Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
Piura 1961
Había transcurrido más de un mes 
	desde su llegada a Piura, y el alférez Jorge Ramos, recientemente graduado, 
	aún no se acostumbraba al sofocante calor de lo que, según él, no era una ciudad 
	sino un horno; desde un inicio, tuvo dos preocupaciones principales: prepararse 
	para volar el “Thunderbolt” P-47, el legendario avión de la Segunda Guerra Mundial, 
	y conocer chicas de la localidad, en ese orden de prioridades. A pesar de que 
	hacía poco había terminado el curso de vuelos en el T-6, en Piura recibió un 
	curso reducido del mismo modelo de avión, y luego unas horas de vuelo, con una 
	variación: mientras en la Escuela habían volado en el asiento delantero, con 
	plena visión del campo, en este caso volarían en el asiento posterior, donde 
	la visión era restringida, y la razón era muy sencilla: siendo un avión con 
	patín de cola, es decir de cola baja, el motor restringía la visión delantera, 
	en tanto que en el P – 47, que es monoplaza, durante el carreteo y primeros 
	segundos del decolaje el enorme motor les impedía totalmente ver hacia adelante, 
	teniendo como referencia solamente los costados de la pista. 
Desde un 
	primer momento se estableció un lazo de simpatía entre Jorge Ramos y su instructor, 
	el capitán Julio Recharte.
- Ramos, espero que te hayas percatado 
	de que en cada turno hemos volado en diferentes zonas, y eso es para que te 
	fijes en los puntos saltantes, para que te ubiques bien en la zona, no te vayas 
	a perder, y truenas ¿De acuerdo? 
- Mi capitán, a propósito 
	de perderse ¿Cómo fue el accidente de los dos P-47 el 59? ¿por qué se perdieron?
	
- Como siempre, o casi siempre, error humano… no planificaron su vuelo, 
	exceso de confianza, nada más – el capitán dobló sus arrugados y húmedos guantes 
	de cuero y continuó, mientras los guardaba en el bolsillo de la pierna de su 
	mameluco de vuelos. 
Ya en la zona de parqueo, después del vuelo de entrenamiento, 
	mientras Ramos llenaba el formulario de mantenimiento escuchaba atentamente 
	lo que le decía el capitán Julio Recharte, su instructor en el T-6.
	
- Por eso te llevo a volar haciendo reconocimiento de zona, para que 
	después no estés “quemando” (angustiarse); de todas maneras, haz cabina en el 
	P-47, una hora más y cambiamos de “fierro”
Todas las mañanas, aprovechando 
	que el calor no era tan sofocante, Ramos se dirigía a la línea de vuelos, hacía 
	que le retiren la lona de protección a un avión y se sentaba a “hacer cabina”, 
	por lo menos media hora, durante la cual, con la ayuda de un mecánico, efectuaba 
	el “chequeo ciego” de cabina, en un afán casi obsesivo de ubicar cada instrumento, 
	cada maneta, cada llave, cada rompe circuitos, literalmente, sin ver, continuando 
	luego con la explicación de la finalidad y uso de todos y cada uno; eventualmente 
	conseguía que un piloto operativo lo ayudara un poco en esta actividad, momentos 
	en que aprovechaba para hacer consultas.
 
En el departamento de instrucción, 
	el capitán Julio Recharte, el mismo instructor del T-6, conversaba con Jorge 
	Ramos dándole las últimas instrucciones para su cercano y ansiado debut de vuelo.
	
- Mira Ramos, el plan de hoy es el siguiente: vamos a ir al avión para 
	que hagas tu adaptación a la cabina, que sé que ya lo has hecho, pero es de 
	reglamento; luego haremos, en seco, los procedimientos de arranque, y en esto 
	quiero hacer hincapié – hizo una breve pausa - nunca te olvides de chequear 
	el compensador de dirección antes del decolaje, no te olvides. ¿Has hecho cabina, 
	como te recomendé?
- Sí, mi capitán, también chequeo ciego, con 
	ayuda del mecánico.
- Muy bien, vamos a ver si es verdad tanta 
	belleza ¡Al avión!
	En la línea de vuelos los esperaba el mecánico, al costado 
	del avión; con su ayuda, por el lado izquierdo de la cabina, Ramos se acomodó 
	en el asiento, se amarró el arnés del paracaídas y se ató las amarras del asiento; 
	el instructor, que había subido al ala, permanecía de pie, a su lado. 
	- Estoy listo, mi capitán.
- OK, empieza 
	tus procedimientos, cantando los pasos – minutos más tarde, había terminado 
	el chequeo. 
- Listo para arrancar motor, mi capitán.
	
- Unas recomendaciones finales, primero, luego de arrancar el motor, 
	mantenlo en mínimo, ten en cuenta que es un motor muy potente, prácticamente 
	no vas a necesitar acelerarlo para el taxeo (carreteo), apenas lo suficiente 
	para romper la inercia; segundo, usa los frenos muy suavemente, ten en cuenta 
	que la punta de la hélice está muy cerca al suelo; tercero, antes de empezar 
	a taxear pon tu compensador de dirección en la posición “Take off”, eso es como 
	cinco grados, que sirve para compensar la fuerza de torque del motor… si tratas 
	de decolar con el compensador en neutro, lo más probable, casi seguro, se va 
	a desviar la nariz del avión y… te vas a salir de la pista - tomó aire, como 
	suspirando – muy bien, vamos a la cabecera del campo, haremos un simulacro de 
	intento de decolaje…vas a dar 20% de potencia y …
Jorge condujo 
	el avión hasta la cabecera del campo, con el instructor sobre el ala, agazapado 
	a su costado; enfrentó la pista y frenó suavemente; un nuevo chequeo a las manetas; 
	el instructor le hizo señas para incrementar la potencia, así lo hizo y el avión 
	empezó a tomar velocidad, mantuvo la palanca de mando pegada a su pecho, los 
	bordes de la pista ´parecían correr hacia atrás; con apenas mover los pedales 
	mantuvo el avión al centro de la pista; movió la palanca al centro y el avión 
	levantó la cola, corriendo sobre el tren principal; fueron unos segundos apenas, 
	entonces el instructor le hizo señas para que redujera la potencia, el avión 
	bajó la cola y Jorge lo carreteó hasta su ubicación en la línea de vuelos; de 
	un salto, el instructor se bajó del ala y le hizo señas para que se vaya
	¡El solo! Nuevamente carreteó hasta la cabecera del campo, 
	corrió la cúpula y, con la cabina cerrada, se colocó al centro de la pista, 
	la torre le dio autorización para despegar y Jorge aplicó toda la potencia al 
	motor; rápidamente tomó velocidad y en pocos segundos estuvo en el aire, ascendiendo 
	en procura de la altura y zona designadas. 
Concentrado en el ascenso, 
	todavía emocionado, escuchó en los audífonos una voz conocida.
- 
	Estoy a tu derecha – otro P- 47 volaba a la par que el suyo; era Julio Recharte, 
	su instructor – vamos a dar un par de vueltas. 
Durante 45 minutos 
	practicaron diversas maniobras, preparándose para el aterrizaje. 
-
	Haz aproximación directa…yo te voy volar en formación, a tu derecha, para 
	verificar el ángulo y velocidad de planeo ¿OK?
- OK, mi capitán
	
Jorge empezó a efectuar la aproximación según lo acordado, al sacar 
	el tren el avión vibró un poco y la velocidad disminuyó rápidamente; el instructor 
	lo acompañó en el tramo final hasta la cabecera del campo, entonces aceleró 
	y se elevó, alejándose. Jorge continuó su aproximación, en planeo; luego, un 
	leve toque de las ruedas del tren de aterrizaje y se encontró corriendo sobre 
	la pista. Carreteó hasta el lugar de parqueo, apagó el motor y se bajó del avión; 
	a los pocos segundos, el avión de su instructor se estacionó al costado. 
	
- Muy bien, Ramos, lo has hecho muy bien, felicitaciones, a partir de 
	ahora “a prenderse” – lo que en términos coloquiales quería decir: “Haga lo 
	que haga el guía, debes mantener estable tu posición en la formación.”
	
- Muchas gracias, mi capitán
- Sólo un consejo más… 
	ubícate bien en la zona, no te vayas a perder, y ahora…la patadita de la buena 
	suerte.
	Ramos, contento por el importante paso que había dado, 
	decidió ir al casino de oficiales donde, seguramente, encontraría a algún amigo 
	con quien tomarse una cerveza bien fría; efectivamente, se encontró con dos 
	compañeros, que lo felicitaron por su reciente vuelo, iniciándose una conversación 
	sobre los dos temas recurrentes, los vuelos y las nuevas amistades.
	- ¿Sabes? Algo que me preocupaba mucho fue el momento 
	en que Julito Recharte, mi instructor, estaba en el ala mientras taxeábamos 
	a la cabecera del campo, y luego, peor todavía, mientras hacía la carrera de 
	decolaje. 
- Pero Manolete ¿acaso ibas a decolar? 
- 
	No, claro que no, pero... y si frenaba muy brusco…Julito salía disparado y terminaba 
	en rodajas, como jamón del país ja ja ja.
- ¡Salud Jorge! Mándate una manoletina
Jorge no 
	se hizo de rogar; se paró, puso los dos pies juntos, con el cuerpo envarado, 
	los pies juntos, con la mano derecha a la cintura y, con el brazo izquierdo 
	extendido y semiflexionado, empezó
- ¡Elegía a Manolete! ¡Va por 
	ustedes!
¿Sabe una cosa mare?
¡Hoy ha muerto Manolete!
En la 
	plaza de Linares
¡Qué momento más tremendo!
Lo he visto morir matando
	Le he visto matar muriendo
¡Bravo Manolete! - aplausos y silbidos - ¡Salud! y se acabó la fiesta.
“Esta es la historia de una mujer y un hombre que se amaron 
	en plenitud, salvándose así de una existencia vulgar. La he llevado en la 
	memoria cuidándola para para que el tiempo no la desgaste y es solo ahora, en 
	las noches calladas de este lugar, cuando finalmente puedo contarla. Lo haré 
	por ellos y por otros que me confiaron sus vidas diciendo: toma, escribe, para 
	que no los borre el viento.”
Isabel Allende
“Amor y Sombra”
En Piura, las alumnas del colegio Fátima, de monjas dominicas, 
	usaban blusa y falda blancas, tableadas; a la hora de salida de clases se desbordaban 
	por la amplia calle, revoloteando como mariposas, las agudas y alegres voces 
	de las más pequeñas, que se escuchaban como gorjeos, daban la impresión de ser 
	una bandada bulliciosa de inquietas aves. Marcela, hija de don José Franco e 
	Hilda Águila, vivía en la urbanización Clark, frente al edificio del Residencial 
	FAP, era la mayor de seis hermanos; cursaba el tercer año de secundaria cuando 
	conoció a Jorge Ramos, un encuentro absolutamente casual, pero trascendente.
	
Un domingo, después de la matiné, Gabriela, una amiga de Marcela, le pidió 
	que la acompañara a casa de un tío para darle un encargo; quien abrió la puerta 
	fue un jovencito moreno, delgado y, quizás, veinteañero; el muchacho se quedó 
	pasmado, mirando a las dos desconocidas chicas.
- Hola - dijo Gabriela - 
	¿Está mi tío? – No esperó respuesta, simplemente entró a la casa, junto con 
	Marcela; Jorge se quedó estupefacto, sin saber qué responder. 
Desde 
	el interior se escuchó una voz masculina.
- Pasa, Gabriela, entra.
Jorge 
	y Marcela se quedaron solos, él azorado, sin saber qué decir; ella, de lo más 
	tranquila.
- Hola ¿Cómo te llamas? 
- ¿Yo? Jorge ¿Y tú? – Caray 
	¿por qué me he puesto nervioso? Pensaba Jorge
- Marcela ¿Eres de Piura? 
	¿En qué colegio estudias? 
- ¿Colegio? ¡Noooo! Soy alférez de la FAP 
	- al dar esta respuesta, se sintió con más confianza.
- Ya sé, sonso, 
	si yo vivo frente al Residencial de la FAP
- ¿Ah, si? Nunca te he visto.
	
	
- Pero yo sí te he visto… varias veces; hace poco que estás en Piura ¿cierto?
	
	
El flechazo fue instantáneo, los ojos y el corazón hablaron sin hablar; 
	ambos quedaron prendados y, a partir de esa fecha, empezaron los escarceos amorosos 
	entre el Alférez de la FAP, en su primer año de oficial, y la escolar adolescente, 
	estudiante de cuarto año de secundaria. 
Cuando había alguna fiesta, 
	y autorizaban a Marcela a asistir, lo hacía en compañía de uno de sus hermanos; 
	sólo podía bailar un par de piezas con Jorge, porque inmediatamente se hacía 
	presente la “Gestapo”, personificada en su hermano. 
Dos veces por semana, 
	Marcela asistía a recibir clases de inglés en una academia particular, circunstancia 
	que le permitía, de vez en cuando y armándose de valor, escaparse a tomar helados 
	en la fuente de soda, siempre acompañados por su buena amiga Tere. 
Lamentablemente 
	para los tórtolos, al año siguiente, 1962, Jorge fue nombrado al Grupo Aéreo 
	N°11, en Talara. Si bien los encuentros se hicieron más dificultosos, ellos 
	se las ingeniaban para verse, o por lo menos comunicarse; a veces, aprovechando 
	que don José Franco había contratado un instructor de manejo para Marcela, esta 
	le pedía que la llevara a practicar a las afueras de Piura, camino a Sullana, 
	entonces aparecía Jorge y abordaba el vehículo, acomodándose en el asiento de 
	atrás; de esa manera podían conversar, mientras Marcela hacía las prácticas 
	con el chofer al lado. El romance pronto fue la comidilla local; Manolo Rosas, 
	un periodista del diario “La Industria”, que escribía “Secretos”, una columna 
	social, publicó la noticia, semidisfrazada; decía “Se ha visto a cierto oficial 
	de la FAP rondando por la Urbanización Clark ¿A quién estará visitando?” y notas 
	por el estilo, a las que sólo faltaba poner los nombres en mayúsculas.
	
Entonces empezó la guerra de ingenios, la negativa del padre a aceptar esa 
	relación le causó a Marcela un gran dolor, no estaba en su naturaleza desafiar 
	la autoridad paterna, pero enamorada como estaba, no le quedaba otra opción; 
	Armandina, su abuela materna, la comprendía y consolaba, pero eso no era solución. 
	Hilda, su madre, trataba de razonar con el celoso cabeza de familia, que se 
	mantenía irreductible en su decisión. Marcela, que no podía oponerse a la autoridad 
	paterna, confió sus cuitas a la madre Roxana, la monja, que tenía conocimiento 
	del romance y que había averiguado todo sobre el pretendiente, se convirtió 
	en su paño de lágrimas y consejera espiritual.
- Madre, ya no sé qué hacer, 
	no entiendo tanto rigor ¿Es que soy mala, madre?
- No hijita, tú y yo 
	sabemos que no eres mala, sólo que tu papá te quiere mucho y tiene miedo.
	
- Pero madre ¿Miedo? ¿Miedo de qué, madre, miedo de qué?
- Miedo 
	de tu juventud, eres apenas algo más que una niña y tiene miedo de que te lastimen, 
	miedo de que te aparten de su lado, él quiere lo mejor para ti, pero no sabe 
	cómo manejar esta situación.
- Pero madre, si ni siquiera conoce a Jorge 
	¿Por qué tiene miedo?
- Tal vez por eso, porque no lo conoce ¿Tu mamá 
	sabe de Jorge? Deberías hablar con ella.
- Sí madre, sí sabe, pero no 
	se atreve a decírselo a mi papá ¿Por qué no habla usted con ella?
- No 
	hijita, todavía no, en cosas de marido y mujer no se debe intervenir, solo ellos 
	saben cómo manejar los asuntos de la familia.
- ¡Pero madre!
- 
	¡No hijita! Todavía no, tal vez más adelante, y no te desesperes, yo sé que 
	Jorge es un buen muchacho.
- ¿Usted lo conoce, madre? ¿Cómo sabe?
	
- Yo sé muchas cosas, hijita, ustedes son como mis hijas, y más cuando alguna, 
	como tú, tiene la confianza de contarme sus penas y preocupaciones; ten paciencia, 
	confía en mí y rézale mucho a la Virgen.
- Gracias madrecita.
	- No llores Marcelita, ahora vamos a rezar un Padre Nuestro y un Ave María para 
	que todo salga bien – Ambas rezaron con unción.
- Madrecita, yo lo voy 
	a seguir viendo, no sé cómo, pero lo voy a seguir viendo ¡No se lo diga a nadie, 
	por favor!
- Marcelaaa… - la monja se sintió apenada por la aflicción 
	de su pupila.
- Sí, madrecita, es que yo también tengo miedo.
Jorge, que vivía en Talara, bajaba casi todos los días a Piura para tratar de 
	ver a su amada, la más de las veces sin resultado; su automóvil, un viejo Dodge 
	verde, al que llamaban “La Covadonga”, se hizo conocido, pues era común verlo 
	rondando por la Urbanización Clark, tanto, que se vio en la necesidad de llegar 
	subrepticiamente y ocultarlo en las instalaciones de la FAP, para que el padre 
	de Marcela, o sus allegados, no se enteraran - ¿Cómo hacer? ¿Qué hacer? - El 
	sufrido enamorado tenía que ingeniárselas para lograr, por lo menos, hablar 
	por teléfono con Marcela, para lo cual esperaban a que el señor Franco se ausentara 
	a atender sus asuntos y entonces Jorge llamaba por teléfono, aunque no siempre 
	con éxito.
Una clara señal de que el campo estaba libre, o lo parecía, 
	era cuando no estaba estacionado a la puerta su automóvil Ford, marca representada 
	por su empresa, irónicamente llamada “San Jorge”, como el pretendiente; otra 
	forma de comunicarse la consiguieron con la complicidad afectuosa de Mina y 
	Chabela, las empleadas domésticas de la familia Franco. Como la casa quedaba 
	en esquina, Jorge podía ver desde el Residencial FAP tanto la puerta principal 
	como una ventana lateral, la de la cocina, entonces tenía que ingeniárselas 
	para dejarles una carta para Marcela, lo cual era medio complicado, porque necesitaba 
	estar seguro de quien era la persona que podía ver a través de la ventana, no 
	fuera a suceder que cayera en manos equivocadas y entonces sí, la catástrofe; 
	uno de los recursos al cual acudían era el regado del jardín de la puerta principal.
- Mina ¿Otra vez regando? ¿Ayer no regó Chabela?
- ¡Ay, don José! 
	Es que como ha hecho hartísima calor es mejor regar un poco más, no vaya a ser 
	que se nos mueran las plantas, don José.
La doméstica se quedó con el alma 
	en un hilo, había contestado apresuradamente, casi atropellándose - ¿Sospechará 
	algo el señor? ¡Ay, crucecita de Motupe!
- ¡Hummm…! - José franco parecía 
	no tenerlas todas consigo.
- Chabela ¿Por qué el mayordomo de la FAP anda 
	por aquí? Ya es la segunda vez que lo veo ¿No te estará inquietando? ¿Te ha 
	dicho algo, te ha dado algo?
- Ay don José, cómo se le ocurre, no me ha dado 
	nada… seguro que de pura casualidad ha pasado por aquí… ( ¡Ay Dios mío, que 
	no me pida que abra las manos! La niña Marcela tiene la culpa)  
Había pasado unos minutos, cuando Marcela se encontró con la empleada
- Mina, 
	Jorge me ha avisado que me está mandando una carta, recíbela por favor y me 
	la…
- ¿Qué? Ni por nada niña, si su papá me chapa capaz que me mata.
	
- No seas mala Minita, no seas mala. 
- No niña, la Chabela hasta ahora 
	está con el susto ¡No niña, ya no! 
- la empleada parecía firme en su determinación, 
	pero al ver la compungida cara de Marcela, y sus ojos arrasados de lágrimas, 
	pudo más el profundo cariño que le tenía a “su niña”
- No llore niña, sí 
	se la voy a recibir… pero que sea la última vez, por favor – sabiendo que ya 
	eran varias “última vez”
Las cartas que los mayordomos del Residencial entregaban a las empleadas de la familia Franco, eran básicamente para tratar de coordinar el día y la hora en que Jorge llamaría por teléfono, entonces empezaba el dulce martirio de Marcela, conforme se acercaba la hora prevista su corazón latía más de prisa; en alguna oportunidad la campanilla sonó más temprano de lo acordado, y aunque ella, previsoramente, se encontraba en las inmediaciones, no estuvo lo suficientemente cerca, más cerca estaba su mamá que en apenas tres pasos tuvo el teléfono al alcance de la mano, Marcela corrió, pero hubiera tenido que prácticamente atropellar a su madre para tomar el teléfono antes que ella, su corazón latía desbocado, se quedó a medio camino, anhelante, asustada, nerviosa - ¿Por qué la había llamado cinco minutos antes de lo acordado? ¿Qué diría su mamá? ¿Le contestaría? ¿Le pasaría el teléfono o cortaría la llamada? - Sus ojos muy abiertos, y sus manos cerradas, una de ellas sobre la boca, revelaban su angustia.
- Aló… - Hilda cubrió la bocina con la mano libre – No es para 
	ti, Marcelita – la señora la miró con una mezcla de ternura y pena – pero no 
	me demoro – retiró la mano de la bocina.
- Discúlpame, Olguita, yo te 
	llamo más tardecito ¿De acuerdo? Gracias, hasta luego - En ese momento Marcela 
	adoró a su madre; siguió esperando, ansiosa, pero con el corazón sosegado.
No obstante, las razones del señor Franco no eran desdeñables, ni mucho menos.
- Marcela, hijita, comprende que estás en un error, ese muchacho 
	es un mocoso, y tú una criatura, no tiene ni 22 años y…
- Tiene 23, papá
	
- Bueno 22 o 23 es lo mismo, además no tiene ni dónde caerse muerto.
	
- Pero papá…
- Además, no sé nada de su familia ¿Quiénes son sus 
	padres? ¿Cómo es su familia, cómo viven, dónde viven? ¡Nada, no sé nada!
	
- Papá, Jorge es una buena persona, su mamá murió cuando era chico, tenía 
	5 años, y después murió su papá, cuando Jorge tenía 15, él se está haciendo 
	solo, sin ayuda de nadie.
- Escúchame hijita, hay algo más que no hubiera 
	querido decirte… a pesar de que tú lo sabes tan bien como yo.
- ¿Qué 
	cosa, papá? – Marcela tenía los ojos abiertos como platos
- Tú lo sabes 
	muy bien, los accidentes de aviación se producen a cada rato, esos aviones se 
	caen de puro viejos y yo no quiero que te quedes viuda cuando ni siquiera has 
	empezado a vivir.
- Papá, qué malo eres.
- No soy malo hijita, 
	yo sólo quiero lo mejor para ti, tú sabes que te estoy diciendo la verdad.
	
- Sí papá…
Marcela no tenía más argumentos que su amor ¿Qué podía decir?
- Hijita, escúchame, no sé cuántos ni quienes más se han matado, 
	pero de Piura han muerto varios a los que yo he conocido, y no solamente a ellos 
	sino también conozco a sus familias, todos en el P – 47 ¿No te acuerdas que 
	hace poco se mató Rosendo Bravo, el papá de tu amiga Bertha? Y ya del grado 
	de mayor, un piloto con experiencia, en el mismo tipo de avión que vuela ese 
	muchacho, Jorge, o como se llame; hasta el chino Velarde, el enamorado de Bertha 
	Bravo, al que se le incendió el avión en el aire y que no se mató porque Dios 
	es grande ¿Qué crees que debo pensar hijita? ¿Es que no te acuerdas de los dos 
	aviones que se cayeron por los cerros de Bayoyar?
- Claro que me acuerdo 
	papá ¿Cómo no me voy a acordar? Pero en Talara Jorge vuela otro tipo de avión, 
	más moderno.
- Claro que allá vuelan otro tipo de aviones, ya lo averigüé, 
	es el “Sabre” F-86 que igual matan a los pilotos ¿Acaso no te acuerdas que en 
	enero del año pasado ´hubo un accidente en Talara, y murió el piloto? ¡Y era 
	un avión más nuevo, más moderno! ¡Es lo mismo, se matan, es lo mismo! ¡Entiende!
	
	F-86
Un día de febrero, Jorge Ramos abandonó su atalaya y se dirigió, una vez más, al Casino del Residencial de Piura; la tensa situación lo mortificaba y deprimía, pero no por eso cejaba en su empeño de cortejar a Marcela; en varias ocasiones, agotadas las esperanzas de verla, o comunicarse con ella, bajaba a conversar con los oficiales que encontrara, una o dos cervezas después, la melancolía lo embargaba y empezaba por entonar una conocida canción, haciendo una analogía con su difícil romance.
- No te pongas así “Manolete” - que era como lo llamaban a raíz 
	de la broma de ¿Quieres volar?, que le hizo Artadi cuando Ramos era “perro”- 
	ten paciencia, si tú sabes que te quiere, ten paciencia.
 
- ¡Qué más 
	paciencia, hermano! Ya no sé qué hacer, yo tengo las mejores intenciones y no 
	me dejan ni verla - empezó a tararear su canción preferida, mientras le servía 
	otro vaso de cerveza a su amigo.
- Aquí paramos la mano, “Manolete”, 
	cuando empiezas con esa canción… y tú tienes que manejar hasta Talara.
	
- Hermano, apenas si puedo ver a Marcela, a escondidas, y luego tengo que 
	irme para evitarle problemas con su papá… pareciera que esta canción fue hecha 
	para nosotros - empezó a cantar, bajito al comienzo, con ternura, con voz muy 
	sentida.
Se detuvo, levantó el vaso y en dos tragos se bebió el contenido.
- La segunda parte de la canción es la que me jode… siento como si hablara conmigo mismo - empezó a cantar nuevamente, con voz muy baja y como con rabia.
Como en otros días de frustración, a “una cervecita” le seguía otra y, a poco, con su compañero haciéndole dúo, empezaba a repetir el estribillo - “Que no es delito en el hombre… llorar por una mujer” - y …otro salud.
- ¡Se acabó! – Con un movimiento brusco, golpeando 
	la mesa, dejó el vaso sobre la mesa.
- ¿Paramos la mano? Me parece bien, 
	tienes que manejar hasta Talara y…
- ¡Sí! ¡Paramos la mano! No más trago, 
	pero he dicho que esto se acabó porque voy a hablar con sus padres.
- 
	Pero “Manolete”, su viejo es bien bravo, te va a botar…
- ¡Aunque me bote! 
	¡Derribado, pero sobre el objetivo! Como dijo Quiñones.
Jorge pensó que 
	la situación era insostenible y que era necesario poner las cosas en claro, 
	tenía las mejores intenciones y no era cuestión de verse solo a escondidas, 
	de manera que, previa coordinación con su amada se armó de valor y procedió.
	
Eran las tres y media de la tarde, la hora de la siesta, y la casa estaba 
	extrañamente silenciosa, había una calma fuera de lo común, nadie se movía, 
	cuando empezó a repiquetear la campanilla del teléfono; hacía poco que don José 
	Franco se había levantado y aseado, preparándose para ir a su oficina.
- Aló - ¿A quién se le ocurre llamar a esta hora?
- Buenas tardes 
	¿El señor José Franco?
- Sí, soy yo ¿Quién habla? – José estaba extrañado, 
	no reconocía esa voz , pero a no dudarlo era la de un hombre joven.
- 
	Señor Franco, le habla el Alférez Jorge Ramos, de la FAP, lo llamo para…
	
- ¡Hilda! – Llamó a su esposa - atiende el teléfono… no es para mí.
	
- Sí es para ti Pepe… atiende la llamada – La mamá de Marcela había aparecido 
	como por encanto, como si hubiera estado esperando esa llamada; José miró a 
	su esposa y se le ensombreció el rostro, volvió a colocarse el aparato a la 
	oreja.
- Aló, alférez… dígame de qué se trata, lo escucho.
Jorge 
	tocó decididamente la puerta de casa de la familia Franco, que se abrió casi 
	inmediatamente; la señora Hilda, la mamá de Marcela, le franqueó la entrada,
	
- Señora buenas tardes, soy…
Hilda y Jorge conversaron brevemente y, 
	a partir de ese día, Jorge pudo ir de visita, sólo como amigo, en días y horas 
	determinadas y con la presencia de doña Armandina, la abuelita materna, que 
	se sentaba frente a ellos a rezar el rosario, aunque “afortunadamente” a doña 
	Armandina solía “darle sueño” oportunamente y cabeceaba por algunos minutos.
	
Transcurrido un año, en el verano de 1963, Marcela Franco y su familia viajaron 
	a Lima, oportunidad que Jorge Ramos aprovechó para invitarlos a una cena en 
	casa de su prima Clarita, a la sazón casada y con tres niños, para presentarles 
	a su propia y escasa familia y pedir la mano de Marcela, formalizando el compromiso.
	
En Piura, el 26 de noviembre de 1963, como una cosa muy especial y gracias 
	a las gestiones de la madre Roxana, contrajeron matrimonio en la capilla del 
	colegio Fátima, Marcela Franco, la adolescente que acababa de terminar quinto 
	de secundaria, y el aún Alférez, Jorge Ramos Echevarría. La madrina de la boda 
	fue Clarita, la prima que veló por Jorge a la muerte de su padre.
	
	Jorge “Coco” Ramos Franco; Jorge Ramos Echevarría; Marcela
	Franco; Hilda y Susana.
	
	Cmdte FAP Jorge Ramos Echevarría
En enero de 1979, Jorge Ramos fue cambiado de colocación, 
	de Talara al Ala Aérea N*1 con sede en Piura. Los esposos Ramos sabían que era 
	inevitable que en algún momento los cambiaran de colocación, pero, aun así, 
	les causó algo de tristeza, atrás dejaban 15 años de convivencia en el Grupo 
	Aéreo N* 11 “La casa de los tigres”, y su amado Sukhoi 22.
Esa noche, 
	la noche de la despedida, sus camaradas empezaron a incitarlo para que cante 
	“Llora Llora Corazón”, la canción que Jorge había convertido en un himno al 
	amor porque, decía, había sido hecha para él y Marcela, describiendo los primeros 
	tiempos de su romance; no fue necesario insistir mucho; cuando empezó a cantar, 
	todos guardaron silencio, hasta que llegó al segundo verso, entonces todos a 
	coro cantaron:
…Llora llora corazón, llora si tienes porqué… 
	Dicen que, en aquella ocasión, fue Marcela la que lloró.
Daniel llegó a la 
	Base y, detrás de él, lo hizo el comandante Jorge Ramos, Jefe del Departamento 
	de Operaciones del ALAR1, igualmente puntual. A ambos estacionaron sus vehículos 
	y juntos se dirigieron a la línea de vuelos, en el trayecto hasta el avión, 
	Ramos, que estaba programado como copiloto en el vuelo de comprobación que se 
	iba a efectuar, abordó a Gutiérrez.
- Daniel, quisiera aprovechar este 
	vuelo para hacer mi primera hora de familiarización, a la izquierda.
	- ¿A la izquierda? No negro, este es un vuelo de comprobación – a pesar de la 
	diferencia en antigüedad, y graduación, puesto que Ramos había sido su “técnico” 
	(cadete de cuarto año) cuando Daniel ingresó como “perro” (aspirante a cadete), 
	entre ellos había mucha familiaridad.
- Pero si es sólo comprobación, 
	no vuelo de prueba ¿Cuál es el problema?
- Que hace cinco días, tuvieron 
	que abortar un vuelo a Talara porque en el ascenso el motor izquierdo presentó 
	problemas ¿Cuál es el apuro, Negro? lo hacemos otro día – respondió Gutiérrez.
	
- Es que me voy de vacaciones en febrero, o sea mañana ¿Qué dices? – preguntó 
	Ramos.
- Que no hay apuro, empiezas tu PDE cuando regreses, ahora hacemos 
	el vuelo de comprobación, como está programado y listo. 
- Pucha, Daniel, es un vuelo de rutina, de comprobación, no de prueba, no te hagas el interesante, es sólo familiarización - Daniel lo miró dubitativo - ¿Qué dices, voy a la izquierda?
- No Negro, tú sabes que está prohibido hacer eso en un vuelo de prueba.
	
- Chaparro, no exageres, este es un vuelo de comprobación, de mantenimiento, 
	no es un vuelo de prueba – Ramos volvió al ataque - ¿Qué dices, voy a la izquierda?
	
- Está bien, pero ojo, solo es familiarización, nada más ¿OK?
- Piura 
	Torre, de FAP 731
- FAP 731, esta es Piura Torre... adelante
- 
	Buenas tardes señor, el FAP 731 solicita autorización para taxeo a pista principal... 
	plan de vuelo zona norte, a nivel 120 por una hora para vuelo de comprobación.
	
- FAP 731 de Piura Torre autorizado su taxeo a pista principal, viento de 
	los 190 con 8 nudos QNH 2991 pulgadas (Presión barométrica) ...condiciones CAVOK. 
	(En inglés Cielo y visibilidad ilimitados). Reporte listo para ingresar a pista 
	principal.
- Piura Torre, FAP 731 listo para ingreso a pista principal 
	solicita autorización de decolaje.
- FAP 731 autorizado... sin tráfico 
	reportado viento de los 190 con 10 nudos...reporte alcanzando zona y altura.
	
- FAP 731...recibido... reportaré alcanzando zona y altura.
Minutos 
	después el avión volvió a reportarse:
- Piura Torre, FAP 731 alcanzando 
	zona y altura. 
- 
- FAP 731 de Piura Torre... recibido.
- Piura 
	Torre, de FAP 731.
- FAP 731... adelante
- El FAP 731 cancela 
	plan de vuelo e inicia retorno a su estación, estoy dejando zona y altura en 
	el momento.
- FAP 731 de Piura Torre ¿Entiendo cancela plan de vuelo?
	
- Afirmativo señor... cancelo plan de vuelo por mantenimiento.
- 
	FAP 731... confirme ¿Algún problema?
- El FAP 731 cancela por mantenimiento 
	de un motor.
- FAP 731...confirme ¿Se declara en emergencia?
- 
	Negativo señor... iniciando descenso reportaré en final largo.
- FAP 731 
	Piura Torre recibido...el viento de los 190 con 10 nudos...QNH 2992..reporte 
	en final largo.
- Piura Torre de FAP 731
- Adelante FAP 731
- El 
	FAP 731 se encuentra alto...circularé en descenso cabecera norte para hacer 
	giro de 360 y reportar en final corto.
- FAP 731 de Piura Torre autorizado...reporte 
	en final corto.
Los soldados de la compañía de tropa del ejército vieron que el avión descendía en vuelo aparentemente normal e iniciaba viraje a la izquierda; nada hacía suponer que estuvieran en dificultades
- Piura Torre, de Teclo (Control FAP) ... aparentemente ha ocurrido un accidente, hay una columna de humo negro en la proyección de la cabecera de pista.
- Piura Torre recibido... activando sistema de emergencia… Equipo de salvataje de Piura Torre...dirigirse a la cabecera norte por probable accidente aéreo. Informe.
	
	Queen Air
	Al día siguiente, en un avión AN-32, trasladaron a Lima los restos 
	mortales de los dos pilotos fallecidos, Jorge Ramos Echevarría y Daniel Gutiérrez 
	Espinoza.
Jorge “Coco” Ramos, hijo del comandante fallecido, que hasta 
	ese momento había permanecido sentado, con la cara entre las manos, se puso 
	de pie y se abrazó al ataúd que contenía los restos mortales de su padre; hondos 
	sollozos lo sacudieron mientras estrujaba la bandera que cubría el féretro; 
	inmediatamente Daniel Gutiérrez, hijo, de doce años, se le acercó, arrodillándose 
	a su lado.
- Manolete…papá – dijo Coco, mirando una fotografía de su 
	padre que había sacado del bolsillo - yo también voy a ser piloto, te lo juro.
TERCERA PARTE
“Desde siempre las mujeres han perdido hijos, el dolor de madre es el más lacerante, el más hondo, se les rompe el corazón, pero deben seguir viviendo para y por sus hijos, porque la vida es un río siempre en movimiento, con emociones, dolores y alegrías siempre nuevas”
“Coco” Ramos
	Hacía ya dos meses del fatal accidente del 
	comandante Jorge Ramos Echevarría, en Piura, 31/01/79, y la familia se había 
	instalado en su nueva casa, en Lima; al comienzo todo fue un caos, ,pero la 
	realidad se impuso, la vida de la familia tenía que continuar, habían muchas 
	cosas que organizar y que arreglar, y una de ellas era enviar a los chicos al 
	colegio; Marcela, sin dudar, los matriculó en el Colegio FAP José Quiñones donde, 
	por supuesto, le dieron todas las facilidades; inicialmente sólo asistirían 
	los dos mayores, Jorge de catorce años recién cumplidos, al que llamaban Coco, 
	e Hilda, de once; Silvia, la menor, aun no asistía al colegio.
Sabedores 
	de la desgracia sufrida por Coco, sus compañeros lo recibieron con amabilidad, 
	al mismo tiempo que con la curiosidad propia de los adolescentes; Coco, que 
	hasta ese año había estudiado en Talara, donde residía, hasta la muerte de su 
	padre, se mostraba retraído y poco comunicativo con sus nuevos compañeros, no 
	obstante, encontró más afinidad con Luis Quiñones Valdez, “Luchín”, el hijo 
	de un compañero de promoción de su padre, Luis Quiñones Dávila.
Poco 
	a poco, el tiempo fue haciendo su trabajo, su herida fue haciéndose menos dolorosa, 
	aflorando su verdadera personalidad; cortés y muy educado, se volvió también 
	un buen deportista, alto y delgado pronto destacó en la práctica del vóley, 
	haciéndose muy popular entre las chicas. Pese a que desde los siete años requería 
	el uso de anteojos, con frecuencia manifestaba su deseo de ser piloto; a Marcela, 
	su mamá, no le hacía ninguna gracia, pero no le preocupaba demasiado, porque 
	- Con anteojos ¿Cómo va a ser piloto? Por lo menos piloto de la FAP no será, 
	y para piloto comercial hay mucho pan por rebanar - No obstante, le hizo saber 
	que no lo autorizaría de ninguna manera; comprendiendo el sentimiento y la actitud 
	de su mamá, no insistió, sin que por eso abandonara la idea de ser piloto, como 
	su padre; fue durante el viaje de promoción que hicieron a Iquitos, el año 1981, 
	cuando Coco habló seriamente con su amigo “Luchín” Quiñones.
- Luchín, 
	quiero ser piloto civil ¿Tú qué piensas?
- Sí, ya lo sé, me lo has dicho 
	varias veces, pero ¿Qué le vas a decir a tu vieja?
- No sé, por eso te 
	pregunto
- Lo que yo sé es que si no tienes 18 años necesitas autorización 
	de tu padre o apoderado, y tú estás en los 16 ¿Entonces?
- Entonces tengo 
	que hablar con mi vieja, aunque ya me ha dicho que ni lo piense.
Efectivamente, 
	Coco habló con Marcela, o por lo menos, lo intentó, porque inmediatamente ella 
	dio su veredicto:
- Coco ¡Por enésima vez te digo que no! ¿No entiendes? 
	De ninguna manera te daré autorización ¿Qué cosa quieres? ¿Matarte como tu padre? 
	¡No es no! Primero estudia una carrera, me traes tu cartón y después haz lo 
	que te dé la gana.
Al tener la batalla perdida, Coco se decidió por estudiar 
	economía en la Universidad Ricardo Palma, a la que ingresó el año 1983, sin 
	que ello significara olvidar su deseo de ser piloto. A fines de 1985 recibió 
	una llamada de Luchín Quiñones, que por entonces laboraba en la Municipalidad 
	de Lima, para proponerle que vaya a trabajar con él como Jefe de la Dirección 
	de Señalización de la Secretaría Municipal de Transporte Urbano; vehemente y 
	voluntarioso como era, aceptó de mil amores, una de las funciones principales 
	del puesto era controlar el pintado de la señalización de las pista, labor nocturna 
	que se hacía dificultosa porque demandaba mucha mano de obra y porque ese año, 
	1986, la ciudad de Lima se encontraba bajo toque de queda y era necesario que 
	cada obrero contara con un salvoconducto, que había que tramitar diariamente; 
	todas las mañanas, Coco se reunía con Luchín para informarle las ocurrencias 
	de la noche anterior y presentar la relación de obreros que laboraría esa noche, 
	fue en una de esas reuniones que Coco trajo el tema a colación.
- Lucho, 
	quisiera tu opinión sobre un asunto.
- Bueno, dime ¿Es algo de la chamba?
	
- No, nada de eso… quiero operarme el ojo.
- ¿Qué? No te entiendo 
	¿De qué estás hablando?
- Lo que pasa es que el año pasado me hice un 
	examen de vista y me declararon no apto para piloto, porque tengo un problema 
	en un ojo.
- Entonces no puedes ser piloto pues, sonso.
- Es cierto, 
	no puedo ser piloto FAP, pero puedo ser piloto civil, sólo necesito corregir 
	esa deficiencia.
 
- Pucha, qué terco compadre.
- No es terquedad, 
	es vocación.
- Bueno ¿Y qué vas a hacer?
- El oculista me ha dicho 
	que se puede corregir con una operación que hacen en Estados Unidos ¿Tú qué 
	opinas?
- No sé qué decirte, no tengo ni idea de ese tema ¿Te vas a operar?
	
- Sí, eso quiero, ya hice las averiguaciones y me podría operar en el Bascom 
	Palmer Eye Institute de la Universidad de Miami.
- ¿Y qué problema tienes 
	en el ojo?
- Un defecto congénito consecuencia de que, al nacer, el ojo 
	no había madurado lo suficiente…
- No sabía que tenías un ojo verde ja 
	ja ja – lo interrumpió Luchín muerto de risa - porque yo los veo dl mismo color
	
 
- No te hagas el gracioso, se refiere al desarrollo del ojo, pero 
	se puede corregir con un lente intraocular.
- ¿Un solo ojo? Un ojo bien 
	atojado, te digo, pero bueno ¿Has pensado que necesitas pasaje, alojamiento 
	y el costo de la operación? ¿Cómo vas a hacer?
- Mira, en Miami tengo 
	una tía – continuó Luchín - así que no tengo problema de alojamiento, tu papá 
	una vez me dijo que me podía conseguir un pasaje de cortesía.
- Parece 
	que todo lo tienes previsto, pero no has dicho nada del costo de la operación 
	y el lente.
- Ya lo tengo calculado, el oculista del hospital FAP conoció 
	a mi viejo y me ha hecho el favor de averiguar todo lo de la operación, tengo 
	guardado algo de plata, todavía me falta, pero tengo tiempo.
- Bueno, 
	veo que lo tienes todo pensado ¿qué te puedo decir?
- Mi pregunta es 
	si se lo digo a mi vieja, o no.
- Por supuesto que vas a tener que decírselo 
	a la tía Marcela, pero no se lo digas todavía, díselo cuando la cosa sea inminente.
	
Coco, que había continuado sus estudios en la universidad, presentó su renuncia 
	al cargo de la municipalidad a mediados de 1987 y, sin decírselo a su madre, 
	empezó los trámites para seguir el curso de piloto civil en la Escuela de Aviación 
	Civil de Collique (EDACI).
- Mamá, me voy a Relaciones Exteriores a sacar 
	mi pasaporte.
- ¿Pasaporte? ¿Adónde te vas? No me habías dicho nada – 
	Marcela estaba perpleja.
- El papá de Luchín Quiñones me ha conseguido 
	un pasaje de cortesía a Miami, y quiero aprovechar lo que me queda de vacaciones 
	para pasearme un poco, no voy desperdiciar la oportunidad ¿No?
- No, 
	claro que no, aprovecha que en Miami vive tu tía Liliana y te puede alojar ¿Y 
	por cuánto tiempo te piensas ir?
 
- Sólo por quince días, o menos 
	– Coco se mostraba dubitativo – todo depende de la plata y de lo que pueda coordinar 
	el pasaje…como es de cortesía.
- Humm, no sé por qué me suena medio raro 
	tu viajecito ¿Qué te traes entre manos? ¿No andarás en malos pasos no?
	
- Ay mamá, cómo se te ocurre, ya te dije que depende de lo que pueda coordinar 
	lo del pasaje, nada más, además voy a casa de la tía Liliana ¿Qué más que eso? 
	– se refería a Liliana Boggiano, pariente de su mamá.
- Bueno, sí, está 
	bien – Marcela no se quedó muy tranquila, pero tuvo que aceptar el razonamiento 
	de su hijo.
Cuando Coco llegó a Miami, y ya instalado en la casa de la 
	tía, esta lo interrogó directamente.
- Coco, tu mamá me llamó un poco 
	preocupada, me dijo que tu viaje le parecía un poco raro y que te echara un 
	ojo ¿A qué has venido realmente?
- Tía Liliana, realmente no he querido 
	alarmar a mi mamá, ni preocuparla con la razón de mi viaje ´porque no sé el 
	resultado.
- Caramba Coco, me asustas ¿De qué se trata?
En pocas palabras 
	Coco le explicó a la buena señora la verdadera razón de su viaje
	
- No te preocupes hijito, conozco a un par de señoras que se han hecho esa 
	operación y están de los más contentas… - Liliana se explayó sobre las personas 
	que conocía, y otras que no, mientras Coco escuchaba pacientemente - …y no te 
	preocupes, yo misma te llevo a tu consulta y por supuesto a tu operación, me 
	han dicho que…
- Tía, sólo te pido que no le digas nada a mi mamá, quisiera 
	darle la sorpresa de verme sin anteojos.
La operación de colocarle un 
	lente intraocular fue una intervención sin complicaciones y pronto estuvo de 
	alta, apenas si habían transcurrido diez días cuando Coco consideró que era 
	momento de regresar a Lima; pese a estar en casa de su tía, tenía pequeños gastos, 
	sus recursos no eran muchos y prefirió ahorrar para otro fin más importante 
	para él.
La sorpresa para Marcela fue mayúscula; no sabía y, por cierto, 
	no esperaba una cosa así, pero no tuvo tiempo de preguntar nada.
- 
	Mira 
	mamá ¿Qué tal me veo sin lentes?
- ¿Cómo que sin lentes? ¿Ya no…?
	
- Ya no mamá, me he operado en Miami y ya no necesito usar lentes.
	
- ¡Pero Coco! ¿Cómo es que no me habías dicho nada? …Y Liliana tampoco me…
	
- Yo le pedí que no te dijera nada, mamá, quería darte la sorpresa.
	
- Y vaya que me has sorprendido.
- Ahora ya puedo ser piloto mamá, 
	sin limitaciones.
- Coco…- Marcela se interrumpió y guardó silencio por 
	un momento, no quiso insistir en su oposición explícita – será cuando termines 
	tu carrera.
	
	
Jorge “Coco” Ramos Franco
Durante todo el día Marcela se había sentido desasosegada y no sabía 
	la razón, el día anterior, involuntariamente, había escuchado a Coco conversar 
	por teléfono con alguien, no lo estaba espiando ni intentaba inmiscuirse en 
	los asuntos de su hijo, pero de lo poco que alcanzó a escuchar le llamó la atención 
	la palabra “…decano…”; alrededor de las cinco de la tarde llegó Coco a su casa, 
	Marcela se sintió curiosa porque si bien no tenía horario fijo, muy rara vez 
	llegaba tan temprano.
 
- Coco ¿Qué milagro a esta hora?
- Mamá, 
	ya saqué mi título, ya soy economista, aquí están mis papeles de bachiller, 
	puedes empapelar tu dormitorio si quieres, pero ahora ¡Voy a volar! ¡Voy a ser 
	piloto!
Marcela se quedó sin habla por unos segundos, se le hizo un nudo 
	en la garganta, parecía no saber qué hacer ni qué decir, por su mente pasaron 
	velozmente muchas escenas de su vida, los avatares de su etapa de enamorada 
	con Jorge el padre de Coco, los momentos de angustia cuando temía que descubrieran 
	alguna de las cartas que le escribió, las discusiones con su padre y las razones 
	de este al oponerse a su romance …Hijita hay muchos accidentes, no quiero que 
	te quedes viuda apenas empezando a vivir….Hijita eres muy joven, no conoces 
	nada de la vida… recordó su matrimonio como si se hubiera realizado la víspera, 
	en la capilla del colegio piurano y sólo gracias a un permiso especial; sus 
	años de feliz unión con Jorge, quien se desvivía por ella y sus hijos, hasta 
	el día del fatal accidente – hacía ya 12 años – en el que fallecieron Jorge, 
	su esposo, y Daniel “Danny” Gutiérrez Espinoza- ¡Y ahora esto! - Encontrarse 
	en un trance similar, oponiéndose al deseo de su hijo, quien no atendía sus 
	razones y sus temores, las mismas razones y argumentos que le diera su padre 
	al oponerse a sus amores con Jorge; se estremeció, al pensar en la posibilidad 
	de que el destino la castigara dos veces con el mismo inmenso dolor; Marcela 
	se acercó a su hijo, lo besó en la frente, luego le hizo la señal de la cruz.
	
- Hijito, más no puedo hacer, cumple tu destino y que Dios te proteja; ojalá 
	no tenga que llorarte.
Fue todo lo que dijo Marcela.
CUARTA PARTA
"Los nombres de Jorge Ramos Echevarría y Daniel Gutiérrez Espinoza, se unieron en una muerte accidental, y de algún modo romántico por el modo en que los sorprendió la muerte, en un avión sirviendo a su patria, dejando la sensación de que esas vidas tenían todavía algunas historias por contar…”
Daniel Gutiérrez De Souza
2015
	
Collique
	Coco Ramos se arrastró, 
	con gran esfuerzo logró salir de entre los restos de su maltrecho avión, se 
	recostó en la llanta del tren principal, tratando de encontrar algo de comodidad; 
	abrió su casaca, del bolsillo del pecho de la camisa sacó una foto, protegida 
	por un sobre de plástico incoloro - ¿Ves Manolete? Ya soy piloto, todavía me 
	falta un poco …pero en unos cuantos días completo mi instrucción para piloto 
	comercial, ya casi termino – levantó la mirada para ver el lento desplazamiento 
	de la neblina entre los montículos de arena; el frío lo hizo estremecer, cruzó 
	los brazos sobre el pecho – Voy a descansar un poco mientras espero – pensó; 
	un rato después se quedó dormido mirando la fotografía que sostenía en una mano, 
	recordando su último vuelo.
El 22 de junio, 1991, según lo planificado, 
	se efectuaría el vuelo con cuatro aviones T-41, que estuvieron listos desde 
	dos días antes. 
Era ya el cuarto día de espera y las condiciones meteorológicas 
	no eran lo suficientemente buenas para emprender vuelo, la quebrada de Collique 
	parecía acumular toda la neblina y todas las nubes de Lima, estaban ya a día 
	25 y las condiciones no eran ni siquiera las mínimas; el técnico encargado de 
	la torre de control se veía asediado por los alumnos que, impacientes, se acercaban, 
	en grupos de dos o tres, para presionar al operador y conseguir la autorización 
	de decolar; la modalidad era sencilla, se acercaban cada diez o quince minutos 
	a preguntar si las condiciones ya permitían la partida, a pesar de que era evidente 
	que las condiciones eran inadecuadas para el vuelo; les era indispensable decolar 
	al medio día a más tardar, so pena de no alcanzar a llegar a Chiclayo con luz 
	diurna, con lo cual se verían obligados a pernoctar en Trujillo, cosa que nadie 
	quería. Vehemente e impetuoso, Jorge “Coco” Ramos era el piloto que más insistía, 
	una y otra vez se acercaba al técnico a preguntar si las condiciones ya permitían 
	salir a volar; estaba muy resfriado y aun así presionaba e insistía en que se 
	iniciara el vuelo, ya tenía licencia de Piloto Comercial pero le faltaban completar 
	las horas de vuelo instrumental y vuelo nocturno, que las cumpliría en Chiclayo; 
	según decía, su urgencia era porque tenía un ofrecimiento de trabajo. 
	
Al medio día, la torre de control autorizó el decolaje y Gazzolo, la piloto 
	guía, decidió que decolaran, en la presunción de que el cuello de Ancón, lugar 
	por el que pasarían a la línea de playa, estaría con visibilidad suficiente.
	
Las radio emisoras y canales de televisión dieron la noticia: cuatro 
	aviones de instrucción habían decolado de Collique con destino a Chiclayo, previa 
	escala en Trujillo para recargar combustible, pero solamente habían llegado 
	tres; la cuarta aeronave no había llegado a Trujillo y no se tenía información 
	alguna; el Servicio de Búsqueda y Rescate había sido informado oportunamente, 
	pero no podían tomar acción porque las condiciones meteorológicas no permitían 
	la búsqueda aérea, ni siquiera en la línea de costa; habría que esperar a que 
	mejore la visibilidad. Los ocupantes del avión perdido eran Gregory Zamoluk, 
	Fernando Alvarado, Jorge Ramos y César Lozada.
Cuando despertó, en medio 
	de la obscuridad más absoluta, todo era silencio, no sabía si estaba vivo o 
	muerto porque no sentía dolor ni escuchaba sonido alguno, no veía ni escuchaba 
	nada, se sentía como flotando en medio de la nada; poco a poco fue recuperando 
	la consciencia y a sentir dolor, se palpó y sintió algo pegajoso, gelatinoso, 
	y supuso que era la sangre coagulada de sus heridas, tenía serias lesiones, 
	pero estaba vivo; se esforzó por recordar lo que había pasado y entonces cayó 
	en cuenta – Nos estábamos yendo a Chiclayo ¡Nos hemos estrellado! - ¿Cuántas 
	horas han pasado? Ya es de noche - El cuerpo le empezó a doler horriblemente, 
	pero sobre todo la cara, la sentía desfigurada ¿Me habré roto la mandíbula? 
	Haciendo un esfuerzo logró ponerse de pie; empezó a caminar, en dirección a 
	unas luces que se veían a la distancia, cuesta abajo; lentamente, a trompicones, 
	a ratos arrastrándose de fundillo, fue bajando, hasta que se encontró con un 
	hombre de sucias ropas y que olía bastante mal. 
- Oiga ¿qué ha pasado? 
	¿quién es este señor? ¿Lo han atropellado? – el policía de servicio se puso 
	en guardia, alarmado, al ver el lamentable estado del herido- 
- Yo vivo 
	por aquí, jefe, soy chanchero; había salido a darle una vuelta a mis chanchitos, 
	porque siempre hay gente mala que se los quieren robar, y me encontré con el 
	señor, que apenas puede caminar, y todo lleno de sangre, así que lo traje a 
	la comisaría. 
- ¿Qué le ha pasado señor? ¿cómo se llama?
- Soy 
	piloto civil… de Collique… hemos tenido… un accidente aéreo – al herido se le 
	hacía muy difícil hablar. 
- Señor, ya viene un patrullero para que lo 
	lleve a un hospital; ahora tengo que hacer el parte policial. 
Daniel 
	entró a su dormitorio, apurado, se había comprometido con un grupo de amigos 
	y ya ´se le había hecho tarde; rápidamente se quitó la camisa, dirigiéndose 
	al baño para afeitarse; inconscientemente, como tantas otras veces, de pasada 
	encendió el televisor; mientras se aseaba escuchó, a medias, algo de un avión 
	accidentado; también mencionaron algo de Collique, de Trujillo y unos nombres 
	que no alcanzó a escuchar. Al salir de su dormitorio, ya cambiado y rasurado, 
	le dio el alcance la empleada doméstica
- Señor Daniel, el señor Luchín lo 
	ha llamado tres veces, dice que es su compañero del colegio Quiñones, y que 
	lo llame.
- ¿Tres veces? ¿Qué lo llame? …bueno, no importa, justamente me 
	voy a una reunión del cole, ahí lo veo ¡Chau!
En el trayecto al lugar de 
	reunión, la casa de otro compañero iba pensando – Qué fregado este Luchín, nos 
	vamos a encontrar en la reunión, y me está llamando ¡Tres veces! Seguro que 
	como estoy retrasado ha pensado que no voy a asistir ja ja ja.
Al llegar, 
	encontró que la puerta de calle estaba abierta, costumbre que habían adoptado 
	los muchachos de la “collera” para evitar tener que ir a abrir cada vez que 
	llegaba uno de ellos a la reunión; apenas ingresó, sus “patas” amigos empezaron 
	con las bromas
- ¡Llegó el chanchero, llegó el chanchero!
- ¡Báñate, oe!
	- ¡Vendo chanchos, vendo chanchos!
- ¿Qué les pasa? ¿Están locos? ¡O qué!
	
Al ver la cara de desconcierto, y algo amoscado, de Daniel, su amigo Luchín 
	se acercó a él.
- ¿Qué? ¿No te has enterado lo de Coco?
- ¿Coco? ¿Qué 
	Coco? ¿De qué me hablas?
- De Coco Ramos, se ha accidentado esta mañana, 
	en un avión de Collique, hay un sobreviviente, pero yo te llamaba por lo de 
	tu viejo.
- ¿Mi viejo? ¿Qué tiene que ver mi viejo en todo esto?
- Bueno…claro 
	que es una coincidencia, pero una coincidencia bien extraña, porque el sobreviviente, 
	un tal César Lozada, bajó del cerro como pudo, y felizmente se encontró con 
	un chanchero, que lo llevó a la policía y de ahí lo mandaron al hospital.
	-Sigo sin entenderte ¿Qué tiene que ver mi viejo?
- El papá de “Coco Ramos” 
	se mató con tu viejo ¿No?
- Bueno, el chanchero se llama …Daniel Gutiérrez, 
	como tu viejo.
Al día siguiente encontraron el avión accidentado; 
	recostado en una rueda del tren de aterrizaje estaba el cuerpo de Coco Ramos; 
	en la mano tenia la foto de su padre.
	“Hijito, más no puedo hacer, cumple tu destino y que Dios te proteja”
Habían sido 
	las palabras de su madre, cuando “Coco” le dijo que sería piloto, como le había 
	prometido a su padre el día de su muerte.
“Le habló, no a su cuerpo ya sin vida, sino a él, le dijo cuánto lo amaba, le dijo cuántas veces había sufrido su muerte cuando él insistía en ser piloto como su padre, para finalmente morir como él; recorrió los años felices, le dijo que mientras ella viviera, ellos, los dos Jorge, no morirían, porque los llevaría siempre en el alma y el corazón, aun sabiendo que, tal vez, sea un camino largo y doloroso. Sé que es una herida que nunca sanará, que sangrará hasta el día que cierre los ojos para reunirme con ellos”
		
	
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola