver la negra cinta que era su salvación y continuó volando 
sin seguir un rumbo definido, consumiendo inútilmente el precioso combustible. Para 
Artadi, que creía estar ubicado en el terreno, se hizo obvio que el guía estaba 
totalmente desorientado y decidió indicarle que lo siguiera, pero ya era muy tarde, 
estaban con muy bajo nivel de combustible. En sus audífonos el “Mono” Artadi escuchó 
dos “toques” ¡Emergencia! Mientras el guía le hacía las inconfundibles señas de 
aterrizaje ¡Forzoso! la mano izquierda extendida con la palma hacia arriba, mientras 
con la derecha hacía el gesto de aterrizar. El motor de su avión pareció toser un 
par de veces y Artadi, sin dudarlo, se dirigió decididamente hacia la línea de costa, 
en dirección a donde suponía que encontraría Bayóvar; miró de reojo su indicador 
de combustible y luego volteó a mirar al guía, pero este se había perdido en la 
niebla y ya no había marcha atrás
En el Grupo 7, en Piura, se dio la alerta 
cuando llegó la hora en que los aviones deberían estar de regreso, pero pasaron 
los minutos y al no llegar se les declaró en emergencia porque ya se les habría 
agotado el combustible. Aviones de Talara buscarían en la zona norte y aviones de 
Piura en la zona sur.
 
Continuó volando en la dirección elegida rezando para 
que su decisión fuera la acertada, la línea de costa era su meta; pensaba, no sin 
razón, que el mar o, mejor aún, la playa sería su salvación, verticalmente podía 
ver mejor el terreno y lo que veía era desalentador, el terreno era rugoso, áspero, 
de hacer un forzoso allí tendría muy pocas probabilidades de salir bien librado, 
tenía la boca seca y las manos agarrotadas en los controles, pensaba que ese sería 
su fin cuando se percató que estaba sobre los cerros de Bayóvar - ¡Unos segundos 
más, por favor, unos segundos más, no te apagues! ¡La playa! - Se preparó para el 
forzoso, ajustó los arneses y puso el cojín de espalda sobre la mira para protegerse 
la cara, casi no había terminado de hacer esto cuando se apagó el motor, la nariz 
del avión bajó violentamente por el peso del enorme motor pero lo pudo controlar 
bien empleando los compensadores; se alineó con la playa dirigiéndose a la zona 
húmeda que es firme y compacta, el contacto fue suave, primero la cola y luego la 
nariz, con el tren de aterrizaje replegado el avión se deslizó sobre la panza, corrió 
un buen trecho sobre la arena y luego se detuvo sin violencia ni más daño que las 
cuatro palas dobladas. El único sonido era el de las olas, reventando suavemente, 
y los chillidos de algunas gaviotas asustadas. Era cerca de las dos de la tarde.
Permaneció en el avión por unos minutos, serenándose, pensando en lo que acababa 
de suceder, luego bajó del avión llevando consigo su maletín de vuelos y su paracaídas. 
Un buen rato después, más de una hora, escuchó el sonido de unos motores a reacción, 
eran los aviones de Talara buscándolos. Como siempre, empezaron las “bolas”, unos 
campesinos dijeron haber visto pasar dos aviones y luego dos explosiones, lo cual 
por supuesto no era cierto. Inútilmente intentó comunicarse por radio con los aviones 
que había escuchado pasar, llamó una y otra vez pero el radio estaba absolutamente 
muerto, decidió que lo mejor que podía hacer era esperar a que lo ubiquen y mientras 
tanto preparar el informe escrito de lo sucedido. Poco a poco, mientras escribía, 
fue cayendo la tarde, el clima había desmejorado más aún y la temperatura había 
bajado ostensiblemente. Mientras estuvo escribiendo su mente estuvo ocupada sin 
pensar en otra cosa, pero al terminar tomó consciencia de la absoluta soledad en 
la que se encontraba, era hora de tomar una decisión ¿debía permanecer en el sitio 
en que se encontraba o debía intentar salir por su propio pie? sabía positivamente 
que estaba al sur de Bayóvar y concluyó que si se dirigía al norte podría llegar 
a Sechura y desde ahí sería fácil salir a Piura; eso era lo que suponía.
 
Decidió 
abandonar el lugar, escribió una nota que puso en el compás magnético del avión 
para que fuera bien visible “Soy Adolfo, estoy bien y caminando hacia el norte”. 
Tomó su casco, rojo, del cual colgaba la máscara de oxígeno, sacó el paracaídas, 
cerró la cabina y empezó a caminar, hacia el norte, hacia la esperanza. El peso 
del paracaídas parecía aumentar a cada minuto, el casco, colgado de su cintura se 
bamboleaba a cada paso que daba incomodándolo para caminar; al caer la noche se 
acentuó el frío, la temperatura había caído rápidamente y no tenía abrigo suficiente, 
caminó un par de horas más por la solitaria e interminable playa, los cerros, que 
al comienzo parecían tan cercanos ahora le parecían hasta más lejanos y más altos, 
continuó caminando hasta que el frío lo obligó a buscar alivio. Pensó que enterrarse 
era la mejor opción y empezó a cavar con las manos para hacer un “ hueco de zorro”, 
abrió el paracaídas y se cubrió con el velamen; aun cubierto con la seda seguía 
sintiendo mucho frío, se acurrucó en posición fetal, inútilmente trató de escuchar 
algún sonido distinto al rumor de las olas al romper suavemente en esa inmensa playa 
a la que hubiera calificado de preciosa…si no fuera porque podría ser su tumba. 
En la inmensidad del desierto se sintió insignificante y comprendió que sin ayuda 
no tenía la menor esperanza de salvación, con el corazón encogido rezó un Padre 
Nuestro pensando en su madre 
- ¿Ya le habrán avisado que me he perdido?
– no quería 
ni pensar en cómo lo tomaría - ¡Qué triste coincidencia accidentarme la víspera 
del día de su cumpleaños! a esta hora, mi padre debería estar haciendo los brindis 
en espera de la media noche para celebrar el cumpleaños de mi madre, me imagino 
su angustia sin saber si estoy vivo o muerto o solamente perdido ¿ya les habrán 
avisado?- Se le aguaron los ojos y con ese pensamiento y sin saber en qué momento, 
se quedé dormido. 
En la casa de Libia y Faustino, tal como se habían comprometido, 
los familiares habían ido llegando para esperar la media noche y hacer el brindis 
recibiendo el cumpleaños de Libia, era ya las 9 y media pasadas y todos charlaban 
animadamente, escuchando la música que propalaba Radio Libertad; se habían servido 
unos cocteles que contribuyeron a que el ambiente fuera relajado y festivo, coctel 
de algarrobina y de fresa para las damas, capitán,“piscosauer” o cerveza, para los 
varones. Llegada las diez de la noche la radio emisora empezó la tanda de noticias 
“Otro accidente aéreo en el norte – las voces se aplacaron - en Piura dos aviones 
de la Fuerza Aérea han sido dados por perdidos – la sala de la casa de los Artadi, 
apenas segundos antes bulliciosa, se hizo un silencio absoluto, Libia se puso de 
pie de un salto llevándose las manos a la boca haciendo puño - apenas 48 horas después 
del accidente que enlutó las alas peruanas otro doble accidente nos consterna 
¿Qué 
está sucediendo en nuestra Fuerza Aérea?– el locutor continuó - hasta el momento 
no se sabe la suerte que han corrido los pilotos, alférez Luis Muñiz y alférez Adolfo 
Artadi…” - Libia se desmayó.
Adolfo no sabía cuánto tiempo había dormido, 
ni siquiera si estaba dormido, se vio en la cancha del Circolo Sportivo Italiano, 
con ropa de deportes, las graderías gritaban y aplaudían y él no sabía porqué, sus 
compañeros de equipo lo abrazaban, todos lo abrazaban, parecía ser un evento importante, 
se sorprendió por la camiseta que usaban él y sus compañeros, la del club… ¿Pero 
cómo? ¿acaso no estoy en la FAP? esto es un sueño – quería despertar, las amarras 
del avión parecían tenerlo sujeto, empezó a forcejear con lo que sentía como una 
sábana que le cubría la cabeza ¡El forzoso! ¡estoy en la cabina! ¿he caído al mar? 
¡Quiero despertar, quiero despertar! sintió la mano de su madre tocándole la pierna, 
sin embargo, cosa rara, no le hablaba ¿Mamá? ¿mamá? ¿Mamá? – por un momento le pareció 
que su madre trataba de despertarlo con suaves toques en las piernas como cuando 
era niño; era ya la madrugada del día 28, sorprendido abrió los ojos sin moverse, 
no había luz suficiente para saber qué era lo que le recorría por las piernas, trató 
de imaginarse qué podría ser pero no se le ocurría nada ¿será una víbora? mejor 
no moverse, permaneció quieto un par de segundos pero no pudo espera más, se incorporó 
súbitamente y entonces los vio, eran unos perros que estaban husmeándolo, no, no 
eran perros, eran zorros que seguramente curiosos y asustados querían averiguar 
de qué se trataba ese bulto desconocido, cubierto por una enorme seda blanca con 
pitas; al incorporarse bruscamente, huyeron a la carrera, era ya de madrugada y 
el día empezaba a clarear. Mamita, perdóname, jamás pensé que te causaría este dolor, 
y en este día…no llores, pronto iré a verte y te contaré…no llores por favor
Luego del pequeño susto de los zorros se levantó, dobló el paracaídas a su mejor 
entender y se dirigió al mar, a lavarse y a reemprender la marcha hacia la civilización, 
o hasta donde el cuerpo soportara; el sol fue subiendo y la temperatura se elevaba 
cada segundo, cuando ya no soportaba más el calor se desnudaba y se metía al agua 
a refrescarse; luego, nuevamente a caminar, realmente no sabía cuántas veces se 
metió al agua, desnudo, tratando de refrescarse y quitarse el ardor de la cara, 
que cada vez se hacía más intenso, en algún momento se palpó el rostro, percibió 
unas ligeras hinchazones, blandas como globos ¡Ampollas! trató de cubrirse la cara, 
esfuerzo inútil, la seda del paracaídas que llevaba sujeto con los arneses, no sólo 
no lo cubría sino que además, al deslizarse, le hacía arder la cara. 
El 
día 27 Rolando, el hermano mayor de Adolfo, estuvo inubicable, lo buscaron en su 
casa, en las oficinas de la compañía de fumigación para la cual trabajaba, pero 
ese día no tenían vuelos y no pudieron dar razón de su paradero; recién en horas 
de la noche se enteró que su hermano, y otro piloto, no habían regresado de un vuelo 
de entrenamiento. Amigo de todos los oficiales del Grupo 7 fue informado al detalle: 
habían sido misionados para un vuelo de reconocimiento de zona, inicialmente los 
habían programado a la zona sur de Piura pero luego, por condiciones meteorológicas 
les habían cambiado de zona, a la zona norte. 
El día 28, al rayar el alba 
Rolando decoló en su Stearman de fumigación para buscar los aviones perdidos, paciente 
y metódicamente buscó en la zona norte desde los contrafuertes hasta la línea de 
costa, peinó el desierto, esfuerzo inútil, no tuvo resultados; al caer la tarde 
aterrizó para recargar combustible en un precario aeródromo que usaba la compañía 
durante sus operaciones de fumigación.
Adolfo había pasado ya muchas horas caminando, 
deteniéndose de rato en rato cuando se sentía muy cansado, le pareció que cada vez 
era menor el tiempo entre parada y parada, no había probado bocado ni bebido una 
gota de agua desde el día anterior, ya había transcurrido más de 24 horas y sus 
energías declinaban rápidamente, se sentía desfallecer cuando de pronto le pareció 
ver a lo lejos una casa enorme, o un castillo, no sabía qué era lo que veía, o creía 
ver - ¡Dios mío, estoy viendo visiones! ¿una casa en medio del desierto?
 - ¡Esto 
se acabó! – pensó, comprendiendo que estaba al borde del colapso, no era de sorprenderse 
que estuviera viendo espejismos, hacía muchas horas que caminaba casi sin descanso, 
solo se tomaba unos minutos para sumergirse por un rato en las mansas olas que piadosamente 
refrescaban su cuerpo…y que le hacían arder la cara como fuego, caminaba y caminaba, 
siempre hacia el norte, hacia el norte, hacia los cerros de Bayóvar, luego a Sechura 
¡a la salvación! de ahí tomaría cualquier vehículo para que lo lleve a Piura. Eso 
era lo que él creía.
Las yucas de monte, los bulbos que crecían enterrados en 
la arena no le eran suficiente para calmarle la sed, varias veces le habían tocado 
algunos sumamente amargos, tal vez sería que no estaban maduros…sabe Dios si hasta 
daño me hacen…al norte, al norte, hacia la salvación, en tres oportunidades vio 
cómo a lo lejos se formaba una polvareda que se desplazaba - ¿Qué será eso?
¿serán 
esos pequeños remolinos que se forman cuando el sol calienta, aunque no haya viento? 
- De pronto la polvareda se interrumpía y después de una media hora se reiniciaba 
pero dirigiéndose en otra dirección - ¿Qué será? ¡Qué me importa, eso no me sirve 
de nada! - El sol inclemente caía a plomo sobre su exhausto y deshidratado cuerpo 
y otra vez, en el reverberar de la arena ardiente, el espejismo de la casa, y la 
polvareda que cambiaba de dirección. Supuso, bien, que sus energías se habían agotado
 
- ¿Una casa? ¿un camión? ¡ya estoy loco, o cerca de estarlo!  
Decidió que era 
mejor pensar en otra cosa, en algo positivo, que le trajera buenos recuerdos, no 
tuvo que esforzarse mucho para verse en el día que el equipo de básquet de la EOFAP 
había ganado el Campeonato Sudamericano Militar ¡Si hasta nos sacaron en El Comercio!
ese sí que fue un buen campeonato… y todo el equipo era de la promo …el “Loro” Fernando 
De la Portilla…el “Flaco” Gerardo Pérez…“Johnny” Carrera, Alayza, que no es de la 
promo pero casi ¿Mis compañeros me estarán buscando? seguro que sí – sonrió para 
sus adentros, seguía caminando sin mirar adelante, no quería volver a ver el espejismo 
de la casa inalcanzable, pero en un momento en que levantó la mirada - ¡No es un 
espejismo, son hombres… y un camión!- Corrió desesperadamente, gritando y agitando 
los brazos como un poseso, por un instante se imaginó, horrorizado, que los hombres 
que había visto estaban subiendo al camión y que partían dejándome solo otra vez
- ¡Alto….alto…esperen…esperen! – creía estar gritando, y realmente lo intentaba, 
pero de su boca reseca sólo salían apagados gruñidos - ¡Alto…no se vayan…esperen…esperen…no 
se vayan …no se vayan!
Los pescadores vieron de pronto, sorprendidos, a un 
loco cubierto con una enorme sábana blanca que, brotado de la nada, corría a trompicones, 
hacia ellos agitando los brazos y gesticulando, como tratando de hablar, aunque 
no escucharon su voz hasta que estuvo cerca; se acercaron a él pero no tuvieron 
tiempo de cogerlo, se derrumbó cuando estuvo casi al alcance de sus manos.
“No 
recuerdo los segundos, o minutos, siguientes, sólo sé que volví a tomar consciencia 
de lo que estaba sucediendo cuando sentí que me atragantaba con el agua que me dieron 
en un calabazo, me encontraba entre dunas a la sombra del camión, al hablar no reconocí 
mi propia voz, estaba casi afónico - mientras los pescadores me miraban con conmiseración” 
- Y no era para menos, tenía la cara deformada, con ampollada e hinchada por el 
sol. De unas grandes rumas de pescado emanaba un penetrante hedor – “Los pescadores 
aguardaron pacientemente a que me recuperara un poco y entonces empezamos a conversar, 
si conversación se puede llamar a sus preguntas y mis respuestas con una voz que 
era algo más que roncos susurros apenas inteligibles” 
- ¿Qué le ha pasado señor?
- Ayer he tenido un accidente y …
- ¿En un avión?
- Sí, en un 
avión ¿qué hora es? – la pregunta parecía retórica puesto ya que tenía un reloj 
en la muñeca - ¿cómo salimos de acá?
- Tranquilícese, señor, son más de las 
cuatro de la tarde y ya no tarda en llegar el ingeniero 
- ¿El ingeniero? 
– Artadi no entendía nada 
- Sí señor ¿vamos a ver su avión?
- 
Está 
muy lejos…estoy caminando desde ayer– No sabía cuál era su interés, pero no le gustó 
el tono en que le habló el pescador
- No importa, ahora viene el ingeniero ¿quiere comer? – lo agasajaron con
lo que tenían, pescado, sancochado pero bien sazonado y carne mechada;
a Artadi le llamó la atención que dispusieran de carne en ese desierto,
aunque estuviera seca y tuviera un sabor algo diferente.
- ¿Quién es ese ingeniero del que hablan? - mientras comía los pescadores le 
explicaron a qué se dedicaban ellos; le explicaron que su negocio era pescar, salar 
y secar el pescado para llevarlo a la sierra a venderlo, un ingeniero les proporcionaba 
los insumos y les pagaba por el pescado entregado. Efectivamente, cerca de las cuatro 
de la tarde llegó una camioneta con dos personas en el interior y un burro muerto 
sobre la cubierta del motor, tenía una herida de bala en la paletilla y sangraba 
por nariz y hocico. Después de los saludos de rigor y explicar su situación Artadi 
y el “ingeniero”, conductor de la camioneta, continuaron conversando 
- 
¿Y 
qué hace por aquí ingeniero?  
- He salido a cazar burros – dijo el de la 
camioneta
- ¿A cazar burros?
- Claro…pero, para usted nomás ¿ah? - 
el ingeniero sonrió, dejando ver que le faltaba un diente premolar al costado del 
colmillo - Burros salvajes, ahora los destazamos y los salamos, como al pescado, 
secamos la carne y la llevo a vender a la sierra – eso explicaba el burro muerto, 
al que habían bajado de un par de jalones y que luego de arrastrarlo unos metros 
estaban carneando.
- ¡Entonces era usted! vaya, menos mal
- 
¿Menos 
mal, por qué?
- Porque creí que estaba delirando, de lejos vi una polvareda 
pero que cambiaba de dirección, pensé que era mi imaginación  
- Noo, lo que 
pasa es que los burros ya saben que los cazo y tengo que cambiar de sitio para tratar 
de sorprenderlos – el ingeniero sonrió y escupió por el agujero de la muela faltante, 
acción que le causó una cierta repulsión a Adolfo - y dígame ¿Cómo así se le ocurrió 
caminar hacia el norte?¨por ahí no hay nada
- Pensaba cruzar los cerros de 
Bayóvar para ir a …
- ¡No sabe la suerte que ha tenido! – lo interrumpió 
- si no nos hubiéramos encontrado, mañana estaría muerto, por ahí no vive nadie, 
no hay ni un Dios te guarde, ni burros hay por ahí.  
- Ah…bueno, felizmente 
los encontré pero ¿ahora qué hacemos?
- Mire, la única forma de salir de 
aquí es por Santa Rosa, al sur y bien lejos, en la dirección opuesta a la que usted 
tomó- el “ingeniero” hizo una pausa y volvió a escupir por el costado de la boca 
- ¿Qué le parece si nos vamos de una vez…y de paso vemos su avión?- era obvio su 
enorme interés en ver el avión
- ¡Claro, ingeniero, ahorita! – Artadi sonreía
De inmediato partieron hacia el sur, por la línea de playa, a bordo iban el 
ingeniero, su ayudante y Adolfo; antes de una hora avistaron el plateado fuselaje 
del P – 47, el ingeniero y su ayudante se bajaron a curiosear pero Adolfo se quedó 
en la camioneta – Tanto tiempo he caminado y en una hora hemos regresado al avión, 
el ingeniero tenía razón…yendo hacia el norte no hubiera llegado a ningún lado – 
reemprendieron la marcha hacia el sur, siempre por la playa, que paulatinamente 
se iba angostando por efecto de la marea, obligándolos a desplazarse por la arena 
seca, cada vez más cerca a las dunas
 
Usualmente, cuando la compañía no tenía 
vuelos, el radio operador encendía el equipo solo en la mañana y al terminar el 
día por si habían instrucciones de la gerencia de operaciones; apenas aterrizó Rolando 
se le acercó el operador de radio, para decirle que corría el rumor de que la noche 
anterior uno de los pilotos, no sabía cuál, había llegado montado en un burro a 
la Base Aérea de Chiclayo, pero que no había podido confirmarlo, Rolando dedujo 
que era posible que estuvieran en la playa, al sur de Bayóvar ¿Sólo uno? ¿tan lejos 
de su zona? ¿y el otro? si el rumor era cierto entonces estaban más cerca de Chiclayo 
que de Piura, decidió que dado lo avanzado de la hora y que su avión no tenía radio, 
era mejor intentar ubicar los aviones visualmente y no perder tiempo en tratar de 
conseguir más información por la radio del aeródromo; lamentablemente la recarga 
de combustible era muy lenta ya que se efectuaba con una bomba de mano. Mientras 
esto sucedía pidió que le bajaran la presión a los neumáticos, hizo sus cálculos 
y enrumbó a la costa, a Bayóvar, al llegar al mar viró hacia el sur.
 Desde lejos 
vio la figura plateada del avión, era inconfundible pero no alcanzaba a distinguir 
el estado en que se encontraba – Calma, calma, enseguida llegamos, calma
- no vio 
a nadie en los alrededores, la cúpula estaba cerrada pero el avión estaba en muy 
buenas condiciones, sólo las palas de las hélices dobladas hacia atrás, esto le 
dio tranquilidad pero aun así surgieron inevitables interrogantes
 - ¿Estaría el 
piloto dentro del avión? eso sólo significaba que el piloto estaría muerto o malherido 
¿sería su hermano? calma, calma, seguro que está bien pero, si está bien ¿por qué 
no se ha hecho notar? ¿dónde está? – aterrizó cuidadosamente en la arena húmeda 
y sin apagar el motor se bajó del avión
 – Calma, calma – Vio que no había movimiento 
alguno en la cabina del P – 47 ni en los alrededores pero se tomó su tiempo para 
colocar su avión en sentido opuesto a la ligera gradiente de la playa, no quería 
arriesgarse a que se deslizara sin control, sacó una calza de madera y la colocó 
en una rueda; corrió y se subió por el ala del P – 47, la cúpula estaba cerrada 
y de un ojeada vio que no estaba el piloto ni el paracaídas, le volvió el alma al 
cuerpo, ya no eran solamente esperanzas, porque tampoco había huellas de sangre. 
En el compás había un papelito escrito, ansiosamente abrió la cúpula y leyó el papel 
- “Soy Adolfo, estoy bien y caminando hacia el norte”
 - ¡Está bien, gracias Dios 
mío! ¿hacia el norte? seguro que irá por la playa - rápidamente cerró la cabina, 
subió al Stearman y decoló sin saber que Adolfo había abandonado la zona poco antes 
y dirigiéndose al sur, exactamente lo opuesto a lo que decía el papel; ansiosamente 
peinó la zona hasta donde empezaban los cerros, decidió dar una nueva pasada de 
norte a sur hasta el avión y nuevamente hacia el norte, las sombras se alargaban 
conforme iba cayendo el sol quedando poco visibles muchas partes del terreno, se 
convenció que no era posible hacer una búsqueda efectiva y que era mejor retornar 
a Piura antes que fuera muy tarde; mentalmente, mientras navegaba entre dos luces, 
iba imaginando qué haría a la mañana siguiente
 – En cuanto llegue hay que organizar 
una… no, mejor dos expediciones terrestres para que vayan por tierra de norte a 
sur ¿habría llegado a los cerros?
- Creía que no - Ahora ya podemos concentrarnos 
en la búsqueda tomando como punto de partida el avión, Adolfo hizo bien en dejar 
ese papel, se lo llevaré al coronel para que me apoye ¿Tal vez necesitaremos gente 
del ejército? Podríamos llevar un par de hombres en cada viaje de mi Stearman, y 
la otra…... Aterrizó en Piura entre consternado y contento por lo que había encontrado 
en la playa pero sin ubicar a su hermano…voy a llamar a mi vieja para avisarle que 
Adolfo está bien…que dormirá en el monte pero que está sano y salvo... este es el 
segundo día… que temprano lo recogeremos… ¡Qué día! ¿cómo le cuento esto a mi madre, 
y para remate el día de su cumpleaños? ¡Ay Adolfo, cuando te encuentre vas a ver!
- Alférez, tenemos que parar hasta la noche – el ingeniero, que parecía preocupado, 
escupió por el hueco de la muela - más adelante ya no hay playa – su ocasional amigo 
se mostraba algo compungido – entiendo lo apurado que estará para llegar, pero no 
puedo continuar, la marea está subiendo – volvió a escupir - discúlpeme…voy a entrar 
un poco a tierra firme para esperar  
Largamente pasada la medianoche emprendieron 
la marcha hacia Chiclayo, hacia el sur, por la playa; había sido necesario esperar 
a que bajara la marea para aprovechar la arena húmeda y compacta de la interminable 
carretera que era la playa. Aún era noche cerrada cuando vieron, a lo lejos, lo 
que parecían ser los faros de un vehículo y los haces de luz de unas linternas que 
se agitaban para llamar su atención; el corazón se le aceleró ¿será gente que me 
está buscando? Abrió más los ojos y estiró el cuello, con la esperanza de ver más 
lejos, inútil esfuerzo, todo seguía en penumbras; un poco más cerca le pareció ver 
la forma de un “jeep” ¡sí…es un “Jeep”… y de la FAP¡ !la camioneta se detuvo al 
costado de un Jeep, de forma tal que las ventanillas del lado derecho de ambos vehículos 
quedaron frente a frente; Adolfo que había reconocido a la persona que estaba en 
el Jeep bajó rápidamente de la camioneta; el alférez Raul Ampuero, que era quien 
iba en el Jeep, vio una cara redonda, hinchada y ampollada- ¿Dónde habrá estado 
este hombre, que está tan quemado? – se preguntó. 
- ¡Chueco…soy yo!
– dijo 
Adolfo tratando de darse a conocer, el corazón le latía aceleradamente 
- 
¿Artadi? – Raúl Ampuero, su compañero de promoción, no lo había reconocido, tal 
era su condición - ¡Monitooo! – se estrecharon en un largo abrazo
Chueco…dime 
la verdad hermano ¿y Muñiz? - Preguntó ansioso de saber la suerte que había 
corrido su colega
- ¿Quieres saber la verdad…seguro?
- 
¡Claro hermano!- 
insistió Artadi - no sabes las que he pasado
- Bueno…la verdad es que Muñiz 
regresó a la Base, sin un rasguño…anteanoche pero…
- ¿Pero? – preguntó 
ansioso Artadi
- Montado en un piajeno
- ¿Montado en un piajeno? 
Ja ja ja ja …¡en un piajeno! Ja ja ja
Su odisea había terminado

Coronel 
FAP Adolfo Artadi
	
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